“Una nube
llenó el templo...la gloria del Señor había llenado su templo”
1Reyes 8,
10-11.
1Reyes 8,
1-7. 9-13; Salmo 131/132, 6-10; Marcos 6, 53-56.
Hoy la
primera lectura nos narra el traslado del Arca de la Alianza al Templo de
Jerusalén que ha construido el rey Salomón. Todo el pueblo se encuentra en
asamblea, ofreciendo sacrificios y alabanzas a YHWH. El texto señala que «una
nube llenó el templo, y esto les impidió continuar oficiando, porque la gloria
del Señor había llenado su templo», 1Reyes 8, 10-11. La nube nos indica una
nueva presencia de Dios, un novedosa manera de acompañamiento y de pastoreo de
su rebaño. Dios vive donde acontece lo humano. ¡Que maravilla!
La nube
simboliza la presencia de Dios pero no es Dios. Y en este punto acapara mi
atención el hecho de que el hombre siempre quiere ver, tocar, sentir y oler
para estar un tanto seguro en lo que cree y es precisamente esta “necesidad” de
experiencia casi mística la que se vuelve un tanto peligrosa, porque puede el
hombre adherirse a la cosa sin que por ello descubra el auténtico significado
de lo que representa la cosa en sí, es decir, el hombre es capaz de realizar
actos de idolatría e incluso de idolatrase así mismo.
Por otra
parte, descubrir la presencia real de Dios en la Eucaristía no es cuestión de
tener en buen estado el sentido de la vista sino más bien de fe. Y la fe es un
don que siempre hay que pedir, desarrollar y fortificar con el estudio, la
oración y con la frecuencia de los sacramentos. El pan y el vino consagrado, la
Eucaristía, no es una representación del cuerpo y la sangre del Señor, sino el
Señor mismo, el cual se ofrece al Padre gracias a la acción poderosa del Espíritu
Santo para la Salvación del mundo.
En la
Eucaristía Dios se dona así mismo y desea ardientemente habitar en el corazón
del hombre. En ese sentido, nos percatamos que es Dios quien envuelve en el
misterio al hombre y lo introduce en la intimidad Trinitaria. ¿Cómo se da esto? No lo sabemos. ¿Por qué sucede? Por voluntad divina,
por amor. Y no encuentro otro motivo suficiente sino el amor que Dios le
profesa a todo hombre. Es su amor el que lo lleva a unirse plenamente a la
condición humana del hombre. Y esto sin duda alguna es grandioso y maravilloso. ¡Gracias
Dios!
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