sábado, 16 de abril de 2016

"Has entrado en la casa de unos incircuncisos y has comido con ellos", Hechos 11, 3.



"Has entrado en la casa de unos incircuncisos y has comido con ellos", Hechos 11, 3. Es el reproche que los circuncidados le hicieron a Pedro y ahora se le presenta el desafío de dar razón de su fe, así lo enseña el mismo en unas de sus cartas: "estén siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pida cuenta de su esperanza", 1Pedro 3, 15. Pedro es robusto en su fe, y por indicación del Sumo Pastor, Jesus de Nazareth, ahora tiene que confirmar a sus hermanos en la fe, enseñándoles, haciéndoles comprender el misterio de fe que el propio Señor le ha revelado, Cfr. Lucas 22, 32. Pedro tiene la misión de pastorear el rebaño de su Señor por eso les explica el sentido de su comportamiento con los hombres que no son de raza judía (todos los niños recién nacidos deberían ser circuncidados para formar parte del rebaño del Señor) pero que también son llamados a formar parte del gran rebaño del Pastor bello (Ahora, ya no circuncidamos nuestro prepucio sino el corazón como bien señala el apóstol Pablo en su carta a la comunidad de Roma y lo hacemos al convertirnos al Señor por medio del Bautismo, Cfr. 2, 29).
Entendemos que se trata pues de una cuestión religiosa enmarcada por el hecho de haber compartido los alimentos. Compartir los alimentos es compartir la vida. Es apostar por una relación mucho más profunda, que va más allá de la simple amistad, se trata de una nueva forma de hacerse cercano y fraterno; de ampliación del horizonte y de la comprensión de que el cristianismo no es cosa de élites donde la raza es la carta de ciudadanía, sino más bien, la expresión del amor de Dios por el hombre donde la universalidad es la característica de que toda la humanidad tiene la dicha de ser llamada hija de Dios; es el reconocimiento de que todos los hombres poseen una dignidad, que son valiosos a los ojos de Dios y que por ello están también llamados a recibir la salvación que Él ofrece.
Aceptando lo anterior podemos decir que ha quedado expreso de una forma concreta el deseo de Jesus: la unidad, un único rebaño, bajo un solo cayado, pues dijo: "también tengo otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor", Juan 10, 16. Pedro fue al encuentro de las ovejas, dejó sentir la voz del Señor, las ovejas escucharon la voz del Señor y el Señor se derramó copiosamente sobre ellos dándoles también su Espíritu Santo, pues Pedro nos dice: "Había empezado yo hablar cuando cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como sucedió al principio sobre nosotros", Hechos 11, 15.
Pedro nos revela que en Dios todos los seres humanos son hermanos. El cristiano tiene que aprender a vivir y hacer posible o creíble la fraternidad. Y para ello, es necesario erradicar de las vidas de los hombres aquellas "normatividades" que terminan por enterrar o hacer palidecer o totalmente nulificar el deseo del Pastor Bello. Así, si en un principio los judios no podían comer ciertos animales para evitar caer en impurezas, y el alimento se presentaba como la frontera que dividía lo profano de lo sagrado. Al declarar Dios mismo: "No tengas tú por impuro lo que Dios ha hecho puro", v. 9. La comida se vuelve símbolo de comunión y de la convivencia fraterna. Y de la misma forma que el alimento se hace uno con el que lo ingiere así también el cristiano al comer y al beber el cuerpo y la sangre de su Señor proclama no sólo la unidad sino el espíritu de comunión con el que se compromete a vivir todas y cada una de sus relaciones interpersonales. Por eso, será hipocresía si comulgamos y nos volvemos incapaces de vivir en comunión con el prójimo. La profesión de fe carece de la vitalidad del testimonio si no está sustentada por actitudes que revitalicen y consoliden los vínculos de amistad, de solidaridad y de hermandad. Dios nos libre de provocar división en su cuerpo místico.
Señor danos tu Espíritu Santo para que siempre seamos instrumento creíbles de tu amor en este tiempo donde el individualismo, la indiferencia y la insolidaridad marginan a los más débiles; perdona nuestras negligencias y pecados de omisión cuando nos acobardamos y nos dejamos vencer por el egoísmo y la envidia que nos separa y nos hace pensar solamente en nuestros propios intereses. Ayúdanos hacer realidad el BienComún. Danos la gracia para emprender caminos de profunda reconciliación y perdón para restablecer la imagen de hijos tuyos. Amén.

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