miércoles, 20 de abril de 2016

"Entonces se levanto Pablo, y haciendo señal de silencio con las manos, les dijo: israelitas y cuánto temen a Dios, escuchen", Hechos 13, 16.



Sorprendente es la estrategia que Pablo utiliza para evangelizar o dar a conocer el nombre de Jesus resucitado a los hombres de su tiempo. Como buen judio entra siempre en la sinagoga, hace incluso uso de su posición, pues le conocen, y no pierde oportunidad para hablar cuando le conceden la palabra.
De hecho, acapara mucho mi atención la lectura que hace de la historia judia, a partir de la resurrección de Jesus o más bien, desde la perspectiva del cumplimiento de las promesas mesiánicas que el Señor Dios había dicho por medio de sus siervos los profetas al pueblo de Israel reconoce y afirma que Jesus es el Mesías prometido.
La historia del pueblo, la historia de los hombres, tú historia personal, mi historia es importante no sólo para saber quién eres y hacia dónde puedes incluso proyectar tu futuro. La historia le da sentido a la identidad de la persona. Las raíces son importantes en un árbol, ¿cuánto lo ha de ser el origen o las raíces de cada persona para saber quién se es y hacia dónde dirigir la propia misión o desarrollo de la propia realización humana?
Si negamos quienes somos siempre seremos imitadores y jamás podremos vivir la propia existencia y eso a la larga termina por fastidiar o cansar. Cuantos hombres y mujeres son infelices simplemente por olvidarse de sus raíces, de su propia historia, no sólo personal, cultural, educacional, religiosa, pues todo tiene que ver con la propia 'constitución' incluso la comida y la lengua. Comprendo ahora, cuan importante es conservar las raíces de un pueblo, de una persona, porque sin ellas no es posible tener vida.
Sin memoria histórica jamás podremos aprender de los propios errores, jamás se sale de los círculos viciosos o de la injusticia. Un pueblo muere cuando se olvida de su historia simplemente porque sin darse cuenta se corrompe. Y la corrupción siempre es dañina. Un pueblo sin historia es débil por carecer de identidad específica y exclusiva. Cuando una persona se avergüenza de sus raíces se convierte en una caricatura de sí mismo.
Señor, que jamás me avergüence de ser quien soy, ayúdame aceptar mi propia fragilidad y debilidad que forman parte junto a mis pecados de mi historia personal. Soy hijo del pueblo, y de uno muy específico, con lengua, cultura, costumbres y estilos de vida propios. Eso dotan, lo entiendo ahora, mi forma de predicar y de anunciar mi fe al mundo. No permitas que me avergüence de mis padres, hermanos y familiares pues con ellos soy uno, único, irrepetible y con gran dignidad. Gracias Señor por permitirme tener igual que tú una raza propia, pues la fe se inculturiza de lo contrario corre el riesgo de ser falsa.

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