“Como un
padre se enternece con sus hijos, así se enternece el Señor con sus fieles”
Salmo
102/103, 13.
Levítico
19, 1-2. 17-18; Salmo 102/103, 1-4. 8-10. 12-13; 1Corintios 3, 16-23; Mateo 5,
38-48.
«Como un padre se enternece con sus
hijos, así se enternece el Señor con sus fieles», Salmo 102/103, 13 es el himno
de alabanza que el Salmista ofrece a YHWH, cántico de acción de gracias, de
profunda gratitud, por todos y cada uno de los «beneficios», v. 2 que el Señor
le ha otorgado aun sin merecerlo.
También es
el reconocimiento de que YHWH ama profundamente al hombre, su amor es gratuito, eterno e incondicional,
como bien explica el profeta Jeremías: «Con amor eterno te amé, por eso
prolongué mi lealtad», 31, 3. Ese amor leal de YHWH por el hombre, el Salmista
«bendice» y canta lleno de júbilo, Cfr. Salmo 102/103, 1-2. Lo canta, lo
expresa porque ha experimentado, ha comprobado, ha vivenciado ese amor, por eso
le escuchamos decir: «El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él
rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura», 3-4.
El
Salmista nos revela que el Amor de Dios es un amor respetuoso dado que nos deja
actuar con libertad, es un amor que no utiliza la manipulación o el chantaje,
es decir, Él nos continúa amando aunque le rechacemos o vayamos por caminos
distintos a los suyos, no nos deja, no nos abandona, por eso agrega: «No nos
trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados», v. 10.
Un amor perfecto es el amor de YHWH, el Amor del Padre, y un amor así hermanos
míos ¿acaso no es digno de ser alabado,
ensalzado y proclamado? Creo que sí, pues que nuestra jornada no la
terminemos sin que hayamos agradecido a Dios por tanto amor.
Este amor
de Dios no es idea, utopía, razonamientos abstractos, carente de contenido.
¡No! Este Amor perfecto de Dios Padre se ha manifestado con toda luminosidad en
la Persona de su Hijo Amado, nuestro Señor Jesucristo, Él, como dice san Pablo «es
imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación», Colosenses 1, 15.
Para darnos a entender que si queremos ver cómo es la manera como Dios ama necesariamente
hemos de posar la mirada en su Hijo Amado, es decir, en Jesús de Nazaret.
Y nosotros
ya hemos escuchado hablar a Jesús de Nazaret, nos ha dicho en el evangelio que
hemos proclamado: «Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es
perfecto», Mateo 5, 48. Para darnos a entender que solo Dios Padre es el punto
adecuado de referencia que todo fiel cristiano ha de tener en cuenta para
conducirse durante su vida. Jesús habla de perfección,
pero aquí la perfección no se ha de tomar en sentido de igualar al modelo,
porque si esto es así, se nos convierte la
perfección en una tarea que no podremos realizar, en una empresa muy
difícil de hacer prosperar, sino más bien hemos de entender la perfección como aquello que estamos
llamados a ser, a desarrollar según nuestra naturaleza. Dios ama como Dios, el
ser humano ha de amar como ser humano.
Por tanto,
amar como personas humanas significa que hemos de amar con toda la capacidad
con la que hemos sido facultados. Nadie nace sabiendo amar. Aprendemos amar y
lo hacemos con mucho riesgo. Es una aventura bella y al mismo tiempo dolorosa,
porque en el camino del amor tenemos la posibilidad de provocar heridas
mortales e incurables, de asesinar ilusiones, despojar corazones. Por tanto, amar
implica sufrir y no cualquiera está dispuesto a ello. Dado que «el amor se
escribe con sangre», Mariano de Blas.
Recordemos
que el Hijo Amado del Padre al hacerse Hombre se hace el punto de encuentro
entre el Amor de Dios y el amor del hombre. Por eso el discípulo Amado nos dice
en su evangelio: «Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano,
miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no
ve», 1Juan 4, 20.
Y las
enseñanzas de nuestro querido Jesús son claras y su Evangelio, el que hemos
proclamado, nos presenta dos actitudes que estamos llamados asumir: Primero, ante la ley del talión: «Ustedes
han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente», Mateo 5, 38 nos propone
la virtud de la Mansedumbre, el corazón fraternal, pues dice: «pero yo les digo
que no hagan resistencia al hombre malo», v. 39. Esto parece descabellado e
imposible de realizar. ¡Aaah! Hermanos míos, cómo descansa el alma cuando nos
esforzamos por hacer vida esta exhortación del Señor. En cambio, cuando hacemos
realidad la ley del talión en nuestras vidas todo se complica, no se vive en
paz, ni se descansa adecuadamente y el corazón sufre tormentos inenarrables.
Sobre todo porque en la violencia no se deja de ser hermano y continuamos siendo
hijos de un mismo Padre el cuál nos ha comprado a gran precio.
Segundo, «han oído ustedes que se dijo: Ama a
tu prójimo y odia a tu enemigo; Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos,
hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y
calumnian, para que sean hijos de su Padre Celestial», v. 43-45. Jesús nos
propone el amor a los enemigos como signo de filiación divina. Los enemigos no
son producto del azar ni aparecen de la nada, el hombre es quien los genera,
quien los construye, se los gana a pulso. Así que si sufres por haber hecho mal
a alguien no llores ni te lamentes, ni le reclames su perdón, ellos están justificados en su actuar.
Por tanto, si sufres por haberlo merecido no seas cobarde sino valiente,
padece, ofrece y ora para que se te perdonen los pecados porque no sólo ofendiste
a tu hermanos sino también a Dios. Y así como Dios nos da tiempo para que
reconozcamos nuestros errores y faltas, manifestándonos su paciencia. De la
misma manera, tú has de tener la suficiente paciencia para esperar el perdón
del prójimo que has ofendido.
Pero si en
conciencia descubres que eres inocente, y no sabes cómo actuar ante personas
que te persiguen y buscan tu daño, escucha esto hermano, está poderoso: «Yo
opondré mi oración a su malicia» 140/141, 5. El gancho al hígado, el mejor
golpe que podemos asestar contra el malvado es pedir a nuestro Señor que lo
tenga a fuego lento, es decir, en el
fuego de su amor divino; oremos por la conversión del malvado, pues si se
convierte dejará de hacer el mal y aprenderá hacer el bien.
Ahora
bien, lo que Jesús nos propone en este segundo punto es completamente revolucionario,
porque cambia por completo las actitudes y las relaciones interpersonales.
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