domingo, 24 de enero de 2016

“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para…proclamar el año de gracia del Señor”
Lucas 4, 19.
Nehemías 8, 2-4. 5-6. 8-10; Salmo 18/19, 8-10. 15; 1Corintios 12, 12-30; Lucas 1, 1-4; 4, 14-21.
Jesucristo, es decir, Jesús el Ungido del Señor inaugura el tiempo de la misericordia de Dios, el cual es un tiempo caracterizado por el anuncio de la alegría del Evangelio, y por las obras que brotan a partir de que la palabra del Señor encontró mesón en los corazones de los hombres: liberación, curación y misericordia, Cfr. Lucas 4, 18-19.
Y es precisamente eso lo que la Iglesia pretende vivir en este año santo: «llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer», Misericordiae Vultus 16.
Cada cristiano por la unción que recibió en el Bautismo, con y por el Espíritu Santo, es responsable de que la obra de su Señor continúe vigente en el tiempo que le ha tocado vivir. Y en esta noble misión tiene la oportunidad de imprimirle a las obras de misericordia que realiza en favor del prójimo su sello propio, es decir, a partir del carisma que ha recibido gratuitamente del Espíritu Santo tiene la tarea de enriquecer el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, del que también forma parte.
Pero el cristiano debe caer en la cuenta que solamente es posible poner en marcha la obra de Jesús si primero se deja interpelar por la palabra de Dios, pues los mandamientos del Señor «son luz…para alumbrar el camino», Salmo 18/19, 9. Es la palabra del Señor la que hace ver la realidad desde una nueva perspectiva, la que incluso impulsa al cambio de vida y al arrepentimiento y a la conversión, por eso hemos escuchado en la primera lectura que el escritor sagrado decía: «todos lloraban al escuchar las palabras de la ley», Nehemías 8, 9. Sólo dándose la oportunidad de confrontarse con la palabra del Señor y corrigiendo el sendero de la vida hacia lo que es recto, bueno y verdadero, el cristiano podrá experimentar que la palabra del Señor es «alegría para el corazón», Salmo 18/19, 9.
Así tendrá en su interior el deseo de salir de sí mismo e ir al encuentro del hermano que sufre. Esto es poderoso, porque cuestiona grandemente la manera como interactuamos o nos ponemos en contacto con la palabra del Señor. Si la palabra del Señor no motiva e impulsa la acción solidaria algo sucede en nosotros: “¿somos acaso oyentes olvidadizos?” “¿sufrimos de autismo y andamos en nuestro propio mundo?” “o quizás todavía no comprendemos que el auténtico amor a Dios pasa necesariamente por el amor al prójimo”.
El hecho de que cada cristiano forme parte del «cuerpo de Cristo» y se conciba como un «miembro» digno de él no sólo es motivo de alegría, sino que manifiesta al mismo tiempo, el alto sentido de responsabilidad que se posee al respecto, Cfr. 1Corintios 12, 27. Cada cristiano es corresponsable de su hermano, por eso subraya el apóstol: «cuando un miembro sufre, todos sufren con él; y cuando recibe honores, todos se alegran con él», v. 25. Es escandaloso y grave pecado que en una comunidad cristiana exista alguien que no tenga que comer o beber, vestirse o cubrirse o refugiarse del frío, enfermos que no los atiendan o estén solos y marginados o encarcelados que no tengan quien luche por su causa e inocencia. En las obras de misericordia, las catorce, la Iglesia tiene un programa pastoral que ofrecer e impulsar en las parroquias y en sus comunidades. Este es el itinerario de este año santo.

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