martes, 5 de abril de 2016

"vayan al templo y anuncien al pueblo este nuevo modo de vida", Hechos 5, 20.



El movimiento, un dinamismo continuo ha de caracterizar siempre el espíritu cristiano o mejor dicho la auténtica vida cristiana. Un salir constante. Un andar hacia a fuera. Una búsqueda marcadamente por la categoría del encuentro. Salir de uno mismo y abrir con delicadeza el corazón para propiciar la hospitalidad del prójimo. Por eso, <<de noche ángel del Señor les abrió las puertas, los sacó dela prisión y les encargo: vayan al templo y anuncien al pueblo este nuevo modo de vida>>, Hechos 5, 20.
Ir al templo no sólo para encontrarse con Dios sino también con los hermanos, y junto a ellos testimoniar la fe, ese es precisamente lo que significa liturgia: un culto a Dios que se hace públicamente, que atraviesa la esfera de lo privado y toca los límites de la periferia, donde comúnmente están los otros.
No hay que olvidar, que a veces estamos tentados a reducir el culto público, nuestra liturgia, al espacio físico que hemos levantado con ladrillos y hemos consagrado y destinado como el espacio idóneo de la fe. Pero Jesús nos ha cambiado dicha perspectiva y la ha ampliado cuando le dice a la Samaritana: <<Créeme, mujer, llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se dará culto al Padre>>, Juan 4, 21. Él es el nuevo templo, en su nombre el pueblo se reúne y es convocado por el Padre en el Espíritu Santo. Así que donde dos o más se reúnen el nombre del Señor en verdad se vive la liturgia, se testimonia la fe, porque el Señor se hace presente, en y con su cuerpo [que es su propio pueblo, la comunidad de bautizados y redimidos], Cfr. Mateo 18, 20. Y aún, cuando un hombre o una mujer elevando sus pensamientos o su voz a Dios en el ritmo de sus labores no está solo ni ora solo. La Cabeza está unida al cuerpo, Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es la comunidad viva de los hombres de fe (cuerpo). Así que 'callejear la fe' es mucho más que salir gritando como lo locos por las avenidas y cruceros, no se trata pues de hacer 'shows' sino de manifestar bellamente "el modo nuevo de vida" que significa el cristianismo. Esto implica, sí, creatividad para el anuncio de la fe y de la evangelización. Pero lejos está de ser un simple abaratamiento.
La liturgia reclama a su favor para que sea tal, la ética y la estética. La ética porque es un nuevo estilo de vida que emana de las enseñanzas del propio maestro, Jesús de Nazareth, la cual hay que asumir con radicalidad, sin medias tintas. De ese nuevo modo de vivir se proyecta la auténtica vida que brota de la belleza inagotable, la Trinidad, eso es la estética, es decir, cuando el hombre manifiesta con sus obras la bondad con la que fue creado. Por eso, el mejor anuncio que el hombre puede hacer es la palabra encarnada, es decir, la manera como pone en práctica la palabra del Señor en su vida.
Unos de los desafíos que actualmente ha de afrontar el cristiano es su propio encarcelamiento, ya sea por persecución, como es el caso de los apóstoles según nos narra el versículo que estamos meditando; o bien, por miedo, apatía, negligencia, confort, etc. Este último es el más peligroso. El miedo al compromiso, porque puede conducir al acartonamiento de la fe, una iglesia de pura sacristía.
Mi cielo se ha llenado de espesos nubarrones, las circunstancias que hoy vivo en familia, parecer encarcelarme, pero la palabra viene en mi auxilio por medio del profeta Isaías: <<Como una golondrina estoy piando, gimo como una paloma. Mis ojos mirando al cielo se consumen: ¡Señor, que me oprimen, sal fiador por mí!>>, 38, 14. Estas circunstancias pueden impedir que dé un auténtico testimonio, pues el sufrimiento es también una gran oportunidad para anunciar la fe y su esperanza de vida. Así lo creo y no quiero desaprovecharla pero no es simple. En esta situación me siento enviado y no quiero ser infiel. 

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