viernes, 15 de enero de 2016

“Hazles caso y que los gobierne un rey”
1Samuel 8, 22.
1Samuel 8, 4-7. 10-22; Salmo 88/89, 16-19; Marcos 2, 1-12.
«Hazles caso y que los gobierne un rey», 1Samuel 8, 22 dijo Yahvé Dios al profeta Samuel. Y aquí descubro que nuestro Dios está atento a lo que acontece en la historia de su pueblo, y no se aparta de él, aun cuando el pueblo lo rechace, pues ha quedado claro que el pueblo no quiere ser gobernado por un Dios al que no ve, al que no puede tocar, escuchar de viva voz, al que no puede sentir en los momentos más dramáticos de la vida del pueblo, pues son esas las justificaciones que los ancianos presentan a Samuel: «queremos tener un rey y ser también nosotros como las demás naciones. Nuestro rey nos gobernará y saldrá al frente de nosotros en nuestros combates», v. 19-20.
Los ancianos al pedir un rey apuestan por la estabilidad político-militar de Israel. Quieren asegurar que la nación israelita tenga una cabeza que los guíe en el campo de batalla, que trace el caminar del pueblo hacia la prosperidad y el desarrollo interno, garantizando sobre todo con la justicia y la paz el bien común del pueblo, y eso lo justifican en el comportamiento de los hijos de Samuel, Joel y Abías: «Mira, tú ya eres viejo y tus hijos no siguen tus ejemplos», v. 5. Los hijos de Samuel «se volvieron ambiciosos, y se dejaron sobornar, y no obraron con justicia», v. 3. Hasta este punto lo que están pidiendo los jefes del pueblo israelita es razonable y plausible.
“Queremos…ser también nosotros como las demás naciones” es otra justificación que los ancianos dicen a Samuel. El rey se transformaría en el símbolo viviente de la identidad del pueblo. Israel dejaría de ser una confederación de tribus, cada una con su jefe, para llegar a ser una nación constituida en un único reino y un sólo gobernante. Y aquí está el centro de la cuestión sobre todo porque Israel ya tiene rey, así lo expresa el salmo: «¡Nuestro rey es el Santo de Israel!», 88/89, 19 por eso hemos escuchado en la primera lectura que el Señor le dice a Samuel: «Dale al pueblo lo que te pide, pues no es a ti a quien rechazan, sino a mí, porque no me quieren por rey», 1Samuel 8, 7.
Y es cuando Samuel expone detalladamente advirtiéndoles lo que sucederá si Israel desea tener un rey: se convertirán en súbditos, esclavos y no gozarán de entera libertad, además de que tendrán que obedecer las leyes que el rey promulgue so pena de muerte, Cfr. vv. 11-18 «el pueblo, sin embargo, se negó a escuchar las advertencias de Samuel y gritó: “No importa. Queremos tener un rey”», v. 19. Es curioso, pero pronto olvidaron que Samuel era un profeta acreditado por Dios y siempre se cumplían sus palabras, Cfr. 1Samuel 3, 19-20. Y sucederá lo que Samuel vaticinó a los ancianos para desgracia del pueblo.
El pueblo de Israel despreció al Rey rico en misericordia por reyes despiadados, se apartó de la ley de Dios para sentir el peso de la ley de gobernantes caprichosos, no quiso vivir en libertad de hijo de Dios y prefirió vivir como esclavo y siervo de hombres. ¡Qué cosa tan dramática! Hoy urge discernir y saber tomar decisiones que en verdad sean beneficiosas no sólo para la persona sino para la propia comunidad.
¡Qué responsabilidad tienen los líderes! Y aquí está el secreto. El problema de la injusticia no es que Dios esté ciego o no se dé cuenta de lo que acontece en la vida del pueblo o qué esté ausente o lejano o indiferente de la vida del hombre. ¡No, eso no es la cuestión!
La cuestión es que el hombre se empeña a proyectar un mundo, hacer una historia, a construir un reino, una comunidad, una familia, despaldas o sin Dios que es el garante de toda dignidad humana.
Y no tiene en cuenta que sin el respeto a la dignidad de la persona humana no puede establecerse el derecho, ni la justicia, ni la paz. Y eso pone en riesgo el progreso del pueblo y el bienestar de la población.
Si Dios no inspira los pensamientos, los sentimientos, las intenciones y las obras de los hombres nunca se podrá vivir justamente. Samuel era un hombre imbuido por el espíritu de Dios por eso pudo realizar siempre acciones concretas a favor del pueblo. Se podrá tener un hombre bueno y con muchas cualidades para que administre el derecho en el pueblo, pero si no tiene el espíritu de Dios ese hombre tarde que temprano se corromperá como le sucedió algunos sacerdotes, jueces y reyes del pueblo de Israel.

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