“Dios nuestro
Salvador mostró su bondad y su amor por la humanidad…por pura misericordia nos
salvó”
Tito 3, 4. 5.
Isaías 40, 1-5. 9-11; Salmo 103/104, 1-4. 24-25.
27-30; Tito 2, 11-14; 3, 4-7; Lucas 3, 15-16. 21-22.
Hoy celebramos la
fiesta del Bautismo del Señor Jesús y debemos preguntarnos sobre el significado
que tiene para el cristiano hoy celebrar este acontecimiento íntimo de la vida
de Jesús. Considero que debe ser una celebración que nos permita en un primer
momento recordar el motivo por el cual Dios se ha hecho hombre y en un segundo
momento los beneficios que trajo su venida en la carne a la humanidad.
El
Señor Dios quiso personalmente acompañar a su pueblo, tomar en sus propios
brazos a los hombres y experimentar de primera mano sus penas y sufrimientos,
sus alegrías y esperanzas. Dios ha querido consolar al hombre solidarizándose con
él, y sobre sus hombros cargar con cada hombre el peso que la desobediencia de
Adán y Eva desencadenaron sobre sus hijos. Por eso el profeta Isaías en la
primera lectura explica: «Aquí está su Dios…Como pastor apacentará a su rebaño;
llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus
madres», 40, 11.
La
figura que el profeta da de Dios es la de un pastor que por ser solícito inspira
ternura y da seguridad. Y revela así la bondad que el Señor tiene por la
humanidad por eso afirma: «Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los
hombres la verán», v. 5. La gloria del Señor es su bondad y se manifiesta como
explica san Pablo en la Salvación que Dios ofrece en la persona de su Hijo
Amado, el cual es «Dios y Salvador», esperanza de los hombres de todos los
tiempos, Cfr. Tito 2, 13. Por tanto, la Salvación que Dios ofrece consiste
específicamente:
En el perdón de los pecados:
«Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos», v.
14 con ello indica el apóstol un nuevo comienzo, o como poéticamente refiere el
Salmista: «Envías tu espíritu, que da vida, y renuevas el aspecto de la
tierra», Salmo 103/104, 30. Con su perdón Dios retira de los hombros de los
hombres la esclavitud que lo conducía a la muerte, pues está escrito: «el
salario del pecado es la muerte; mientras el don de Dios, por Cristo Jesús
Señor nuestro, es la vida eterna», Romanos 6, 23. Hay pues un admirable
intercambio, Dios toma nuestros pecados y por su infinita misericordia que es
ya expresión de su amor por los hombres restaura nuestra humanidad y nos
devuelve la incorruptibilidad, pues «aquel que no conoció el pecado, Dios lo
trató por nosotros como un pecador, para que nosotros, por su medio, fuéramos
inocentes ante Dios», 2Corintios 5, 21.
En la nueva condición de la humanidad,
somos hijos por adopción, pues nos ha convertido en «pueblo suyo», Tito 2. 14 y
por tanto en los «herederos» de su vida eterna, 3, 7. Y eso fue gracias a su
Espíritu Santo con la que ungió a Jesús en el Bautismo. La unción que Jesús
recibe en su cabeza escurre por todo su cuerpo, para indicar que Dios nos
fraternizó y por medio de Jesús la humanidad entera es colmada de bienes, eso
entiendo cuando el Salmista canta: «Es como ungüento exquisito en la cabeza,
que baja por la barba…que baja hasta el cuello de su vestimenta», 132/133, 2. Esta
unción es el don del Espíritu Santo que reciben también los hijos adoptivos,
por eso explica san Pablo: «Dios infundió en sus corazones el Espíritu de su Hijo,
que clama a Dios llamándolo: Abba, es decir, Padre», Gálatas 4, 6. Y lo «hizo
mediante el bautismo, que nos regenera y nos renueva», Tito 3, 5.
Y
eso es lo que Dios mostró en el Jordán con signos admirables: “Se abrió el
cielo”, se dejó sentir la “voz del Padre” y se vio aletear al “Espíritu Santo
en forma de paloma” sobre Jesús, Cfr. Lucas 3, 21-22. Para que creyéramos que la
Palabra Eterna del Padre, la que estaba con Él cuando creó el mundo, estaba ya
habitando entre nosotros y que había sido enviado para anunciar la misericordia
a los pecadores y el evangelio de la alegría a los pobres.
El
Señor de la misericordia abrió el cielo, aquel mismo que se había cerrado por
el pecado de nuestros primeros padres. Y por su beneplácito ha quedado abierto
por siempre, para que puedan retornar sus hijos adoptivos en los hombros del Cordero,
pues ha querido que su propio Hijo se convierta en el puente, es decir, en el
Pontífice que los lleve a la vida eterna.
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