martes, 18 de febrero de 2014

“Cada uno es tentado por el propio deseo que lo arrastra y seduce”
Santiago 1, 14.
Santiago 1, 12-18;  Salmo 93/94, 12-15. 18-19; Marcos 8, 14-21.
El grito de la tentación es ensordecedor sólo para quien la experimenta, la voz de la tentación aunque sutil enclaustra y envuelve, no permite escuchar otras voces, martillea hasta lograr la posesión del sujeto. Una vez que ha logrado esto, significa que la razón y la voluntad ya han justificado el deseo, por eso se han dejado arrastrar y seducir, ahora sólo es cuestión de tiempo para “parir al hijo de las entrañas”. ¿Quién ayudará a concebir? Siempre existirá un acomedido que lo facilite todo, pues en el camino de la vida el hombre no marcha solo y al final todo se comparte.
Y después del “retozo” aparece el “mocoso”: la cruda realidad, que se afronta con remordimientos y vergüenza, o bien,  con gusto y, es cuando se transita no por vías alternas sino por la única salida que se logra ver: el circulo vicioso, del cual no todos tienen la fortuna de salir.
Pero hasta aquí, el hombre ha caminado bajo sus propios criterios, ha sentido el peso de la tentación, nunca ha estado sólo siempre estuvo acompañado, lo cierto es que la compañía no fue la adecuada. Pues el Salmista dice:«cuando decía: “mi pie vacila”, tu fidelidad, Señor, me ha sostenido», 93/94, 18. El Señor está siempre dispuesto a socorrernos, sólo es necesario pedírselo, escucharlo y obedecerlo, Cfr. v. 14.

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