lunes, 25 de abril de 2016

"Y después de estos sufrimientos tan breves, los restaurará a ustedes, los afianzará, fortalecerá y hará inconmovibles", 1Pedro 5, 10.


Comienza el versículo diez del último capítulo de la primera carta del Apóstol Pedro afirmando que "Dios es la fuente de todos los bienes". Y esa expresión es totalmente consoladora para quien se encuentra en el camino de la Cruz, es decir, en medio del dolor, del sufrimiento, de las incomprensiones, del llanto, de la amargura, de la desesperación, de las humillaciones, del desprecio o de la marginación, de la enfermedad, del divorcio, de la infidelidad, del pecado, de la debilidad o fragilidad y toda clase, tipo, tamaño, anchura de Cruz. La expresión decíamos es consoladora porque el Apóstol nos indica a quien debe ser dirigido "el grito de socorro".
Cada palabra del elenco anterior puede sonar repetitivo, aburrido y hasta innecesario, pero creo que al menos nos da una mayor claridad al hablar de la Cruz (Hoy que por cierto celebramos el primer día de la Novena a la exaltación a la santa Cruz) para que entendamos que no somos los únicos que nos encontramos en el campo de batalla, pues con precisión ya nos lo había hecho saber Pedro: "Sabiendo que sus hermanos, dispersos por el mundo, soportan los mismos sufrimientos que ustedes", 1Pedro 5, 9.
Y una cosa me queda claro al respecto: que de Dios no puede proceder el mal, si entendemos incluso que el sufrimiento provocado por la cruz no fue en un principio un instrumento querido por Dios. Él más bien, utilizó la Cruz que el hombre preparó para su Hijo por hostigación del Diablo, por eso el versículo nueve inicia diciendo: "Resístanle con la firmeza de la fe". ¿A quién hay que resistir? Al enemigo del hombre, "el diablo", "que como león rugiente, anda buscando a quien devorar", v. 8. Dios no se goza entonces con el sufrimiento del hombre, en cambio, le dona la fe en su Hijo Jesucristo como escudo y arma poderosa para que pueda derrotar a quien le persigue a muerte.
Si todo hombre que viene a este mundo experimenta en su cuerpo y en su alma una enorme variedad de Cruz, producto sí del pecado, Dios ha tenido a bien utilizar ese instrumento de martirio para llevar a todos los hombres a la Salvación por la sangre derramada de su Hijo, y eso lo entiendo porque Pedro dice: "nos ha llamado a participar de su gloria eterna en unión con Cristo", v. 10. Si la gloria y exaltación de Jesús fue la Cruz, es ahí, donde el cristiano debe buscar su victoria, pues así como no hay Cristo sin Cruz, tampoco se entiende la vocación cristiana sin la Cruz de Cristo.
¡Es un misterio! Pero me ha dejado ver algo. Cristo es nuestro cordero inmolado que se ofreció así mismo para purificar al hombre de su inmundicia. Entonces la cruz de cada persona podría ser considerada como el "bálsamo" que cubren sus propias heridas si se permite que Cristo sea el Cirineo, por eso ha dicho: "El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, CARGUE CON SU CRUZ y me siga", Marcos 8, 34. Y descubro que no es al sufrimiento, al peso, lo incomodo que puede resultar la cruz a lo que tememos. El gran miedo en el fondo que se apodera del hombre y le hace cimbrar al mirar o al abrazar su cruz es aceptar lo que no tiene vuelta: la propia MUERTE. Pero se olvida que quien le pide que cargue con su cruz también le dice: "Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá", Juan 11, 25.
Esto me cambia la perspectiva, porque abrazando la cruz, es decir cargándola es como el Señor adiestra a sus soldados pues está escrito: "Bendito sea el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla", Salmo 143/144, 1. Y se presenta no sólo como el entrenador sino como el modelo a seguir, pues dice: "y aprendan de mí", Mateo 11, 29. Y entonces comprendemos un poco mejor lo que el Apóstol Pedro dice: "Y después de estos sufrimientos tan breves, los restaurará a ustedes, los afianzará, fortalecerá y hará inconmovibles", 1Pedro 5, 10. Tres verbos en futuro: restaurar, afianzar, fortalecer para llegar a ser inconmovible, es decir, que no cambiaremos con el tiempo, que permaneceremos firmes a pesar de la fuerza del viento. Y ahora, la gran sorpresa: ¿Para qué tipo de batalla me está preparando el Señor? ¿Qué misión me encomendará?
Señor, tu eres la fuente de todos los bienes, concédeme aquella gracia que me hace falta y me es útil para mi adiestramiento en este camino espiritual, quiero abrazar mi cruz no sólo con llantos y lágrimas, con miedo y temblor, también lo quiero hacer con alegría, fe, esperanza y mucho amor. No sé que me deparará el futuro. Pero sé que estarás allí conmigo porque eres mi Cirineo, y me enseñarás cómo debo portar mi cruz de cada día. Eres la fuente y hoy necesito luz y "eres luz sin mezcla de tinieblas", 1 Juan 1, 5. Tengo necesidad de consuelo y me dices: "Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré", Mateo 11, 28. Necesito liberación y me dices: "arrojarán demonios en mi nombre", Marcos 16, 17. Quiero salud y me dices: "quedarán sanos", v. 18.  Ahora sé porque el Salmista dice: "Proclamaré sin cesar la misericordia del Señor y daré a conocer que su fidelidad es eterna", Salmo 88/89, 2.  Por eso, confiando en tu Santo nombre, te digo: ¡Padre nuestro, dame tu Espíritu Santo, hoy y siempre!, Cfr. Lucas 11, 13. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario