“Somos vasijas de
barro que necesitamos ser moldeados continuamente para alcanzar perfección y
realización humana”
Cugj.CaliϮ.
Sabiduría
3, 1-9; Salmo 123; 2Cor 4, 7-15; Lucas 9, 23-26.
Las vasijas de barro que hemos escuchado en
la primera lectura evocan que el hombre ha sido tomado del polvo de la tierra
cuando fue creado por Yahvé: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre con
arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió
en un ser vivo», Génesis 2, 7. El varón como la mujer ha recibido de Dios su
existencia, su vida y sólo en Él alcanzará su realización y felicidad. El varón
y la mujer han sido llamados a la eternidad por un Dios que es la misma
Eternidad. Su cuerpo, el barro del que está hecha la vasija ha recibido aliento de vida y por este maravilloso
prodigio se ha convertido el hombre en un
ser vivo, pues el aliento de vida que ha recibido es un “Espíritu Vivificador”.
Pero la vasija
de barro también evoca aquel pasaje del profeta Jeremías, el del taller del
alfarero. Donde el profeta descubre que: «a veces, trabajando el barro [el alfarero], le salía
mal una vasija; entonces hacía otra vasija, como mejor le parecía. [El Señor le
dijo:] Como está el barro en manos del alfarero, así están ustedes en mis manos»,
18, 4-6. Teniendo en cuenta este pasaje profético y lo que hemos afirmado líneas
arriba, acerca de que el hombre está llamado hacer el bien, nos da pie para
subrayar lo siguiente: cuando el hombre siguiendo los impulsos de su corazón,
impulsos desordenados que le incitan a obrar el mal y termina haciéndolo, se
asemeja a una vasija rota, deforme, que es incapaz de acoger con generosidad al
otro. Y cuando el hombre reconoce sus errores y asume como es debido sus
compromisos y responsabilidades, esforzándose continuamente por re-componer en
la medida de lo posible el daño que ha ocasionado con sus acciones, se asemeja
no sólo a una vasija re-construida sino que incluso se parece un tanto al mismo
al farero porque re-toma su destino en sus manos con fe, esperanza y nuevas
ilusiones de amor.
Y sin embargo, el destino del hombre, su
realización y felicidad no dependen únicamente de él, hay muchas variables que
juegan un papel determinante en su historia personal y que condicionan dentro
de lo posible su estabilidad no sólo física, moral, psicológica, emocional sino
también espiritual. Porque si el hombre no está bien consigo mismo no podrá jamás
experimentar la auténtica felicidad.
De
tal manera, que si el hombre deja que el pecado corrompa lo bueno que hay en él,
siempre se verá dividido, no sólo en sí mismo sino también respecto a Dios, al
mundo de los hombres y con la naturaleza misma porque todo lo que realizará a
partir de este estado de pecaminosidad estará permeado de este mismo espíritu
negativo. ¡Cosa inaudita! El hombre puede cometer el pecado pero no puede
liberarse por sí mismo de la maldad, necesita de una fuerza más grande,
liberadora y que actúe siempre a su favor poniéndole un límite al mal. Esta
fuerza liberadora es la gracia de Dios que brota del costado de Cristo Jesús el
Señor. De la misma manera, pero en otro sentido, si el hombre experimenta
deterioro en su salud física deberá acudir al Médico para que le ayude a
resolver su problema. Por estos simples hechos, reconocemos que la realización
y la perfección humana no depende únicamente del deseo personal del sujeto
sino de la capacidad de relacionarse con los otros –Dios, mundo y hombres– que
ante todo deberá ser una sana y equilibrada relación. Por este motivo,
reconozco que Dios juega un papel importantísimo en el proyecto personal de
vida de cada hombre y de cada mujer de todos los tiempos.
San
Pablo nos ha dicho: «Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea
que esta fuerza tan extraordinaria proviene de Dios y no de nosotros mismos»,
2Corintios 4, 7. ¿Qué tesoro llevamos?
“El Espíritu de vida”: la fe en Jesús de Nazaret. Esta fe en Jesús de Nazaret es
la que nos da la fuerza necesaria para que en medio de los avatares de la vida:
que nos colocan en diversas pruebas, en graves preocupaciones, que nos hostigan
y persiguen y no nos dan respiro, que nos hacen sucumbir una y otra vez, no
seamos derrotados, aplastados, ni nos sintamos desamparados ni aniquilados,
Cfr. v. 8-10.
Creer
en Jesús de Nazaret no significa que estemos libres de sufrimiento, sino que el
dolor y las encrucijadas de la vida se asumen desde una nueva perspectiva,
desde la fe, desde la esperanza, desde el amor de Dios que está con nosotros.
Creer en Jesús de Nazaret es seguirle por el camino de la Cruz. La fe en Jesús
de Nazaret requiere de la respuesta libre y amorosa del hombre. A Jesús de
Nazaret no se le sigue para que nos de libertad sino en libertad. Porque libres
somos, el Señor Dios pagó nuestro rescate con gran precio, la sangre preciosa
de su Hijo Amado: Jesús de Nazaret. El Hijo de Dios va con nosotros, Él así lo
ha querido, y lo ha dejado ver al asumir nuestra naturaleza humana, al hacerse
uno como nosotros, en Jesús de Nazaret Dios se ha unido de tal manera al hombre
que ya no puede separarse del hombre ni de la mujer, aunque estos vayan por
caminos distintos al querer de Dios.
¡Hermanos! En Jesús de Nazaret descubrimos el
camino de regreso a la casa del Padre, de ese Dios creador. Descubrimos como
Dios desea que hagamos el bien en cada instante y momento de nuestra existencia
terrena. El Dios creador en Jesús de Nazaret nos presenta el modelo para hacer
el bien, para infundir en cada actuación el “espíritu que da la vida”. Por eso
hemos escuchado decir a Jesús: «Si alguno quiere acompañarme, que no se busque
a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga», Lucas 9, 23. Jesús dice:
-
No
se busque a sí mismo, es decir, el hombre está llamado
actuar no por impulsos de sus más íntimos, legítimos y buenos caprichos, ni
tampoco sólo por la realización de sus propios intereses, sino que está llamado
actuar siempre para hacer el bien al otro, para enriquecerlo, ayudarlo a ser
mejor cada día. Está llamado a vivir en total apertura al prójimo.
-
Tome
su cruz de cada día, afrontando su realidad y
re-descubriendo en ellas la voluntad de Dios. Las cosas no pasan así porque sí.
La realidad misma nos ayuda a madurar, a crecer, a forjarnos. “El chiste”
reside en saber abordarlo desde la plataforma adecuada, desde una perspectiva
positiva. Desde la manera como Dios lo ve. En el nombre de Jesús el hombre está
llamado a remar en el mar de la vida. Tomar la cruz es renunciar hacer el mal y
esforzarse por hacer el bien.
- Me siga, vamos detrás de Jesús, Dios sabe lo que nos
conviene y el camino por donde podemos sacar mejor provecho. El sendero por
donde podemos realizarnos eficazmente.
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