domingo, 2 de febrero de 2014

“Cristiano tú eres candela, tu misión es brillar”
Cugj.CaliϮ.
Malaquías 3, 1-4; Salmo 23/24, 7-10; Hebreos 2, 14-18; Lucas 2, 22-40.
María y José descubren en la ley del pueblo israelita la voluntad de Dios, por eso se esfuerzan por hacerla vida, y este fuerzo indica una profunda reverencia y una gran estima por las palabras de Dios. Las actitudes de María y de José nos revelan que su comportamiento y el contenido de sus vidas quedan determinados por la unión con Dios y por la vinculación con su hijo. Pero ¿por qué José y María se nos presentan como modelos de obediencia a la voluntad divina? Porque ambos saben escuchar la Palabra de Dios. Pero son escuchadores activos no pasivos, es decir ponen por obra lo mandado.
¡Hermanos! No nos engañemos, solamente quien sabe escuchar con atención aprende a obedecer. Ya que la palabra obedecer (ob-audire) implica un sometimiento libre a la palabra pronunciada. Así que como dice san Juan: «quien cumple su palabra, ése ama perfectamente a Dios», 1Juan 2, 5. Y por si acaso preguntas qué palabras debemos cumplir para manifestar a Dios un amor verdadero, te recuerdo las palabras que Jesús el Señor le dijo al joven rico que le había preguntado que buenas obras buenas debería hacer para alcanzar la vida eterna, el Señor le dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no perjurarás, honra al padre y a la madre, y amarás al prójimo como a ti mismo», Mateo 19, 18. ¡Hermano! Sí a ti que me escuchas. Si nos dejáramos guiar por la palabra de Dios, viviríamos sin más complicaciones que aquellas contrariedades que la vida ordinaria nos presenta en el transcurso de cada jornada. Pero como no le hacemos caso a Dios, nuestras vidas se trastornan a causa del pecado y lo que debería ser simple se vuelve complicado, confuso, desastroso y nos consume demasiadas energías. Porque los mandamientos de Dios no son un yugo que privan al hombre de su libertad sino por el contrario como dice el Salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi senderos» 118/119, 105. Dios quiere para nosotros una vida sencilla, transparente, gozosa y feliz, esa es la finalidad de los mandamientos de Dios.
Entonces descubrimos con asombro que el vínculo que existe entre Dios y la familia de Nazaret es por Jesús. Si José y María viven en intimidad con Dios es porque existe una relación muy estrecha con Jesús, que es al final de cuentas la Palabra Eterna del Padre, es decir, José y María son discípulos de la Palabra Viva. Y cada hombre, cada mujer puede llegar también a vivir en plena intimidad con Dios si acoge como es debido su Palabra manifestada en la Persona de Jesús de Nazaret, es más, esa intimidad tiene característica de familiaridad con Jesús pues está escrito: «Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen», Lucas 8, 21.
También en el anciano Simeón visualizamos a un hombre permeado, inundado por el Espíritu de Dios, esforzado por vivir según la voluntad del Altísimo por eso llega a conocer, a tocar con sus propias manos al verdadero Dios en la Persona del niño Jesús, pues como enseña el discípulo Amado en su evangelio: «El Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena», Juan 16, 13. Y el texto del evangelio que escuchamos es claro y dice que Simeón era un hombre honrado, piadoso, de esperanza y que «se guiaba por el Espíritu Santo», Lucas 2, 25. En esta misma línea, los discípulos del Señor debemos aprender a discernir sobre cuál es la mejor manera de obrar en cada situación, pero dicho discernimiento es imposible de lograr si no se hace con referencia explícita a la Palabra de Dios, pues ella contiene en sí mismo el Espíritu de Dios.
El evangelio nos presenta a Simeón también como hombre de esperanza y confianza rotunda en el Señor. Solamente el hombre que es paciente sabe esperar y quien espera en el Señor jamás queda defraudado, al final de sus días se le cumple aquella promesa que el Espíritu Santo había prometido: «que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor», v. 26. Continuamente nos desesperamos porque las cosas no salen bien y nos preguntamos si vale la pena a esperar a que Dios actúe en este mundo hostil, lleno de injusticias y de sufrimiento. Y terminamos por perder la esperanza porque no vemos cambio alguno. Hoy la espera del viejo Simeón nos enseña que Dios actúa en el momento justo y adecuado.
Entonces, si Simeón dice que Jesús es la Salvación de todos los pueblos y le llama luz, ¿por qué esta luz no brilla con la intensidad que debería? O será acaso que ¿Jesús no es luz y Simeón sólo ha exagerado? Pero Jesús dice de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida», Juan 8, 12. Descubrimos entonces que si el mundo vive en oscuridad es porque no se ha dejado iluminar por la Palabra de Dios, no vive ni actúa conforme a esta Palabra.
Con tristeza hemos de reconocer que si nuestro mundo continúa en oscuridad es a causa de que no se está actuando de buena manera y en ese sentido no se cumple el deseo de Jesús: «Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres», Mateo 5, 16, pero ¿por qué dice Jesús esto? Porque sus discípulos son también luz, pues les dijo: «Ustedes son la luz del mundo», v. 14. Para indicar que la luz son las buenas obras.
Con vergüenza hemos de decir que algunos cristianos católicos por no decir la inmensa mayoría están permeados, imbuidos en la mentalidad de este mundo que se opone cada vez más a Dios, una mentalidad permisiva que tolerando el mal y promoviéndolo adiestra y siniestra no sólo se echan a espaldas los mandatos del Señor sino que no dejan brillar la luz de Cristo. Y pasamos por alto que en la manera como actuamos manifestamos si en verdad somos seguidores de Cristo, pero muchos caminamos en la apariencia, lejos rotundamente de la verdad, cumpliéndose lo que Simeón le dijo a María: «Mira, este niño...será signo de contradicción y así se manifestarán claramente los pensamientos de todos. En cuanto a ti, una espada te atravesará el corazón», Lucas 2, 34-35. La Virgen Madre continúa sufriendo por su Hijo, porque pareciera que su muerte ha sido en vano.
María como Madre de Jesús y de nosotros jamás estará de acuerdo y ni se sentirá alegre mientras sus hijos la honren con palabras, con música, cohetes, pero con el corazón llenos de injusticias, de odios, de rencor, de toda clase de perversión y de pecado, con un corazón frío donde Dios está completamente ausente.
Y sin embargo, a pesar de estas situaciones grises, María y José nos continúan ofreciendo a su Hijo. Lo ofrecen a Dios y al mundo, es decir lo consagran a Dios porque son conscientes de que Jesús nos les pertenece, ha sido un Don del Padre, y ha ellos ha sido confiado para que con su apoyo el niño se vaya preparando y logre realizar su vocación, es decir, el sueño que Dios tiene para cada hombre y mujer. Lo ofrecen al mundo para ejemplificar que si se puede realizar la voluntad de Dios en el tiempo del hombre.
Y ese sentido nos es muy elocuente la figura de la profetisa Ana de la tribu de Aser, v. 36 pues para ese tiempo su tribu se había contaminado con el paganismo y Ana, símbolo de todo hombre y de toda mujer que desea consagrarse al Señor pero viviendo con valentía en este mundo secular, sin abandonar por ello su vocación específica – de amas de casa, padres de familia, solteros, viudos, ingenieros, médicos, abogados, políticos, etc. – nos enseña que debemos distanciarnos de todas aquellas cosas que nos impiden permanecer en la fidelidad del Señor, Cfr. Pbro. Fernando Armellini, Biblista.
Por lo tanto, debemos esforzarnos y hacer hasta lo imposible o lo inimaginable para testimoniar que somos hijos de la luz y del día sin ocaso. Y que como cristianos somos candela y nuestra misión es la de brillar.

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