domingo, 10 de abril de 2016

"Sígueme", Juan 21, 19.

Fue en la tercera aparición de Jesus resucitado cuando Pedro le escucha decir: "Sígueme", Juan 21, 19. La palabra 'sígueme' evoca un llamamiento muy particular porque se le dirige personalmente a Pedro. Pero este llamado específico de Jesus tiene algunos rasgos que muy bien podrían ser momentos o etapas importantes que todo hombre y mujer que desea seguirle deberá tener en cuenta.   Podríamos enumerarlos: primero, un encuentro íntimo con Jesus; segundo, la declaración de amor, y por último, en toda la vida incluyendo la propia muerte.
El encuentro íntimo con Jesus. La cual se da en la cotidianidad de la vida, donde los hombres se encuentran, ya sea que estén trabajando como lo estaban haciendo los apóstoles, o estén descansando o realizando cualquier cosa, sea esta legítima o fuera de lugar. Pero es un encuentro donde es el propio Jesus da el primer paso, por eso le escuchamos decir: "Muchachos, ¿han pescado algo? Ellos contestaron: No", Juan 21, 5. 
Lo cierto es que el trabajo que realizan los apóstoles es una actividad totalmente simbólica, son los constructores de un mundo nuevo, la cual debe ser según la voluntad de Dios y no simplemente criterios humanos para que al final no se experimenten vacíos y un sin sentido. Eso es lo que quiere enseñarnos el apóstol Juan en su evangelio, al hacer que los apóstoles hagan de nuevo la misma actividad pero ahora apoyados en la palabra del Señor resucitado: "Les dijo: Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán", v. 6. Así que hemos de procurar encontrarnos con el Resucitado por medio de su Palabra, confiando, obedeciendo (poniéndolo en práctica). Esta Palabra está cerca, el apóstol Pablo así lo afirma cuando dice: "La palabra está cerca de ti, en tu boca y tú corazón. Se refiere a la palabra de la fe que proclamamos", Romanos 10, 8. Y que muy bien podemos encontrar en las Sagradas Escrituras. El estudio asiduo de ella, purifica la mente y robustece la fe, además que el Señor concede su Espíritu Santo para que la comprendamos mejor y veamos la mejor manera para llevarla a la práctica. Es la Palabra quién garantiza la renovación del corazón y sobre todo la construcción de un mundo nuevo.
Pero el encuentro con la palabra permite la profundización de la relación con Jesus. Y es él quien lo desea y lo propicia, pues tenía preparado brasas, pescado y pan, les pide que traigan algo de lo que acababan de pescar y luego les dijo: "Vengan a comer", Juan 21, 9-12. La comida es ocasión de encuentro con Jesus. En la comida se donan, pues ponen a disposición el fruto del trabajo. La eucaristía tiene el mismo sentido, Jesus se dona y el que lo recibe igualmente. Nadie puede venir con las manos vacías. Siempre habrá algo que compartir. Pero en el mundo nuevo que el Señor quiere construir con sus discípulos, el compartir la comida no queda circunscrita al lugar donde celebramos comúnmente la eucaristía, sino que toca más allá de los límites de la periferia, pues Jesus lo ha enseñado: "lo que hayan hecho a uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí", Mateo 25, 40.  El encuentro encierra en sí misma una fuerza que hace a los hombres salir de las propias barricadas, de abrirse a los demás, de dejarlos entrar e invadir el espacio de los otros para el mutuo enriquecimiento, eso es lo que se intuye de la pesca, los peces salen de su ambiente idóneo y entran en uno diverso que les ocasiona, sí, la muerte, pero que nutre la vida de los otros seres. Con la experiencia del Resucitado los discípulos no deben temer perder la vida en la construcción del mundo nuevo, porque la presencia gloriosa del Señor está indicando que vale la pena morir por el prójimo: "el que quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa la conservará", Mateo 16, 25.
Es precisamente en el diálogo continuo con el Señor por medio de su Palabra, en el trato cotidiano de la eucaristía donde el discípulo encuentra los presupuestos necesarios para poder vivir el segundo momento del seguimiento de Cristo: el enamoramiento, el amor.
Se sigue a Jesus enamorado, el pregunta tres veces, para sanar la traición y la infidelidad del apóstol Pedro: "¿me amas más que éstos?", Juan 21, 15-17. El amor que Jesus reclama para sí, es el mismo amor que el discipulo deberá no sólo proclamar con la boca sino con acciones concretas con sus demás hermanos, por eso agrega el Señor: "Apacienta mis corderos". El discípulo deberá entender que el dueño del rebaño no es él sino Dios. Jesus es el auténtico Pastor, y uno muy bello. Así que el amor por Jesus tiene como cometido la misión. Misión que no se podrá vivir sin amor a Dios y sin amor a su pueblo. Si no hay amor todo se reduce a puro activismo, a jornadas de trabajo por un salario que pierde su valor en la vida eterna. Considero, que aquí subyace el punto neurálgico de la misión de la Iglesia: no tenemos encuentro con el Señor (palabra-eucaristía) por eso nuestra pastoral es superficial y hasta vana. No se da continuidad al trabajo pastoral y todo se reduce a iniciativas y creatividades personales caracterizadas por un marcado interés personal que encuentra resonancias solamente en algunos, los cuales también están marcados por una falta de espiritualidad en la palabra del Señor; por eso, hemos escuchado decir a los apóstoles al escuchar a Pedro que iba a pescar que ellos también irían. Necesitamos en la Iglesia de hoy propiciar la categoría del encuentro con Cristo porque ahí se encuentra la sinergia de una genuina pastoral según el corazón de Dios. La acción pastoral de la Iglesia deberá ser hoy por hoy una declaración del amor a Dios en acciones concretas y a favor del prójimo.
El tercer punto de nuestra meditación reside en el hecho de que el discípulo de Cristo posee un estilo de vida que marca diferencia con los otros estilos y modos de vivir que el mundo actual ofrece. Si el mundo de hoy está caracterizado por un individualismo y relativismo recalcitrante, el cristianismo debe claramente evidenciar la inclusión del marginado y de los desvalidos, de los hombres y mujeres que a los ojos del mundo no valen un céntimo; además, de la solidez de los principios y valores evangélicos que como piedras angulares se conviertan en las directrices para que los hombres puedan actuar con entera libertad y responsabilidad para ser posible un mundo de relaciones donde la ley sea el amor, la donación y la entrega. Toda la vida cristiana debe ser un testimonio del resucitado aún cuando la muerte se presente como el único camino para gritarlo elocuentemente, de ahí, la sangre de los mártires que derraman su sangre por confesar el nombre de Cristo como aquellos que incruentamente derraman sus fatigas y dolores, llantos y alegrías, zozobras y esperanzas, en una vida que es bella pero al mismo tiempo cruda y dura. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario