viernes, 22 de enero de 2016

“A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David”
1Samuel 16, 13.
1Samuel 16, 1-13; Salmo 88/89, 20-22. 27-28; Marcos 2, 23-28.

Dios ha elegido a un nuevo rey para el pueblo de Israel y envío al profeta Samuel con el cuerno de aceite para que lo ungiese delante de todos sus hermanos, Cfr. 1Samuel 16, 13. Después de que se realizó la unción el escritor sagrado afirma: «A partir de aquel día, el espíritu del Señor estuvo con David», Ibíd.
Sólo después de la unción desciende el “Espíritu del Señor”, gracias a esto el rey se convierte en el ungido del Señor, en el representante de Dios en el pueblo, el será la cabeza visible no sólo de las tropas de Israel sino de todas y cada una de sus tribus, Cfr. 1Samuel 15, 17. Pero el rey no debe olvidarse que el Soberano de todo cuando tiene en sus manos es el Señor, y es a Él a quien le debe obediencia y le ha de rendir cuentas. El rey sólo es el administrador de los bienes del Señor, el pueblo incluso a quien gobierna no es suyo sino del Señor. La unción revela entonces la misión, la tarea a desempeñar, el papel que se ha de realizar en la comunidad. La unción reviste de una nueva condición a la persona, lo habilita y capacita para que la persona pueda fielmente realizar el encargo.
Saúl es el rey en turno y es también el ungido del Señor, pero ha sido rechazado como rey de Israel. El motivo: por haber apostatado del Señor y no cumplir sus órdenes, Cfr. v. 11 por eso escuchamos en la primera lectura que el Señor le dice a Samuel: «¿Hasta cuándo vas a estar triste por Saúl? Yo ya lo rechacé y él no reinará más sobre Israel», 1Samuel 16, 1. Esta decisión del Señor sobrecoge un poco y hasta incomprensible se hace sobre todo cuando vemos el motivo de la desobediencia de Saúl.
El Señor le había mandado a Saúl exterminar al pueblo Amalecita: «ahora ve y atácalo; entrega al exterminio todo lo que tiene, y a él no lo perdones; mata a hombres y mujeres, niños de pecho y chiquillos, toros, ovejas, camellos y burros», 1Samuel 15, 3. Dios pide cuentas a una nueva generación de amalecitas por un acto de sus antepasados: «Voy a pedir cuentas a Amalec de lo que hizo contra Israel, al cortarle el camino cuando éste subía de Egipto», v. 2. Esto parece injusto. Escandaloso es que muera todo un pueblo a causa de la cerrazón de algunos. Es un genocidio. Y como Saúl no obedeció es destituido como rey de Israel. Así Saúl “aparece” como hombre justo mientras que el Señor Dios como un ser vengativo.
 ¿Cuál es entonces la enseñanza que existe en el fondo de esta narración? El Señor lo dijo: Saúl «ha apostatado de mí y no cumple mis órdenes», v. 11 es decir, renunció a seguir al Señor y siguió sus propios ideales; sobre todo no quiso perder la popularidad ante el pueblo y prefirió congraciarse con sus tropas que dócilmente obedecer al Señor, Saúl dice a Samuel: «Sí, he pecado, pues pasé por alto la orden del Señor y tus instrucciones, porque tuve miedo de la gente y atendí su petición», v. 24. Esto sucede actualmente con algunos pastores, en especial en aquellos que apuestan más por las “formas” y los “favores que pueden conseguir de los hombres” que por el contenido o las palabras del evangelio del Señor. Se apacientan a sí mismo y se olvidan de realizar la voluntad del Señor. Se afanan por complacer a la mayoría y buscar su vanagloria que corregir al pueblo y señalarles el camino correcto. De esa manera, el ungido del Señor, pasa a ser marioneta de las inspiraciones de los hombres, pero no del Espíritu del Señor.
Rechazar a Saúl como rey no implica que se le rechace como hijo de Dios o que se le condene. El Señor corta de raíz lo que puede corromper al pueblo. La apostasía de Saúl se puede convertir en la apostasía del pueblo, lo que está en juego con la rebeldía de Saúl es la fe genuina del pueblo en el único Dios Salvador.
Por eso, el Señor unge a otro hombre, pero lo elige no por su apariencia sino porque le conoce, pues dice: «el Señor se fija en los corazones», 1Samuel 16, 7. Cuando el Señor eligió a Saúl también miró su corazón mucho más que sus cualidades, pero el corazón de Saúl lo trasmutó el poder. A David le sucederá casi lo mismo, pero cuando Dios le pide cuenta por boca del profeta Natán, acepta su pecado, cumple el castigo y corrige su vida. No así Saúl, sus promesas están vacías, porque no cumple sus juramentos, tiene el corazón torcido y sólo ostenta el poder y lo utiliza inadecuadamente.

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