domingo, 9 de febrero de 2014

“Cada cristiano esta llamado por Cristo a ser sal luminosa en el tiempo que le ha tocado existir”
Cugj.CaliϮ.
Isaías 58, 7-10; Salmo 111/112, 4-9; 1Cor 2, 1-5; Mateo 5, 13-16.


Las palabras que Jesús de Nazaret dice a sus discípulos hemos de enmarcarla en el contexto de las Bienaventuranzas. Recordemos que en las Bienaventuranzas Jesús nos reveló su corazón, y nos enseñó que la dicha y la felicidad acontecen en la vida del hombre y de la mujer que se han atrevido a amar como Él lo hizo.
En dos ocasiones Jesús dice a sus discípulos: «Ustedes son», y lo hace por vez primera cuando los compara con la «Sal», Mateo 5, 13 y por segunda vez al llamarles «luz», v. 14. Así que cuando Jesús dice: «Ustedes son», revela a los discípulos su identidad y su misión. Identidad que encuentran en Aquel que los llama: Sal y luz. Porque como explica san Juan en su evangelio, Jesús de Nazaret es «la luz verdadera que ilumina a todo hombre», 1, 9. Por tanto, los discípulos llegarán a ser luz si hacen propias las actitudes que Jesús ha enseñado en las Bienaventuranzas. ¿Cuáles son esas actitudes que Jesús nos enseña en las Bienaventuranzas?:
-          Pobreza de espíritu que nos sumergen en el mar de la gratuidad y del desprendimiento;
-          La justicia con Dios y con los hombres, es decir, cuando somos conscientes de que cumplo la voluntad de Dios cuando soy prójimo con los hombres de mi tiempo;
-          La misericordia cuando los dolores, sufrimientos y penurias de los hombres no son indiferentes y nos comprometemos para que esa situación cambie;
-          La limpieza de corazón cuando nos esforzamos por continuar viendo en el pecador y malvado la huella de un Dios que es bueno;
-          Los amantes de la paz cuando preferimos callar cuando el otro grita, perdonar cuando el otro ofende, cuando buscamos la reconciliación aunque seamos víctimas de oprobios y diversas humillaciones;
-          El sufrir con paciencia los avatares de la vida incluso las que provoca el prójimo.
Ejercitándonos en estas virtudes hacemos realidad la exhortación que san Pablo nos dice: «vivan como hijos de la luz», Efesios 5, 8 porque sólo cuando los hombres actúen conforme a la Verdad, a la Bondad y la Justicia se convertirán en auténticos hijos de la luz, Cfr., v. 9. Esta misma idea la encontramos en la primera lectura cuando el profeta dice: brille tu luz en las tinieblas, Cfr. Is 58, 10. ¿Cuándo brillará la luz del discípulo en las tinieblas? Cuando se ejercite en las obras de misericordia, es decir, cuando el hombre comparte su pan con el hambriento,  su casa con el que no tiene donde pasar la noche o vivir dignamente, cuando le importa la desnudez de su prójimo y le cubre no sólo con vestidos sino también con cariño, amor, respeto, perdón, tolerancia, compresión y toda clase de afecto. Cuando el discípulo viva el “arte de hacer espaldas” con quien lo necesita, no esperando le pidan ayuda sino que se adelante siempre a las necesidades más básicas de sus contemporáneos. De ahí, que hayamos escuchado decir al Salmista: «Quien es justo, clemente y compasivo, como una luz en las tinieblas brilla», Salmo 111/112, 4.
Quisiera decir algunas cosas más, refiriéndome algunas de las propiedades de la luz y de la sal. Las propiedades de la luz que deseo resaltar son:
-          La rapidez finita, llega en un abrir y cerrar de ojos, así ha de ser el discípulo no ha de tardar para salir al encuentro y cubrir las necesidades de sus hermanos. Empezando por los de casa. No se trata de ser “candil de la calle y oscuridad de la casa”.
-          La refracción, que es el cambio brusco de dirección que sufre la luz al cambiar de medio, al discípulo se le presentarán varios obstáculos que le incitarán a dejar de obrar como realmente conviene, por tanto el discípulo ha de tener la sagacidad para brincar, rodear, superar las pruebas, adversidades que le impedirán que brille. Cuando la luz choca con una superficie liza que le impide penetrar al menos calienta. Pero logra su cometido, así el discípulo de Cristo.
-          Una de las propiedades de la luz más evidentes a simple vista es que se propaga en línea recta. El discípulo deberá actuar siempre con rectitud de conciencia, teniendo siempre presente que Dios ve incluso en las intenciones del corazón. Si la intención de la obra no es recta, honesta, justa aunque la obra sea buena no obtiene de suyo su recompensa.
Dos propiedades que posee en sí misma la sal son:
-          La de dar sabor a lo desabrido y;
-          La evitar que el alimento se corrompa muy fácilmente si se le coloca en gran cantidad y suficientemente.
La sal se disuelve, se dona y se hace comunión para conseguir una trasformación saludable de su entorno. ¡Hermanos! Hay muchas cosas desabridas en nuestro mundo que dejan un pésimo sabor, o se corrompen porque están viciado de egoísmo, de insolidaridad, de cinismo, de injusticia, de mentira, de inhumanidad, etc. El discípulo de Cristo Jesús está llamado a llevar el sabor del Evangelio a estas realidades desabridas de nuestras vidas, para que los hombres descubran que no se trata de puras acciones humanas sino de la finura y la exquisita presencia de un Dios que se hace presente en cada corazón humano por el testimonio de los hijos de la luz, porque el testimonio de los discípulos ponen también en evidencia como dice san Pablo que la fe está cimentada en el poder de Dios, 1Corintios 2, 5. El mundo por el estilo de vida de los cristianos ha de reconocer que Dios actúa con todo su poder, por eso no hemos de olvidar que cada cristiano esta llamado por Cristo a ser sal luminosa en el tiempo que le ha tocado existir.

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