miércoles, 13 de enero de 2016

“Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio”
Marcos 1, 15.
1Samuel 1, 1-8; Salmo 115/116, 12-14. 17-19; Marcos 1, 14-20.
El Mesías de Dios después de haber sido bautizado por Juan en el Jordán es impulsado por el Espíritu Santo al desierto, donde permaneció cuarenta días y fue tentado por Satanás, el cual fue derrotado porque Jesús confirma su opción por el proyecto de Dios en claro contraste con la opción que tomó Adán y Eva en el paraíso, Cfr. Marcos 1, 9-14.
Ahora le vemos en Galilea dando a conocer la buena noticia que trae de parte de Dios: el evangelio de la misericordia para los pecadores y el evangelio de la alegría para los pobres. No se tratan de dos evangelios distintos sino de uno solo: Dios los ama.
Jesús dice: «Se ha cumplido el tiempo y el reino de Dios ya está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio», v. 15.  Cuando Jesús dice “se ha cumplido el tiempo” da entender que Dios Padre es una persona de palabra, cabal, es decir, que se comporta siempre con honradez y rectitud, de una sola pieza y que cumple puntualmente sus promesas, como canta el Salmista: «el que no retracta lo que juró aun en daño propio», Salmo 14/15, 4. Se ha cumplido el tiempo porque el Señor ha enviado al Mesías prometido, y es su propio Hijo, Jesús de Nazaret, el cual es el Cordero inocente que morirá para rescatar a sus hermanos de la esclavitud del pecado, de las garras de la muerte y del dominio de Satanás y muy bien pueden aplicársele las palabras del Salmo: «Cumpliré mis promesas al Señor ante todo su pueblo. Te ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre», 115/116, 14. 17.
Y aquí está la primera enseñanza de la predicación de Jesús que hemos de poner en práctica, la de ser hombres que respaldemos siempre nuestras palabras con actitudes y acciones concretas. Decimos tantas cosas y a veces ninguna de ellas se apega a la verdad. O somos simplemente inconstantes que dejamos todo a medias o mal hechas. El Señor nos enseña a cumplir con los proyectos, a cerrar ciclos para no frustrarnos y desilusionarnos. Pienso, por ejemplo: en los juramentos que los hombres hacen por piedad al Señor, en el pacto nupcial que los contrayentes realizan el día de su boda, en la consagración de las religiosas (os), en las promesas sacerdotales, en el regalo o vacaciones que los padres prometen a los hijos y no cumplen, etc.
“El reino de Dios ya está cerca” porque quien recibe el mensaje del Mesías abre la posibilidad de que una mente, un corazón, una persona cambie no sólo su visión de ver las cosas sino la manera como venía desarrollando incluso sus relaciones interpersonales y todas y cada una de sus obras. El reino de Dios, llega a la tierra y se hace realidad, primero porque Jesús mismo es el Reino de Dios y sobre todo porque con su presencia lo inaugura; segundo, porque quien cree en Jesús y en el que lo ha enviado extiende con su modo de vivir su fe el reino de los cielos.
“Conviértanse” es la llamada que Jesús continuamente hace a todo hombre. Siempre habrá algo que cambiar en la vida. Es prácticamente insertarse en un movimiento continuo de cambio, es adentrarse cada día en un proceso de restauración personal y comunitariamente. Considero que el examen de conciencia al final de la jornada es importante para analizar y reconocer en qué aspectos de la vida hemos de imprimir el cambio, que actitudes debemos mejorar al momento de realizar nuestras labores cotidianas. Pero la conversión no es un movimiento o punto de quiebre a la ligera ni en cualquier dirección, al menos para el cristiano y el hombre de fe, es como explica el Salmista: «Tu rostro buscaré, Señor: no me ocultes tu rostro», Salmo 26/27, 8-9. Se trata pues, de identificar en qué momentos de la jornada se hizo la voluntad de Dios y en dónde solamente nos dejamos guiar por nuestras propias convicciones y determinaciones sin tener en cuenta que el Señor, es el Dios de la vida, es decir, el garante de que los proyectos puedan llegar a feliz término y que sean totalmente buenos.
“Y crean en el Evangelio”. Jesús mismo es la buena noticia de Dios, Él mismo es el Evangelio viviente. Creer en el Evangelio es creer en él. Y creer en él es también creer en el Padre que lo ha enviado, pues está escrito: «Les aseguro que quien oye mi palabra y cree en aquel que me ha enviado tiene vida eterna y no es sometido a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida», Juan 5, 24. Descubrimos entonces que el Evangelio de Jesús, es el evangelio de la vida eterna, por eso, es una buena noticia. Y esto debe cuestionar profundamente al cristiano de hoy, pues está llamado a tener confianza en Jesús y en su mensaje de salvación. El cristiano no debe ser un oyente olvidadizo, las palabras de Jesús deben informar toda su vida, para que pueda permanecer en él, ya que se nos dice: «quien dice que permanece con Él ha de vivir como él vivió», 1Juan 2, 6. La vida del cristiano manifestará si en verdad su fe en Jesús el Hijo de Dios es auténtico.

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