domingo, 29 de mayo de 2016

“Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande”
Lucas 7, 9.
1Reyes 8, 41-43; Salmo 116/117, 1-2; Gálatas 1, 1-2. 6-10; Lucas 7, 1-10.
«Yo les aseguro que ni en Israel he hallado una fe tan grande», Lucas 7, 9 es el elogio que Jesús hace de un Soldado romano. ¡Qué mirada penetrante tiene Jesús! Ha sido capaz de descubrir detrás de las palabras que el Soldado le dirige primero por medio de los ancianos y luego por los amigos un corazón rebosante de auténtica fe en Él, Cfr. vv. 4. 6. Porque si no hubiera tenido fe en Jesús no le hubiera mandado buscar como tampoco hubiera dicho: «Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano», v. 7. El Soldado no exigió ni esperó signos, gestos, ritos a Jesús para que sanará a su criado, Cfr. 2Reyes 5, 11. Y sin embargo, logramos ver un crecimiento en su fe, porque primero manda a buscar Jesús y luego le dice que no es necesario que entre a su casa.
¡Nada es imposible para el que tiene fe!, Marcos 9, 23.

Este elogio de Jesús hacia el Soldado, me deja sin aire, porque a mi mente viene como golpe de rayo, aquella palabra que Jesús dirigió a Pedro cuando éste intentó caminar sobre el agua y al ver que se hundía le gritó para que lo salvase. Jesús le dijo en ese entonces: «¡Hombre de poca fe! ¿por qué dudaste?», Mateo 14, 31. Hoy Jesús nos ve ¿qué dirá de ti o de mí? ¿Un elogio? ¿Un reproche?
Pero me inquieta todavía más el hecho de que Jesús haya dicho que el Soldado posee “una fe tan grande”, lo que indica que es una fe notoria, que se puede incluso tocar pues lo que es ‘grande’ no pasa desapercibido. Y si la fe se ha hecho visible significa entonces que se ha concretizado por medio de las obras. Y es ahora, cuando me sale al paso, la exhortación que el Apóstol Santiago nos dirige en su carta: «Uno dirá: tú tienes fe, yo tengo obras: muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré por las obras mi fe» 2, 18.
Descubramos cuáles son las obras del Soldado para lograr ver la fe tan grande que posee:
1.                  Una alta sensibilidad ante el dolor humano, tiene entrañas de misericordia, no vive en la indiferencia ni sufre de autismo espiritual. Se preocupa por la curación de su criado. El texto subraya que el siervo era una persona “muy querida” para el Soldado. Era su igual, porque sólo se ama lo semejante. Descubre el valor de la dignidad humana. Y pone en marcha lo que llamamos una obra de misericordia corporal: ‘cuidar a los enfermos’.
2.                  El Soldado es una persona que vive inmersa en la comunidad no sólo como garante del orden y de la convivencia armónica entre los habitantes de Cafarnaúm. Sino que es capaz de relacionarse adecuadamente, eso se entiende del hecho que envía ante Jesús algunos ancianos judíos y después a unos amigos. El Soldado es capaz de vivir la fraternidad.
3.                  Y si es capaz de vivir la fraternidad significa que sabe valorar la cultura en la que vive, garantizando el desarrollo normal del culto judío, por eso los ancianos le dicen a Jesús: «Merece que le concedas ese favor, pues quiere a nuestro pueblo y hasta nos ha construido una sinagoga», Lucas 7, 4-5. Así que el Soldado pone por obra la tolerancia.
4.                  Ha construido una sinagoga, lo que revela su generosidad o solidaridad hacia los más necesitados, en este caso con judíos. Lo que pone también en evidencia el alto sentido de gratuidad que posee con la cultura con la que se interrelaciona y en la cual trabaja.
5.                  Su simplicidad, o mejor dicho su sencillez o humildad, se reconoce indigno lo que evoca el reconocimiento de las debilidades, fragilidades y pecados, por eso le manda a decir a Jesús por medio de sus amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que tú entres en mi casa; por eso ni siquiera me atreví a ir personalmente a verte», v. 6. 7.
6.                  Es un hombre que tiene en alto grado el valor de la palabra de Jesús. Es un hombre cabal, de una sola pieza. No hay doblez. De ahí, que le diga a Jesús: «Basta con que digas una sola palabra y mi criado quedará sano», v. 7. El cree en la potencialidad que encierra las palabras de Jesús pues lo ha comprobado cuando manda a realizar una cosa a los que están bajo su mando.
Comprendemos ahora, que la fe necesita de las obras y las obras de una genuina fe para que sea un hecho creíble. La fe madura en la comunidad de los hombres.
Un soldado romano, un “no-israelita” como dijo el rey Salomón en su oración a Dios, se ha acercado al templo a orar y a dirigir su súplica. Y lo hace, apoyándose en la comunidad representada en los ancianos y en sus amigos. Pone en marcha no sólo la súplica personal sino también comunitaria.
Pero al mismo tiempo actualiza aquellas palabras proféticas que el rey Salomón dirigió a Dios en el templo de Jerusalén, lugar donde Yahvé habita por voluntad suya. Jesús es el nuevo templo de Dios, es el punto de reunión donde Dios y el hombre se encuentran, por eso el evangelio de san Juan dice: «La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros», 1, 14. Lo que da entender que con su fe el Soldado vio en Jesús a Dios y se alegró, y por eso obtuvo lo que pidió pues sabía a quién le dirigía tal petición. La misma idea, la encontramos en buen ladrón que a pesar de su situación angustiosa descubre la misericordia divina, reconoce su pecado, lo confiesa y pide salvación, Cfr. Lucas 23, 40-43.
Señor, sana mi ceguera, y haz que te vea en el prójimo; concédeme tu gracia, aquella que sana y libera de la incredulidad y del fatalismo; si Tú quieres puedes sanarme, sanar a mis seres queridos especialmente a los enfermos; y protege a todos aquellos que trabajan y te sirven cuidando a los más desfavorecidos.






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