“Cada uno
es tentado por el propio deseo que lo arrastra y seduce”
Santiago
1, 14.
Santiago
1, 12-18; Salmo 93/94, 12-15. 18-19;
Marcos 8, 14-21.
El grito de la tentación es
ensordecedor sólo para quien la experimenta, la voz de la tentación aunque
sutil enclaustra y envuelve, no permite escuchar otras voces, martillea hasta
lograr la posesión del sujeto. Una vez que ha logrado esto, significa que la
razón y la voluntad ya han justificado el deseo, por eso se han dejado
arrastrar y seducir, ahora sólo es cuestión de tiempo para “parir al hijo de
las entrañas”. ¿Quién ayudará a concebir?
Siempre existirá un acomedido que lo facilite todo, pues en el camino de la
vida el hombre no marcha solo y al final todo se comparte.
Y después
del “retozo” aparece el “mocoso”: la
cruda realidad, que se afronta con remordimientos y vergüenza, o bien, con gusto y, es cuando se transita no por
vías alternas sino por la única salida que se logra ver: el circulo vicioso, del cual no todos tienen la fortuna de salir.
Pero hasta
aquí, el hombre ha caminado bajo sus propios criterios, ha sentido el peso de
la tentación, nunca ha estado sólo siempre estuvo acompañado, lo cierto es que
la compañía no fue la adecuada. Pues el Salmista dice:«cuando decía: “mi pie
vacila”, tu fidelidad, Señor, me ha sostenido», 93/94, 18. El Señor está
siempre dispuesto a socorrernos, sólo es necesario pedírselo, escucharlo y
obedecerlo, Cfr. v. 14.
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