“Sus mujeres le desviaron el corazón hacia
otros dioses”
1Reyes 11, 4.
1Reyes 11, 4-13; Salmo 105/106, 3-4. 35-37.
40; Marcos 7, 24-30.
Nuestras debilidades –y también
nuestras heridas más profundas– pueden hacer que abandonemos nuestros grandes
proyectos, que boicoteemos nuestros sueños, que perdamos el rumbo y que traicionemos
nuestros pactos.
Cuando
las debilidades están muy acentuadas y arraigadas en la persona siempre causarán
daños y no importa si dicha persona sea la más sabia del mundo, la más recta,
la más buena, la más santa, su voluntad terminará por debilitarse a tal grado
de llegar a realizar cosas que jamás había pensado, imaginado o ideado. Situaciones
que posteriormente le causarán vergüenza, enojo, tristeza y sobretodo
sentimientos de culpabilidad.
Pero
la verdad es que quizás se deba a lo que en física se conoce como la impenetrabilidad de los cuerpos, es
decir, «a la resistencia que opone un cuerpo a que otro ocupe su lugar en el
espacio; ningún cuerpo puede ocupar al mismo tiempo el lugar de otro». Esto me
hace pensar entonces en la fuerza que pueda desplazar al cuerpo para su espacio
pueda ser ocupado por otro. Una idea-fuerza es quien puede desplazar otra idea si
la razón reconoce que conviene y quiere asumirla, eso lo deduzco por el hecho
que el escritor sagrado dice: «pero Salomón no observó cuanto le había mandado
el Señor», 1Reyes 11, 10, porque el Señor ya no tenía lugar en el corazón del
rey israelita. Cuando la persona a quien decimos amar ya no ocupa nuestros
pensamientos ni está incluida en los proyectos personales es signo de que algo
anómalo esta pasando: ¿será que la costumbre
ha hecho acto de presencia?¿Será porque otra persona ha aparecido en el
horizonte?¿Se ha perdido el sentido y la ilusión?¿Qué será?
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