“Hazles caso y que los gobierne un
rey”
1Samuel 8, 22.
1Samuel 8, 4-7. 10-22; Salmo 88/89, 16-19; Marcos 2, 1-12.
«Hazles caso y que los gobierne un
rey», 1Samuel 8, 22 dijo Yahvé Dios al profeta Samuel. Y aquí descubro que
nuestro Dios está atento a lo que acontece en la historia de su pueblo, y no se
aparta de él, aun cuando el pueblo lo rechace, pues ha quedado claro que el
pueblo no quiere ser gobernado por un Dios al que no ve, al que no puede tocar,
escuchar de viva voz, al que no puede sentir en los momentos más dramáticos de
la vida del pueblo, pues son esas las justificaciones que los ancianos
presentan a Samuel: «queremos tener un rey y ser también nosotros como las demás
naciones. Nuestro rey nos gobernará y saldrá al frente de nosotros en nuestros
combates», v. 19-20.
Los ancianos al
pedir un rey apuestan por la estabilidad político-militar de Israel. Quieren
asegurar que la nación israelita tenga una cabeza que los guíe en el campo de
batalla, que trace el caminar del pueblo hacia la prosperidad y el desarrollo
interno, garantizando sobre todo con la justicia y la paz el bien común del
pueblo, y eso lo justifican en el comportamiento de los hijos de Samuel, Joel y
Abías: «Mira, tú ya eres viejo y tus hijos no siguen tus ejemplos», v. 5. Los
hijos de Samuel «se volvieron ambiciosos, y se dejaron sobornar, y no obraron
con justicia», v. 3. Hasta este punto lo que están pidiendo los jefes del
pueblo israelita es razonable y plausible.
“Queremos…ser
también nosotros como las demás naciones” es otra justificación que los
ancianos dicen a Samuel. El rey se transformaría en el símbolo viviente de la
identidad del pueblo. Israel dejaría de ser una confederación de tribus, cada
una con su jefe, para llegar a ser una nación constituida en un único reino y
un sólo gobernante. Y aquí está el centro de la cuestión sobre todo porque Israel
ya tiene rey, así lo expresa el salmo: «¡Nuestro rey es el Santo de Israel!»,
88/89, 19 por eso hemos escuchado en la primera lectura que el Señor le dice a
Samuel: «Dale al pueblo lo que te pide, pues no es a ti a quien rechazan, sino
a mí, porque no me quieren por rey», 1Samuel 8, 7.
Y es cuando Samuel
expone detalladamente advirtiéndoles lo que sucederá si Israel desea tener un
rey: se convertirán en súbditos, esclavos y no gozarán de entera libertad, además
de que tendrán que obedecer las leyes que el rey promulgue so pena de muerte,
Cfr. vv. 11-18 «el pueblo, sin embargo, se negó a escuchar las advertencias de
Samuel y gritó: “No importa. Queremos tener un rey”», v. 19. Es curioso, pero
pronto olvidaron que Samuel era un profeta acreditado por Dios y siempre se
cumplían sus palabras, Cfr. 1Samuel 3, 19-20. Y sucederá lo que Samuel vaticinó
a los ancianos para desgracia del pueblo.
El pueblo de
Israel despreció al Rey rico en misericordia por reyes despiadados, se apartó
de la ley de Dios para sentir el peso de la ley de gobernantes caprichosos, no
quiso vivir en libertad de hijo de Dios y prefirió vivir como esclavo y siervo
de hombres. ¡Qué cosa tan dramática! Hoy urge discernir y saber tomar
decisiones que en verdad sean beneficiosas no sólo para la persona sino para la
propia comunidad.
¡Qué
responsabilidad tienen los líderes! Y aquí está el secreto. El problema de la
injusticia no es que Dios esté ciego o no se dé cuenta de lo que acontece en la
vida del pueblo o qué esté ausente o lejano o indiferente de la vida del
hombre. ¡No, eso no es la cuestión!
La cuestión es que
el hombre se empeña a proyectar un mundo, hacer una historia, a construir un
reino, una comunidad, una familia, despaldas o sin Dios que es el garante de
toda dignidad humana.
Y no tiene en
cuenta que sin el respeto a la dignidad de la persona humana no puede
establecerse el derecho, ni la justicia, ni la paz. Y eso pone en riesgo el
progreso del pueblo y el bienestar de la población.
Si Dios no inspira
los pensamientos, los sentimientos, las intenciones y las obras de los hombres
nunca se podrá vivir justamente. Samuel era un hombre imbuido por el espíritu
de Dios por eso pudo realizar siempre acciones concretas a favor del pueblo. Se
podrá tener un hombre bueno y con muchas cualidades para que administre el derecho
en el pueblo, pero si no tiene el espíritu de Dios ese hombre tarde que
temprano se corromperá como le sucedió algunos sacerdotes, jueces y reyes del
pueblo de Israel.
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