“Concede a tu siervo
un corazón dócil, para que sepa impartir justicia a tu pueblo y distinguir el
bien del mal”
1Reyes
3, 9.
1Reyes
3, 4-13; Salmo 118/119, 9-14; Marcos 6,
30-34.
El rey dejó la comodidad de su
palacio en Jerusalén y se encaminó hacia Gabaón donde se encontraba el
santuario principal de su reino, en aquel altar, ofreció sacrificios a YHWH. Y
ante esa solicitud del rey el Señor se hizo el encontradizo, Cfr. 1Reyes 3, 4.
Aparentemente, es el rey quien toma la iniciativa pero en realidad no es así,
pues está escrito:«es Dios quien, según su designio, produce en ustedes los
buenos deseos y quién les ayuda a llevarlos acabo», Filipenses 2, 13. Es
importante subrayar que la búsqueda del Trascendente está impresa en lo más íntimo
de la persona, pues el hombre no sólo es cuerpo sino también espíritu. Y estas dos dimensiones
constitutivas de su ser, lo convierte en un ser espiritual y al mismo tiempo en
un ser estructuralmente social.
Es así, como podemos
constatar que el hombre está facultado para entrar siempre en relación, con
Dios, con el mundo, con los hombres. Y es en la medida como establezca dicha
relaciones como se refina, se pule, es decir, se perfecciona y se realiza. Porque
el hombre será siempre un indigente y necesitará de los otros no sólo para
reafirmarse sino para hacerse. El hombre es siempre un ser que vive en tensión,
por su cuerpo «al polvo» -tiene hambre, sed, frío, dolor, etc.- pues de allí
fue tomado mientras que por su espíritu a Dios porque de Él ha recibido «aliento
de vida» -le apasiona la música, la lectura, el arte, el cine, fe, etc.- Cfr. Génesis
2, 7. Por lo que deberá atender siempre estas dos dimensiones sino desea vivir
perdido y sin sentido.
Este pasaje de la
escritura que estamos meditando nos revela también que YHWH es un Dios
relacional, le gusta estar en contacto y plena comunicación con el hombre. Es
un Dios que está en apertura y en total escucha. Por tanto, si se le llama
responde, habla: «pídeme lo que quieras», 1Reyes 3, 5. Dios habla en la «noche»
y en el «sueño», para indicar lo maravilloso y el misterio que representa su
comunicación.
En
la «noche» donde los sentidos están “dormidos”, en el momento en que se escucha
simplemente el respirar y la melodía rítmica del corazón, es decir, cuando el
hombre acalle las otras voces, los ruidos, cuando es capaz de escucharse así
mismo, cuando ya no le hace rumor y fastidio “la carne” sólo entonces estará en
grado de ver a Dios y de escucharlo hablar. En el «sueño», donde la fantasía
resplandece, donde no hay imposibles, donde todo puede suceder, donde la fe está
a todo lo que da, para indicar que Dios está comprometido con el hombre hasta
el fondo, no habla ni actúa fuera del mundo de lo humano. Dios habla siempre y
es capaz de verlo y escucharlo quien es capaz de vencer todos los obstáculos. Y
en el «sueño» el hombre es invisible, es fuerte, es poderoso, es hombre de fe.
Salomón
responde, el diálogo es oración, es encuentro de corazones palpitantes, de
voluntades amantes. ¿Pero que pedirle a
Dios cuando las necesidades son muchas?
Hay que priorizar, no se puede tener todo en esta vida, así como no se puede
disfrutar todo al mismo tiempo como tampoco se pueden saciar simultáneamente
todos los anhelos del corazón humano. Saber pedir es saber dar en el clavo, no
es atinar, es conocer la dirección correcta. Es pedir “lo básico” para que lo “secundario”
pueda acontecer. El rey pide un corazón dócil, es decir, pide la exquisitez de
saber escuchar, de dejarse guiar, de obedecer, todo ello para saber hacer y
vivir en justicia, Cfr. v. 9. Y ¿tú sabes
que te conviene pedir?
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