lunes, 4 de abril de 2016

"Sean fuertes y valientes de corazón los que esperan en el Señor", Salmo 30/31, 25.



En cierta ocasión mi madre me dijo que 'tenía corazón de pollo' porque vio cómo mi hermano con violencia levantaba sus manos sobre mí, y no reaccioné de la misma forma, sino que solamente determiné tratar de contener su fuerza (furia) y de evitar que sus golpes me hicieran daño. Pero la verdad es que me había dejado perplejo su mirada distorsionada por la violencia, y pude percibir, al menos en ese instante, odio...Al día siguiente, por la tarde, estaba recostado y se acercó todo apenado mi hermano y dejó salir de sus labios una súplica de perdón. Pero en mi corazón experimenté que no había nada que perdonar, pues en verdad no sentía rencor, coraje, o sentimientos parecidos. Recuerdo que le dije: 'no te apures hombre'. 'Ten más cuidado'.
Y esta tarde, después de un tiempo demasiado largo de no venir a casa, al ver a mi madre muy enferma y despidiéndose y encomendándonos los unos a los otros, ha llegado la Palabra del Señor a mi mente resonando poderosamente, y está haciéndome mucho ruido, como martillazos: "Sean fuertes y valientes de corazón los que esperan en el Señor", Salmo 30/31, 25. Y mi corazón está latiendo estrepitosamente, como voces de cascadas, y tengo miedo. Y no sé qué hacer. Solamente he balbuceado: 'dejemos el futuro en las manos del Señor y ocupémonos con El por nuestro presente'.
Sé muy bien que mi Señor está muy cerca de su pueblo y por tanto, de los míos. Se encuentra vivo. Operante en medio de su pueblo y en este momento tengo: ¡Ansias de verlo! Para derramar mi corazón en su presencia, pero su palabra me sale nuevamente al paso y me dice: "Es bueno es esperar en silencio la salvación del Señor", Lamentaciones 3, 26. ¡Dios sea bendito! De repente quiero sacar la espada como Pedro para evitar lo que sedesencadenará pero nuevamente mi Señor me dice: "¿acaso no voy [vas] a beber la copa que el Padre me [te ha] ha dado?", Juan 18, 11. 

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