miércoles, 5 de febrero de 2014

“Somos vasijas de barro que necesitamos ser moldeados continuamente para alcanzar perfección y realización humana”
Cugj.CaliϮ.
Sabiduría 3, 1-9; Salmo 123; 2Cor 4, 7-15; Lucas 9, 23-26.
Las vasijas de barro que hemos escuchado en la primera lectura evocan que el hombre ha sido tomado del polvo de la tierra cuando fue creado por Yahvé: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo», Génesis 2, 7. El varón como la mujer ha recibido de Dios su existencia, su vida y sólo en Él alcanzará su realización y felicidad. El varón y la mujer han sido llamados a la eternidad por un Dios que es la misma Eternidad. Su cuerpo, el barro del que está hecha la vasija ha recibido aliento de vida y por este maravilloso prodigio se ha convertido el hombre en un ser vivo, pues el aliento de vida  que ha recibido es un “Espíritu Vivificador”.
 Y este “Espíritu vivificador” que ha recibido como don de Dios le hace un ser vivo distinto a los demás creaturas que Dios había hecho con anterioridad. Y gracias a este “Espíritu vivificador” el hombre está llamado a generar vida en todo lo que realiza. Porque el hombre posee por voluntad del Dios creador, el poder de imprimirle a las cosas que salen de sus manos vida. Cuando el hombre trabaja deja parte de su espíritu en lo que hace. Así por ejemplo, cuando compro unos zapatos, no sólo adquiero la mercancía sino parte del “espíritu” del hombre que lo realizó, ese hombre que hizo los zapatos no me conoce pero le hizo bien a mis pies y por eso le estoy agradecido. Pero el hombre está llamado hacer “el bien” sin esperar nada a cambio. El zapatero hizo un bien pero ya sido recompensado por ello, pues ha recibido un salario. Estamos llamados hacer el bien y esperar el pago de nuestras obras no de los hombres sido de Dios. ¡Hermanos! Cuando el varón y la mujer hacen el bien sin ningún otro interés más que la de servir a Dios en sus hermanos manifiestan con claridad y transparencia lo divino que hay en ellos.
Pero la vasija de barro también evoca aquel pasaje del profeta Jeremías, el del taller del alfarero. Donde el profeta descubre que: «a veces, trabajando el barro [el alfarero], le salía mal una vasija; entonces hacía otra vasija, como mejor le parecía. [El Señor le dijo:] Como está el barro en manos del alfarero, así están ustedes en mis manos», 18, 4-6. Teniendo en cuenta este pasaje profético y lo que hemos afirmado líneas arriba, acerca de que el hombre está llamado hacer el bien, nos da pie para subrayar lo siguiente: cuando el hombre siguiendo los impulsos de su corazón, impulsos desordenados que le incitan a obrar el mal y termina haciéndolo, se asemeja a una vasija rota, deforme, que es incapaz de acoger con generosidad al otro. Y cuando el hombre reconoce sus errores y asume como es debido sus compromisos y responsabilidades, esforzándose continuamente por re-componer en la medida de lo posible el daño que ha ocasionado con sus acciones, se asemeja no sólo a una vasija re-construida sino que incluso se parece un tanto al mismo al farero porque re-toma su destino en sus manos con fe, esperanza y nuevas ilusiones de amor.
Y sin embargo, el destino del hombre, su realización y felicidad no dependen únicamente de él, hay muchas variables que juegan un papel determinante en su historia personal y que condicionan dentro de lo posible su estabilidad no sólo física, moral, psicológica, emocional sino también espiritual. Porque si el hombre no está bien consigo mismo no podrá jamás experimentar la auténtica felicidad.
De tal manera, que si el hombre deja que el pecado corrompa lo bueno que hay en él, siempre se verá dividido, no sólo en sí mismo sino también respecto a Dios, al mundo de los hombres y con la naturaleza misma porque todo lo que realizará a partir de este estado de pecaminosidad estará permeado de este mismo espíritu negativo. ¡Cosa inaudita! El hombre puede cometer el pecado pero no puede liberarse por sí mismo de la maldad, necesita de una fuerza más grande, liberadora y que actúe siempre a su favor poniéndole un límite al mal. Esta fuerza liberadora es la gracia de Dios que brota del costado de Cristo Jesús el Señor. De la misma manera, pero en otro sentido, si el hombre experimenta deterioro en su salud física deberá acudir al Médico para que le ayude a resolver su problema. Por estos simples hechos, reconocemos que la realización y la perfección humana no depende únicamente del deseo personal del sujeto sino de la capacidad de relacionarse con los otros –Dios, mundo y hombres– que ante todo deberá ser una sana y equilibrada relación. Por este motivo, reconozco que Dios juega un papel importantísimo en el proyecto personal de vida de cada hombre y de cada mujer de todos los tiempos.
San Pablo nos ha dicho: «Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos», 2Corintios 4, 7. ¿Qué tesoro llevamos? “El Espíritu de vida”: la fe en Jesús de Nazaret. Esta fe en Jesús de Nazaret es la que nos da la fuerza necesaria para que en medio de los avatares de la vida: que nos colocan en diversas pruebas, en graves preocupaciones, que nos hostigan y persiguen y no nos dan respiro, que nos hacen sucumbir una y otra vez, no seamos derrotados, aplastados, ni nos sintamos desamparados ni aniquilados, Cfr. v. 8-10.
Creer en Jesús de Nazaret no significa que estemos libres de sufrimiento, sino que el dolor y las encrucijadas de la vida se asumen desde una nueva perspectiva, desde la fe, desde la esperanza, desde el amor de Dios que está con nosotros. Creer en Jesús de Nazaret es seguirle por el camino de la Cruz. La fe en Jesús de Nazaret requiere de la respuesta libre y amorosa del hombre. A Jesús de Nazaret no se le sigue para que nos de libertad sino en libertad. Porque libres somos, el Señor Dios pagó nuestro rescate con gran precio, la sangre preciosa de su Hijo Amado: Jesús de Nazaret. El Hijo de Dios va con nosotros, Él así lo ha querido, y lo ha dejado ver al asumir nuestra naturaleza humana, al hacerse uno como nosotros, en Jesús de Nazaret Dios se ha unido de tal manera al hombre que ya no puede separarse del hombre ni de la mujer, aunque estos vayan por caminos distintos al querer de Dios.
¡Hermanos! En Jesús de Nazaret descubrimos el camino de regreso a la casa del Padre, de ese Dios creador. Descubrimos como Dios desea que hagamos el bien en cada instante y momento de nuestra existencia terrena. El Dios creador en Jesús de Nazaret nos presenta el modelo para hacer el bien, para infundir en cada actuación el “espíritu que da la vida”. Por eso hemos escuchado decir a Jesús: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga», Lucas 9, 23. Jesús dice:
-          No se busque a sí mismo, es decir, el hombre está llamado actuar no por impulsos de sus más íntimos, legítimos y buenos caprichos, ni tampoco sólo por la realización de sus propios intereses, sino que está llamado actuar siempre para hacer el bien al otro, para enriquecerlo, ayudarlo a ser mejor cada día. Está llamado a vivir en total apertura al prójimo.
-          Tome su cruz de cada día, afrontando su realidad y re-descubriendo en ellas la voluntad de Dios. Las cosas no pasan así porque sí. La realidad misma nos ayuda a madurar, a crecer, a forjarnos. “El chiste” reside en saber abordarlo desde la plataforma adecuada, desde una perspectiva positiva. Desde la manera como Dios lo ve. En el nombre de Jesús el hombre está llamado a remar en el mar de la vida. Tomar la cruz es renunciar hacer el mal y esforzarse por hacer el bien.
-    Me siga, vamos detrás de Jesús, Dios sabe lo que nos conviene y el camino por donde podemos sacar mejor provecho. El sendero por donde podemos realizarnos eficazmente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario