jueves, 21 de enero de 2016

“Mirándolos con ira y con tristeza”
Marcos 3, 5.
1Samuel 17, 32-33. 37. 40-51; Salmo 143/144, 1-2. 9-10; Marcos 3, 1-6.
El rostro visible de Dios, Jesús de Nazaret, manifiesta indignación y tristeza ante la necedad del hombre religioso que pone por encima de la dignidad humana la ley. Jesús está indignado, es decir, se ha enfadado ante un acto injusto, ofensivo y perjudicial para el hombre como es su salud: «los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poder acusarlo», Marcos 3. 2. Querer la salud del hombre es quererlo bien, es procurar su bienestar y todo lo que se oponga a que el hombre goce de completa salud de alma y cuerpo ofende gravemente a Dios.
La actitud de indignación de Jesús debe ayudarnos a comprender que luchar para que se restablezca la justicia jamás se opondrá a la misericordia y al amor. Es necesario que se revuelvan las entrañas para dejar a un lado la indiferencia. No hay acto de misericordia sin sentimiento de indignación y de dolor por el sufrimiento del prójimo. Jesús se indigna, pero no trata con dureza ni desprecia y ni ofende a los fariseos. Jesús tiene dominio de sí, que es un fruto del Espíritu Santo, no se deja dominar por ese sentimiento de enojo o de ira, lo sabe canalizar o manejar.
Jesús mira a los fariseos con tristeza. Jesús está triste, tiene dolor en su corazón y es posible que hasta los ojos se le pusieron “vidriaos” a causa de la dureza y crueldad de los hombres de fe. No han entendido, no quieren “entender” señala el texto, que Jesús ha venido a manifestar el amor de Dios. Ellos no quieren hacer esa experiencia de misericordia, de ante mano ya han rechazado a Jesús, pues Marcos nos dice que ellos están en la sinagoga no porque quieran tener un encuentro con la palabra viva del Padre, no para dejarse iluminar por la palabra sino para espiar a Jesús y después acusarlo. Tienen cerrado su corazón porque consideran que Jesús ha venido sólo a corromper las costumbres del culto a Dios, su mentalidad cerrada les impide reconocer en la persona de Jesús al Mesías de Dios, por eso se resisten a la conversión y a la salvación que Dios ofrece en su Hijo Amado. ¿Qué padre o madre, hermano o hermano, amigo o amiga estaría triste si ve al ser amado perderse? Jesús se pone triste porque le duele que los fariseos, hijos también de Dios, se obstinan a tradiciones que esclavizan y no liberan al hombre.
Porque ciertamente, ¿qué puede hacer el hombre con una mano tullida? Con las manos realizamos muchas cosas. Si hay leyes que obstruyen el auténtico desarrollo de la persona humana, así como su creatividad esas leyes no sirven. Si hay leyes que no protegen la dignidad de la persona humana y la ponen en peligro de muerte esas leyes no son útiles y son totalmente dañinas. Si hay leyes que son tan permisivas que corrompen las sanas costumbres y hacen decaer la cultura esas leyes no deberían ni promulgarse ni existir o seguir vigentes. Las leyes deben estar al servicio del hombre. Y hemos de entender que cuando se sustenta, se apoyen y se promuevan leyes inicuas que esclavicen, atenten, o pongan en riesgo la vida del hombre se ofende gravemente a Dios.
Las preguntas que Jesús dirige a los fariseos son cuestionamientos que invitan no sólo al discernimiento sino también a una toma de conciencia, de partido, de compromiso, no se puede seguir a Dios a distancia, o se está con él o contra él. El hombre está llamado siempre a decidirse por el bien y por la vida: «¿qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?», v. 4.
El hombre religioso, de fe, debe escoger entre lo bueno siempre lo mejor. Nunca deberá ser para el cristiano el mal una opción. Incluso en el culto, el hombre ocupa un puesto importante, nunca debe sentirse marginado, está al centro, por eso, Jesús le dice al hombre de la mano tullida: «Levántate y ponte allí en medio», v. 3. Cuando oramos, el prójimo debe encontrar un espacio, ya sea en la oración personal o comunitaria, el prójimo debe ocupar un lugar prominente. El prójimo se convierte para los hombres de fe en el significado referencial tan necesario para que se haga creíble el culto a Dios. El hombre que ora sin tener en cuenta más que sus propias necesidades es un hombre egoísta. Y eso a Dios no le agrada.


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