sábado, 8 de febrero de 2014

“Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa impartir justicia a tu pueblo y distinguir el bien del mal”
1Reyes 3, 9.
1Reyes 3, 4-13; Salmo 118/119, 9-14;  Marcos 6, 30-34.
El rey dejó la comodidad de su palacio en Jerusalén y se encaminó hacia Gabaón donde se encontraba el santuario principal de su reino, en aquel altar, ofreció sacrificios a YHWH. Y ante esa solicitud del rey el Señor se hizo el encontradizo, Cfr. 1Reyes 3, 4. Aparentemente, es el rey quien toma la iniciativa pero en realidad no es así, pues está escrito:«es Dios quien, según su designio, produce en ustedes los buenos deseos y quién les ayuda a llevarlos acabo», Filipenses 2, 13. Es importante subrayar que la búsqueda del Trascendente está impresa en lo más íntimo de la persona, pues el hombre no sólo es cuerpo sino también espíritu. Y estas dos dimensiones constitutivas de su ser, lo convierte en un ser espiritual y al mismo tiempo en un ser estructuralmente social.
Es así, como podemos constatar que el hombre está facultado para entrar siempre en relación, con Dios, con el mundo, con los hombres. Y es en la medida como establezca dicha relaciones como se refina, se pule, es decir, se perfecciona y se realiza. Porque el hombre será siempre un indigente y necesitará de los otros no sólo para reafirmarse sino para hacerse. El hombre es siempre un ser que vive en tensión, por su cuerpo «al polvo» -tiene hambre, sed, frío, dolor, etc.- pues de allí fue tomado mientras que por su espíritu a Dios porque de Él ha recibido «aliento de vida» -le apasiona la música, la lectura, el arte, el cine, fe, etc.- Cfr. Génesis 2, 7. Por lo que deberá atender siempre estas dos dimensiones sino desea vivir perdido y sin sentido.
Este pasaje de la escritura que estamos meditando nos revela también que YHWH es un Dios relacional, le gusta estar en contacto y plena comunicación con el hombre. Es un Dios que está en apertura y en total escucha. Por tanto, si se le llama responde, habla: «pídeme lo que quieras», 1Reyes 3, 5. Dios habla en la «noche» y en el «sueño», para indicar lo maravilloso y el misterio que representa su comunicación.
En la «noche» donde los sentidos están “dormidos”, en el momento en que se escucha simplemente el respirar y la melodía rítmica del corazón, es decir, cuando el hombre acalle las otras voces, los ruidos, cuando es capaz de escucharse así mismo, cuando ya no le hace rumor y fastidio “la carne” sólo entonces estará en grado de ver a Dios y de escucharlo hablar. En el «sueño», donde la fantasía resplandece, donde no hay imposibles, donde todo puede suceder, donde la fe está a todo lo que da, para indicar que Dios está comprometido con el hombre hasta el fondo, no habla ni actúa fuera del mundo de lo humano. Dios habla siempre y es capaz de verlo y escucharlo quien es capaz de vencer todos los obstáculos. Y en el «sueño» el hombre es invisible, es fuerte, es poderoso, es hombre de fe.
Salomón responde, el diálogo es oración, es encuentro de corazones palpitantes, de voluntades amantes. ¿Pero que pedirle a Dios cuando  las necesidades son muchas? Hay que priorizar, no se puede tener todo en esta vida, así como no se puede disfrutar todo al mismo tiempo como tampoco se pueden saciar simultáneamente todos los anhelos del corazón humano. Saber pedir es saber dar en el clavo, no es atinar, es conocer la dirección correcta. Es pedir “lo básico” para que lo “secundario” pueda acontecer. El rey pide un corazón dócil, es decir, pide la exquisitez de saber escuchar, de dejarse guiar, de obedecer, todo ello para saber hacer y vivir en justicia, Cfr. v. 9. Y ¿tú sabes que te conviene pedir?

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