jueves, 6 de febrero de 2014

“Guarda las consignas del Señor, tu Dios...para que tengas éxito en todas tus empresas, adondequiera que vayas”
1Reyes 2, 3.
1Reyes 2, 1-4. 10-12; Salmo 1Crónicas 29, 10-12; Marcos 6, 7-13.
Existe una enseñanza muy antigua que reza así: «guarda el orden y el orden te guardará a ti». Una sentencia que busca que el hombre viva con sentido, con metas y sueños claros que jalonen su historia personal. Vivir con un sentido auténtico significa que la existencia está nutrida de genuinos significados que alejan de nuestro entorno los remordimientos y sentimientos de culpabilidad así como toda clase de frustraciones. Una vida ordenada y armónica que sea el antídoto contra los imprevistos, los cuales son eventos desafiantes que consumen una alta cantidad de energía y que cuando no se afrontan adecuadamente sumergen en la desesperación y en la intranquilidad al sujeto que la padece.
La muerte es de esos eventos que todos hemos de afrontar un día aun cuando no sepamos cuando. Sabemos que un día moriremos pero no pensamos en ello, nos da miedo o temor tocar el tema privándonos de esta manera de poder poner en marcha una actitud preventiva. Y sin embargo, es lícito preguntarse hasta ¿qué punto es posible prever el morir? Quizás nuestra muerte no, pero sí algunos eventos que podrían desencadenarse después de nuestro deceso.
Y la primera lectura nos da mucha luz al respecto. El primer libro de los reyes abre su primer capítulo diciéndonos que David era un anciano, y por más ropa que le echaban encima, no entraba en calor, Cfr. 1Reyes 1, 1. El rey ha llegado a un punto en el que parece que no toma ya las disposiciones de su reino y de su persona. Son otros quienes tienen el atrevimiento de decidir por él. Así por ejemplo, sus cortesanos deciden que para regularle la temperatura corporal al anciano rey sería mejor conseguirle a una joven, Cfr. v. 2; mientras que Adonías su hijo ambicionando el trono se proclamó rey, Cfr. v. 11. Pero es la intervención del profeta Natán y la presión de Betsabé que hacen que el rey vuelva a estar al día y ordene todo como en verdad convenía, Cfr. v. 14ss.
Y lo primero, que realiza es librar al pueblo de la ambigüedad, del temor de las luchas internas que pudiesen acarrear desgracias por la inseguridad de no contar con un heredero al trono. Con un heredero legítimo no sólo se garantiza la paz interna sino que se encamina al pueblo a la prosperidad, al crecimiento y al desarrollo. Con una dinastía fuerte, sólida y consolidada el pueblo se siente protegido y amado, Cfr. v. 34. El anciano rey por las circunstancias tan apremiantes se vio en la necesidad de heredar. La herencia es un patrimonio que deberá ser no sólo cuidado, protegido sino trasmitido adecuadamente para que el esfuerzo y el afán no se torne vano y superfluo. ¡Cuántas familias existen que están desunidas y en pleitos por cuestiones de herencia! Aprendamos a trasmitir lo más valioso que tengamos en pro de una vida en paz y en unidad, de fraternidad y solidaridad.
En segundo lugar, se encuentra el consejo que David da su hijo Salomón: «Guarda las consignas del Señor, tu Dios...para que tengas éxito en todas tus empresas, adondequiera que vayas», 1Reyes 2, 3. Los mandamientos del Señor pretenden ser un camino que le permita al hombre vivir sin grandes obstáculos y sin complicaciones excesivas. Porque los obstáculos y las complicaciones están al orden del día, pero muchas problemáticas son previsibles y totalmente evitables, y eso es lo que pretenden los mandatos del Señor: que se viva sin sobrecargas.
David gobernó cuarenta años en Israel, Cfr. v. 11, pero no nació sabiéndolo, lo tuvo que aprender y dicho aprendizaje implicó errores, horrores, pecados, aciertos, victorias, derrotas, etc. ¡Cuarenta años! Un tejido de experiencias, baluarte donde Salomón puede encontrar refugio para consolidar su reino. Salomón debe tener presente la historia de su pueblo, de su padre para desempeñarse mejor, para orientarse mejor, porque «para trazar la ruta hacia el lugar donde nos dirigimos, es necesario saber de dónde vengo y dónde estoy», Demián Bucay.
El texto señala que «David fue a reunirse con sus antepasados», v. 10 para indicar que murió en paz con todos:
-          Con Dios, pues pidió perdón y enmendó su vida,
-          Con su familia, dejó una herencia que le garantizará estabilidad en todos los aspectos humanos,
-          Con su pueblo, dejó un reino fuerte, estable y a un rey sabio, etc.
No todos tendremos esta dicha de morir dejando todo en orden, estando bien con todos y en casa. ¡Dios nos conceda esta dicha! Necesitamos continuamente pedírselo.

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