viernes, 6 de mayo de 2016

“Aquel día no me preguntarán nada”
Juan 16, 23.
¡Sonríe! La alegría es nuestra y de todos.

El Evangelio de san Juan nos presenta la alegría que los discípulos les invade después de que ven a su Señor Resucitado cuando les concedió la paz y les: “mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor”, Juan 20, 20. E incluso el mismo evangelista nos narra que Jesús dice una bienaventuranza por aquellos que no le verán pero que abrazarán la fe en el Resucitado: “felices los que crean sin haber visto”, v. 29. De esta manera se cumple lo que Jesús nos dice en el pasaje evangélico que el día de hoy hemos proclamado: “Ustedes estarán tristes, pero su tristeza se transformará en alegría”, 16, 20.
Pero hay un versículo que evoca el versículo que hoy meditamos: “Aquel día no me preguntarán nada”, v. 23; y el contexto en verdad es muy importante y muy rico de significado, porque el Resucitado se encuentra en la playa, ha preparado el almuerzo, hay “brasas preparadas y encima pescado y pan”. Después de que les dice que le lleven algo de lo que acababan de pescar agrega: “Vengan a comer. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Esta fue la tercera aparición de Jesús, ya resucitado, a sus discípulos”, Juan 21, 9. 12. 14.
El dolor y tristeza que habían generado la ausencia del Maestro es transformada en una profunda paz y alegría con su gloriosa presencia. Y aquí hay una gran enseñanza para quienes se encuentran viviendo en el dolor y la tristeza por la pérdida de un ser querido, ya sea porque se han adelantado a la casa del Padre o simplemente porque la relación no dio para más y se ha decidido prologar por el momento o definitivamente la separación. O bien, por las simples contrariedades de la vida y las diversas problemáticas que se generan en el transcurso de la historia personal y social. Jesús Resucitado es para estos hombres y mujeres la gran esperanza, y se convierte en el Único que es capaz de “llenar el corazón y la vida” de auténtica alegría y paz porque con Él “siempre nace y renace la alegría”, Evangelii Gaudium 1.
Y también para los evangelizadores, misioneros, catequistas, maestros, profetas, etc., a pesar de la fatiga, del cansancio que pueda generar la misión y; de las desilusiones y descalabros que puedan sufrir los apóstoles, Dios será para el hombre de fe quien devuelva: “la alegría” de su salvación, Él que afianza y enraíza la fe en su Hijo amado con su “espíritu generoso” y solamente, así, fortalecidos, se puede exclamar lleno de confianza: “Enseñaré a los malvados tus caminos, y los pecadores volverán a ti”, Salmo 50/51, 14-15.
Así que, del encuentro con el Resucitado brota el bálsamo necesario de la Consolación y se encuentra la fuerza necesaria para ver la vida no sólo con optimismo sino con gran sentido, y todo resulta ser para el creyente un ‘areópago’ de oportunidades para anunciar valientemente la fe en Jesús Resucitado, como nos explica la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles: “No tengas miedo. Habla y no calles, porque yo estoy contigo y nadie pondrá la mano sobre ti para perjudicarte. Muchos de esta ciudad pertenecen a mi pueblo”, 18, 9-10. Estas palabras que Pablo recibe en visión contemplativa, resulta ser para él, la certeza de que no está solo en el proceso evangelizador de los pueblos paganos y especialmente, ahí, en Corinto, en una ciudad griega, con una cultura diversa y totalmente politeísta y con graves problemas de moralidad. Saberse acompañado por el ‘Espíritu de Jesús’ le hace fuerte y al mismo tiempo le permite descubrir que vale la pena anunciar que Jesús es el Mesías, el Resucitado, el Salvador de los hombres y del mundo, esta experiencia de vida se lo trasmitirá a Timoteo su hijo espiritual: “proclama la palabra, insiste a tiempo y destiempo, convence, reprende con toda paciencia y pedagogía”, 2Timoteo 4, 2. Quizás no se conviertan todos los oyentes pero habrá quien acepte y abrace la fe, y eso le hace al apóstol no caer en desánimo y frustrado. Porque reconoce que la obra no es suya sino de Aquel quien lo ha enviado.
Por eso, Lucas nos narra que decidió quedarse un tiempo determinado en esa ciudad, “un año y medio, explicándoles la palabra de Dios”. Y que, además: “En Céncreas se rapó la cabeza para cumplir una promesa que había hecho”, Hechos 18, 11. 18. Porque sabe, como dice el Salmista que el Señor cumple sus palabras porque se compromete con el hombre que le busca y le pide auxilio: “Oh Dios, tú mereces un himno en Sión y a ti se te cumplen los votos, porque tú escuchas las súplicas”, 64/65, 2-3.

Señor dame el gozo pascual de tu Resurrección pues sólo así es creíble el anuncio de tu Evangelio. Libérame de la tristeza y del miedo que paralizan y me vuelve estéril. Tú me has llamado como instrumento de tu multiforme gracia, y quieres por mi medio, a pesar de mi poquedad llegar a muchos corazones, pues has redimido a todos y en Ti ninguna persona humana que excluida y todos son dignos de recibir la alegría que brota de tu Evangelio.

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