viernes, 22 de enero de 2016

“Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor”
1Samuel 24, 7.
1 Samuel 24, 3-21; Salmo 56/57, 2-4. 6. 11; Marcos 3, 13-19.
Hay un salmo en las Sagradas Escrituras que expresamente dice: «No toquen a mis ungidos, no maltraten a mis profetas», Salmo 104/105, 15 y hay una enseñanza del apóstol Pablo en la carta a los Romanos que todo cristiano debe poner en práctica: «A nadie devuelvan mal por mal, procuren hacer el bien delante de todos los hombres», 12, 17. También el apóstol Pedro nos recuerda: «no devuelvan mal por mal ni injuria por injuria, al contrario bendigan, ya que ustedes mismos han sido llamados a heredar una bendición», 1Pedro 3, 9. Y el propio Jesús nos dice: «Amen a sus enemigos, traten bien a los que los odian…Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes», Lucas 6, 27. 31.
Y hoy le hemos escuchado a David decir a sus hombres: «Dios me libre de levantar la mano contra el rey, porque es el ungido del Señor», 1Samuel 24, 7. David teniendo la ocasión de asestar un golpe fulminante a su perseguidor decide perdonarle la vida, hasta este momento busca realizar la voluntad del Señor porque sabe que Dios pide respetar la vida de su ungido. Respetando la vida del rey, reconociéndole su autoridad, David hace entrar en razón a Saúl, y éste le dice: «Tú eres más justo que yo, porque sólo me haces el bien, mientras que yo busco tu mal», v. 18. David trató con magnanimidad a Saúl y Saúl se siente deudor. David reveló con esa actitud un noble temperamento, una grandeza de espíritu y sobre todo se comportó con gran generosidad. No realiza la ley del talión. David tiene un corazón según la voluntad de Dios pues está escrito: «He encontrado a David, hijo de Jesé, hombre según mi corazón; él cumplirá todos mis deseos», Hechos 13, 22.
Al respetar la vida de Saúl, David se presenta ante sus hombres como instrumento de reconciliación y de paz, como propiciador de la unidad. Con ello indica que no desea más el derramamiento de sangre y le da un puesto central a la fraternidad tan necesaria para la unificación de las tribus en un solo reino. David como estratega sabe que la venganza genera sólo odio y muerte por eso ante la propuesta que le hacen sus hombres: «Ha llegado el día que te anunció el Señor, cuando te hizo esta promesa: pondré a tu enemigo entre tus manos, para que hagas con él lo que mejor te parezca», 1Samuel 24, 5. David rechaza el camino de la violencia y elige el camino del diálogo y de los procesos de reconciliación y de paz.
En este año de la misericordia el cristiano está llamado también a imitar a David, a escuchar a los apóstoles Pedro y Pablo, al propio Señor Jesús y poner en práctica una obra espiritual de misericordia: soportar pacientemente los defectos del prójimo. Pero como hemos descubierto en la historia del perseguido David soportar las injusticias no quiere decir de ningún modo que nos quedemos con los brazos cruzados, y nos adecuemos a las situaciones insanas, de violencias y corrupciones. ¡No! Soportar pacientemente los defectos del prójimo significa trabajar o padecer con sentido, para que las situaciones puedan cambiar.
David fue perseguido y huye, y pone en práctica lo que años más tarde dirá Jesús: «cuando los persigan en una ciudad, escapen a otra», Mateo 10, 23. Huir para conservar la vida. Huir reconociendo con humildad las posibilidades de la victoria. La valentía resulta infructuosa cuando hay mucho que perder. A veces es necesario retroceder para ganar más impulsos. David huye, pero también, nos recuerda aquel consejo que el príncipe de los apóstoles nos dice en una de sus cartas: «Es mejor sufrir por hacer el bien, si así lo quiere Dios, que por hacer el mal», 1Pedro 3, 17. David huye porque existen hombres que le envidian y le quieren muerto, por eso le dice a Saúl: «¿por qué haces caso a la gente que dice: David trata de hacerte mal», 1Samuel 24, 10.
Hemos de luchar para que según nuestras posibilidades disminuyan en nuestras relaciones interpersonales las envidias, los falsos testimonios, las mentiras que corrompen y destruyen el tejido social. Hoy hay la necesidad de colaborar con entusiasmo para recuperar no sólo la confianza en nuestros tratos sino también la credibilidad, hay que poner en marcha los procesos de educación en la legalidad si en verdad queremos una sociedad de respeto y de armonía y de prosperidad.

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