domingo, 16 de febrero de 2014

“Es infinita la sabiduría del Señor”
                                                                                                                                                                Eclesiástico 15, 18.
Eclesiástico 15, 16-21; Salmo (118), 1-2. 4-5. 17-18. 33-34; 1Corintios 2, 6-10; Mateo 5, 17-37.
En este domingo nos hemos reunido como antaño se reunieron la muchedumbre entorno a Jesús de Nazaret. Él está sentado en la falda del monte, ahí, en su cátedra, nos enseña, como en el pasado lo hizo Moisés en el monte Sinaí. Moisés entregó al pueblo los mandamientos que el “dedo” del Señor Dios había escrito en dos tablas de piedra. Ahora el nuevo Moisés, Jesús de Nazaret, nos ha entregado las Bienaventuranzas como camino de felicidad (Cfr. Mt 5, 1-12), nos ha dado una identidad y misión al llamarnos “sal luminosa” (Cfr. Mt 5, 13-16). Ahora nos dice que Él es el auténtico intérprete de la ley, el que le da su sentido pleno, el correcto, manifestando así cuál es la voluntad última del Padre. Jesús se revela como el legislador de la ley. Él nos dice: «No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud», v. 17. Jesús no desprecia ni rechaza la enseñanza que la sabiduría del Antiguo Testamento ofrece sino que se presenta más bien como quien la actualiza y la hace vigente a los hombres de hoy. Por lo cuál en la persona de Jesús, en su modo de vivir, en su estilo de vida podemos no sólo ver sino comprobar que es posible vivir los mandamientos de la ley de Dios, porque «quien ama no hace mal al prójimo, por eso el amor es el cumplimiento pleno de la ley», Romanos 13, 10. En ese sentido, Jesús no sólo cumple la ley porque vivió haciendo el bien sino que además enseña como hacerlo vida por eso es considerado el más grande en el Reino de los cielos, Cfr. 5, 19.
En la segunda lectura, san Pablo nos presenta a Jesús de Nazaret:
-          Como la sabiduría de Dios porque Él es Hijo de Dios, es la eterna palabra del Padre que se ha encarnado, en Jesús de Nazaret Dios ha dicho su última palabra, Cfr. 1Corintios 2, 7.
-          Como la sabiduría misteriosa porque siendo Dios vive como verdadero Hombre, su Humanidad esconde su Divinidad, Ibíd. De ahí, que si queremos encontrarnos con Dios hemos de transitar por el Camino de su Humanidad, dado que solo Él es quien puede conducirnos a la gloria del Eterno Padre, Cfr. Jn 14, 6.
-          Como el Hombre del Espíritu que conoce lo más profundo de Dios, 1Cor 2, 10. Por eso nos ayuda a comprender lo que la voluntad de su divina majestad ha expresado en los mandamientos.
No hemos de pasar por alto que los mandamientos de la ley de Dios tienen un “espíritu” que hemos de descubrir para comprender las palabras que san Pablo nos dice en la segunda lectura: «ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió, lo que Dios ha preparado para los que lo aman», v. 9 indicando así que el verdadero sentido de la ley la encontramos en el amor.
Carísimos, les recuerdo que el amor genuino, verdadero, auténtico se da entre personas libres. Y como explica el libro del Eclesiástico: «El Señor creó al hombre al principio y le entregó el poder de elegir», 15, 14. El hombre es libre porque fue creado por Aquel que es la Libertad Absoluta, por eso se le dice: «Si tú lo quieres, puedes, guardar los mandamientos; permanecer fiel a ellos es cosa tuya», v. 15. He aquí el drama de la libertad: el saber que no debemos elegir entre el bien y el mal, sino de lo bueno lo que es mejor. Pero cuando descubrimos que el hombre capaz de hacer daño, de hacer mal, entonces nos preguntamos: ¿qué ha sucedido? Respondemos: faltó el discernimiento adecuado, pues no se eligió el mal en sí sino la apariencia de bien que la cosa encerraba en sí misma. Y en este punto, es fundamental no olvidar que cada decisión y elección que el hombre realiza es también una decisión y elección sobre la vida y sobre la muerte. De ahí, que antes de actuar sea necesario pensar, porque el hombre está llamado a ser en todo momento y en cada circunstancia de su existencia el generador, el promotor, el custodio de la vida pues Dios «a ninguno le ha mandado ser impío y a ninguno le ha dado permiso de pecar», v. 21 pues como nos dice san Pablo «el salario del pecado es la muerte», Romanos 6, 23.
Dios desea que el hombre ejercite su señorío con responsabilidad, que administre correctamente los dones que le ha concedido con rectitud y sobretodo con un profundo respeto. Este señorío del hombre de someter la creación se extiende también a las relaciones con sus semejantes, consigo mismo y con Dios. Esta es la nueva actitud que Jesús reclama a todos sus discípulos: una actitud no de servilísmo sino de auténtico servicio; no una actitud de una persona que se siente y vive como esclavo sino como un ser que actúa siempre sin temor porque se ve libre; una actitud que ponga de manifiesto que realiza las cosas no por obligación sino por, con y en el amor; una actitud que diga que sus relaciones tienen como fundamento la amistad, la fraternidad, el amor.
Porque si el amor se coloca a la base de toda relación ya no tiene sentido la ley porque en ella habrá alcanzado su perfeccionamiento. Pero si el amor no está a la base de las relaciones interpersonales la ley le recuerda al hombre que está llamado a amar pues ha sido creado y engendrado por una comunidad Amante. El hombre debe reconocer que sólo amando es como alcanza su realización, su perfeccionamiento, su felicidad, pues en el amor el hombre siempre encontrará su motivación más profunda.

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