jueves, 21 de abril de 2016

"Hermanos míos, descendientes de Abraham, y cuantos temen a Dios: este mensaje de salvación les ha sido enviado a ustedes", Hechos13, 26.


En su predicación el apóstol Pablo reconoce su origen y no lo niega, pues dice: "Hermanos míos". En unas de sus cartas expresamente lo confirma cuando unos predicadores quieren desautorizarlo presumiendo que son auténticos descendientes de Abraham, por eso le llega a decir contundentemente: "Si alguien cree que puede confiar en la carne, yo puedo hacerlo con mayor razón; circuncidado al octavo día; de la raza de Israel y de la tribu deBenjamín; hebreo, hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, un fariseo", Filipenses 3, 4-5.
Pablo nos enseña que es motivo de alegría sentirse parte de un pueblo, de una cultura, de una lengua, de unas costumbres, de una religión, e incluso, sentirse gozoso de saber que su pueblo ha sido elegido por Dios para cumplir sus promesas. Pero al mismo tiempo, descubre el riesgo en el que pueden caer si se consideran merecedor de la salvación de Dios sólo por considerarse parte del pueblo. Por eso clarifica muy bien a los de la Iglesia de Filipos que eso no debe ser así: "Porque los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que ofrecemos un culto inspirado en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, en lugar de poner nuestra confianza en la carne, aunque yo también tengo motivos para poner mi confianza en ella", v. 3. La salvación que Dios ofrece no se limita a unos cuantos o se reduce a un pueblo, si no más bien está abierta a todos los hombres de todos los tiempos, por eso le escuchamos decir a Pablo: "y cuantos temen a Dios", Hechos 13, 26; y consiste en reconocer públicamente que Jesus es el Hijo de Dios, el Mesías que había prometido, el crucificado y el resucitado, vencedor de la muerte, del pecado y de Satanas, Cfr. v. 32-33.
Esta misma idea de vanagloria en la raza para sentirse superior a los otros y dignos solamente algunos cuantos de la salvación que Dios ofrece la rechaza también el evangelio pero ahora por boca de Juan el Bautista, y sus palabras nos revelan otro riesgo en el que se puede caer: pensar que no es necesario ya entrar en el proceso continúo de conversión: "Muestren frutos de un sincero arrepentimiento y no piensen que basta con decir: Nuestro padre es Abraham; pues yo les digo que de estas piedras puede sacar Dios hijos para Abraham", Mateo 3, 8-9. Esto lo dice Juan el Bautista a los fariseos y saduceos que habían ido a bautizarse. Y en este punto, es de suma importancia que no perdamos de vista que aún cuando estemos bautizados y seamos hijos de Abraham por la fe; la fe en Jesucrisro el Hijo de Dios e hijo de Abraham (Cfr. Mateo 1, 1) que derramó su sangre para la salvación de todos. Tenemos la responsabilidad de trabajar arduamente por nuestra vocación y salvación, la cual es una llamada a vivir en santidad, en un apostar continuamente por la vida y por la transformación del ambiente en el que comúnmente nos desenvolvemos. Por eso el apóstol Pablo nos dice: "Este mensaje de Salvación les ha sido enviado a ustedes", Hechos 13, 26. Lo que significa que se espera una respuesta positiva: de aceptación, de gratitud porque el Señor es quien llama y nos dirige el mensaje, de adecuar incluso la propia vida a la palabra proclamada en ese mensaje de Salvación, ahora comprendo un poco más aquellas palabras que el propio Pablo dirigió a la comunidad cristiana de Filipos: "Por tanto, queridos míos, sean obedientes como siempre: no sólo en presencia mía, sino más aún en mi ausencia, trabajando con temor y temblor en su Salvación",Filipenses 2, 12.
Padre te doy gracias, porque has querido que también yo forme parte de tu rebaño gracias al bautismo que he recibido en tu Santo Nombre, en el de tu Hijo y del Espíritu Santo; me has destinado a la Salvación, a una vida contigo en la eternidad, pero hoy, me enseñas a poner todo mi empeño en consolidar mi vocación y misión dando razón siempre de la esperanza fe que proclamamos. Ayúdame a no flaquear y anunciar con mi propia vida el evangelio de la alegría.

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