“Escucha y perdona”
1Re 8, 30.
1Reyes 8, 22-23. 27-30; Salmo 83/84, 3-5. 10-11; Marcos 7, 1-13.
En estos
tiempos donde la información se ha enrolado en una carrera vertiginosa, saber
escuchar resulta ser todo un arte pues requiere tiempo, espacio, paciencia,
atención, dedicación, comprensión, calidez humana, etc. Y el tiempo es oro, así
que saber escuchar se ha convertido también en una manera de generar dinero. Pero
ante todo saber escuchar es saber redimir, sacar del anonimato evitando la
marginación o la exclusión de aquellos que necesitan ser comprendidos y
ayudados, por lo tanto, saber escuchar es también un acto de solidaridad con el
prójimo y por ende es poner en marcha la ayuda humanitaria que tantos hombres y
mujeres de nuestro tiempo esperan y necesitan.
El rey Salomón al ver que Dios que entra en
comunicación con el hombre, que cumple sus palabras, y que sobretodo hace acto
de presencia por medio de una nube, queda maravillado, su corazón rebosa de
jubilo y en su oración reconoce algunos atributos del Señor, convirtiéndose su
plegaria en una profesión de fe: la
existencia de un sólo Dios, la fidelidad de Dios, la misericordia de Dios, la grandeza
de Dios y lo inabarcable que resulta su presencia, Cfr. 1Reyes 8, 23. 27.
La oración de Salomón deja entre ver la
necesidad de ser escuchado, redimido, comprendido, pues en seis ocasiones evoca
la urgencia de que las súplicas se han acogidas por este Dios que se ha
manifestado misericordioso, el rey dice: «atenderás a la oración de tu siervo y
a su plegaria», «oirás el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de
ti», «escucha la oración que tu siervo te dirige en este sitio», «oye pues...la
súplica de este siervo tuyo y de tu pueblo Israel», «escúchanos desde el cielo»
y «escúchanos y perdónanos», vv. 28-30.
Lo
interesante es que en realidad Dios cumple lo que el corazón de Salomón le ha
pedido: que el Templo se convierta no sólo en un espacio sagrado sino el lugar
privilegiado donde el hombre y Dios se encuentren, lugar de oración, es decir,
lugar íntimo donde los corazones amantes y palpitantes se fundan. Salomón
reconoce que a Dios se le puede invocar desde cualquier lugar pues está en
todas partes. Pero así como los esposos exigen casa propia, el arte de saber
hablar y escuchar exigen su lugar propio y que mejor que el templo. Decíamos
que Dios cumple sus promesas y jamás pasó por la cabeza del rey, que el mismo
Señor Dios se construiría su propia casa, su propia tienda del encuentro, su
propia morada en donde habitar por siempre, su propio templo donde quiere ser
adorado, alabado, amado: Jesús de Nazaret, pues de Él está escrito: «La Palabra
se hizo carne y habitó entre nosotros», Juan 1, 14.
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