“Es infinita la sabiduría del Señor”
Eclesiástico
15, 18.
Eclesiástico 15, 16-21; Salmo (118), 1-2. 4-5.
17-18. 33-34; 1Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37.
En este domingo nos hemos reunido como
antaño se reunieron la muchedumbre entorno a Jesús de Nazaret. Él está sentado
en la falda del monte, ahí, en su cátedra, nos enseña, como en el pasado lo
hizo Moisés en el monte Sinaí. Moisés entregó al pueblo los mandamientos que el
“dedo” del Señor Dios había escrito en dos tablas de piedra. Ahora el nuevo
Moisés, Jesús de Nazaret, nos ha entregado las Bienaventuranzas como camino de
felicidad (Cfr. Mt 5, 1-12), nos ha dado una identidad y misión al llamarnos
“sal luminosa” (Cfr. Mt 5, 13-16). Ahora nos dice que Él es el auténtico
intérprete de la ley, el que le da su sentido pleno, el correcto, manifestando
así cuál es la voluntad última del Padre. Jesús se revela como el legislador de
la ley. Él nos dice: «No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no
he venido a abolirlos, sino a darles plenitud», v. 17. Jesús no desprecia ni
rechaza la enseñanza que la sabiduría del Antiguo Testamento ofrece sino que se
presenta más bien como quien la actualiza y la hace vigente a los hombres de
hoy. Por lo cuál en la persona de Jesús, en su modo de vivir, en su estilo de
vida podemos no sólo ver sino comprobar que es posible vivir los mandamientos
de la ley de Dios, porque «quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es
el cumplimiento pleno de la ley», Romanos 13, 10. En ese sentido, Jesús no sólo
cumple la ley porque vivió haciendo
el bien sino que además enseña como hacerlo vida por eso es considerado el más grande en el Reino de los cielos, Cfr. 5,
19.
En la segunda
lectura, san Pablo nos presenta a Jesús de Nazaret:
-
Como la sabiduría de Dios porque Él es Hijo de Dios, es la eterna palabra
del Padre que se ha encarnado, en Jesús de Nazaret Dios ha dicho su última
palabra, Cfr. 1Corintios 2, 7.
-
Como la sabiduría misteriosa porque siendo Dios vive como verdadero Hombre, su
Humanidad esconde su Divinidad, Ibíd.
De ahí, que si queremos encontrarnos con Dios hemos de transitar por el Camino
de su Humanidad, dado que solo Él es quien puede conducirnos a la gloria del Eterno Padre, Cfr. Jn 14, 6.
-
Como el Hombre del Espíritu que conoce
lo más profundo de Dios, 1Cor 2, 10.
Por eso nos ayuda a comprender lo que la voluntad de su divina majestad ha
expresado en los mandamientos.
No hemos
de pasar por alto que los mandamientos de la ley de Dios tienen un “espíritu”
que hemos de descubrir para comprender las palabras que san Pablo nos dice en
la segunda lectura: «ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo
que Dios ha preparado para los que lo aman», v. 9 indicando así que el
verdadero sentido de la ley la encontramos en el amor.
Carísimos,
les recuerdo que el amor genuino, verdadero, auténtico se da entre personas
libres. Y como explica el libro del Eclesiástico: «El Señor creó al hombre al
principio y le entregó el poder de elegir», 15, 14. El hombre es libre porque
fue creado por Aquel que es la Libertad Absoluta, por eso se le dice: «Si tú lo
quieres, puedes, guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa
tuya», v. 15. He aquí el drama de la libertad: el saber que no debemos elegir
entre el bien y el mal, sino de lo bueno lo que es mejor. Pero cuando descubrimos
que el hombre capaz de hacer daño, de hacer mal, entonces nos preguntamos: ¿qué ha sucedido? Respondemos: faltó el discernimiento
adecuado, pues no se eligió el mal en sí sino la apariencia de bien que la cosa encerraba en sí misma. Y en este
punto, es fundamental no olvidar que cada decisión y elección que el hombre
realiza es también una decisión y elección sobre la vida y sobre la muerte. De
ahí, que antes de actuar sea necesario pensar, porque el hombre está llamado a
ser en todo momento y en cada circunstancia de su existencia el generador, el promotor,
el custodio de la vida pues Dios «a ninguno le ha mandado ser impío y a ninguno
le ha dado permiso de pecar», v. 21 pues como nos dice san Pablo «el salario
del pecado es la muerte», Romanos 6, 23.
Dios desea
que el hombre ejercite su señorío con responsabilidad, que administre
correctamente los dones que le ha concedido con rectitud y sobretodo con un
profundo respeto. Este señorío del hombre de someter la creación se extiende
también a las relaciones con sus semejantes, consigo mismo y con Dios. Esta es
la nueva actitud que Jesús reclama a todos sus discípulos: una actitud no de
servilísmo sino de auténtico servicio; no una actitud de una persona que se
siente y vive como esclavo sino como un ser que actúa siempre sin temor porque
se ve libre; una actitud que ponga de manifiesto que realiza las cosas no por
obligación sino por, con y en el amor; una actitud que diga que sus relaciones tienen
como fundamento la amistad, la fraternidad, el amor.
Porque si
el amor se coloca a la base de toda relación ya no tiene sentido la ley porque
en ella habrá alcanzado su perfeccionamiento. Pero si el amor no está a la base
de las relaciones interpersonales la ley le recuerda al hombre que está llamado
a amar pues ha sido creado y engendrado por una comunidad Amante. El hombre
debe reconocer que sólo amando es como alcanza su realización, su
perfeccionamiento, su felicidad, pues en el amor el hombre siempre encontrará
su motivación más profunda.
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