“Los
pastores…encontraron…al niño, recostado en el pesebre”
Lucas 2, 16.
Números 6, 22-27; Salmo 66/67, 2-3. 5-6. 8; Gálatas
4, 4-7; Lucas 2, 16-21.
Hoy la Iglesia nos invita a
contemplar la ternura de Dios mirando al niño Jesús recostado en un pesebre,
lugar donde comúnmente comían los animales, para darnos a entender que Dios se
ha hecho hombre para ser sostén, bendición y esperanza de la humanidad.
Al ver la ternura
de Dios manifestada en su Hijo, no podemos ignorar que el rostro sonriente y la
mirada serena del niño Jesús reflejan no sólo la imagen real de Dios
(Colosenses 1, 15) sino también la expresión “dulce” de su Madre la Virgen María.
Así que al celebrar en este tiempo de navidad la ternura de Dios con el
nacimiento de su Hijo como Hombre festejamos al mismo tiempo la Maternidad de
María, la madre de su Hijo. San Pablo, nos lo explica en la carta a los Gálatas
cuando dice: «envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley»,
4, 4. Y el evangelio afirma: «y dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en
pañales y lo acostó en un pesebre, porque no habían encontrado sitio en la
posada», Lucas 2, 7.
El niño que la “dulce”
Madre recostó en el pesebre es Hijo de Dios y no sólo el Mesías prometido por
Dios al pueblo de Israel, es el Salvador de los pecados de su pueblo (Mateo 1,
21), es el Señor creador de todo cuanto existe, es Dios mismo en persona, eso
es lo que dijo el ángel a los pastores de Belén: «Hoy les ha nacido en la
Ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor. Esto les servirá de señal:
encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre», Lucas 2,
11-12.
Los pastores que
vieron y comprobaron todo aquello que el ángel del Señor les había comunicado
representan a los hombres y mujeres de la humanidad que andan como nómadas detrás
de buenos pastos incluso en territorios que no les pertenece; son los hombres y
mujeres que han sido marginados, expoliados y explotados, que no encuentran en
las “ciudades” un espacio por eso habitan en la intemperie, en espera de una
oportunidad para rehacer su vida, recomponer su historia, los pastores son los
mal queridos, los soportados. Y son los primeros a quienes es destinado la
Buena noticia de Dios, su evangelio. Son ellos quienes sintieron el cielo tan
cercano a la tierra pues vieron y escucharon al mensajero del Señor y
experimentaron como la gloria del Señor los envolvió (Cfr. vv. 9-10). Son pues
los primeros que sienten a flor de piel como Dios los acaricia, como Dios los
ama, han experimentado la ternura de Dios. Y son también los primeros
evangelizadores de la ternura de Dios pues el texto afirma: «los pastores se
volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían
visto y oído, según lo que se les había anunciado», v. 20.
Y lo grandioso de
esto, es que la ternura de Dios, nos viene por María. Dios quiso elegir a María
y por medio de Ella darnos a conocer su amor y toda bendición. Porque la
ternura de Dios es su Hijo Jesucristo, la Bendición que Dios da a su pueblo es
Jesucristo y nos han sido entregados por manos de María. Todo pasa y fluye por
las manos de María esa es y será siempre la voluntad de Dios.
Ahora quisiera
enumerar algunos frutos de la ternura de Dios, de la bendición otorgada a su
pueblo:
Primero,
al encarnarse el Hijo de Dios se solidarizó con la humanidad y vino en su
ayuda, liberándolos del pecado, pues por el conocimiento de la ley sabemos que
el pecado es una realidad que el hombre por sí sólo no puede purificar, por eso
nos dice san Pablo: «la ley entró para que se multiplicará el delito; pero
donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia», Romanos 5, 20 por eso
escuchamos en la segunda lectura: que Dios envío a su Hijo «para rescatar a los
que estábamos bajo la ley», Gálatas 4, 5.
Segundo, al
hacerse verdadero Hombre Dios fraternizó con la humanidad por eso está escrito:
«anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré»,
Hebreos 2, 12 y la segunda lectura menciona: «a fin de hacernos hijos suyos», Gálatas
4, 5. Y como ustedes saben, sólo los hijos de un mismo padre pueden llamarse
hermanos. No existen los medios hermanos.
Tercero,
esta fraternidad obrada por el Señor por medio de su sangre ha permitido que
sea posible lo inimaginable que seamos llamados “hijos” de Dios y por eso: «eres
también heredero por voluntad de Dios», Gálatas 4, 7. En el Hijo no sólo fuimos
bendecidos sino también salvados. Esa es la herencia recibida por la ternura y
bendición de Dios.
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