sábado, 30 de enero de 2016

“Ese hombre eres tú”
2Samuel 12, 7.
2Samuel 12, 1-7. 10-17; Salmo 50/51, 12-17; Marcos 4, 35-41.
Uno puede preguntarse y de qué le sirvió a Urías ser fiel si al final no le fue reconocido su honorabilidad. Hay quien podría afirmar que Betsabé le fue infiel a Urías porque ella estaba sola, y pregunto: ¿y eso es una justificación para la infidelidad? Esta historia no termina felizmente, pero los versículos que siguen, se nos enseñará que Dios es el justo juez y hará que se levante la voz profética y le haga comprender al rey el daño que hizo, por eso el capítulo once del segundo libro de Samuel concluye: «pero el Señor reprobó lo que había hecho David».
El rey había pensado que la injusticia que había cometido quedaría prontamente en el olvido, su soberbia le había hecho creer que ninguno en su reino le llamaría a él a juicio por la muerte de un inocente. El poder corrompió a David y le hizo perder la cordura y olvidarse de cómo había llegado a ser rey. Dios lo había sacado de los rebaños de Jesé, lo ungió como rey de Israel y le colocó en sus brazos a la hija de Saúl y las mujeres de su harem y, sin embargo, su corazón se llenó de avaricia, Cfr. 2Samuel 12, 7-8. Por eso, el Señor le preguntará por boca del profeta Natán: «Por qué te has burlado del Señor haciendo lo que él reprueba? Has asesinado a Urías, el hitita, para casarte con su mujer matándolo a él con la espada amonita», v. 9.
Dios llama a juicio al rey David, pero su justicia es acción salvadora. Dios no es indiferente ni se encuentra lejano de la historia de los hombres. Dios como explica el libro del Éxodo nos continúa diciendo: «He visto la opresión de mi pueblo…he visto sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Y he bajado a librarlos», 3, 7-8. La salvación que Dios ofrece no excluye al que hace el mal, el viene por los justos, pero también por quienes andan extraviados en los caminos de la injusticia. Por eso suscita en medio de su pueblo al profeta, el cual tiene la misión de anunciar la salvación del Señor y de motivar a que el hombre tome conciencia de sus actos, confiese sus pecados, se arrepienta de su mala vida y dé verdaderas muestras de un auténtico arrepentimiento: «David le dijo a Natán: “He pecado contra el Señor”», v. 13.
En eso ha consistido la tarea de Natán, la historia que le expone al rey, es como un espejo donde el propio rey puede entender por sí mismo sin que se le acuse directamente o se le eche en cara sus pecados, la atrocidad de sus propias acciones. La misión del profeta es clara: la corrección fraterna tiene como propósito excelente la salvación del hermano de tal manera que pueda permanecer en la comunidad y desempeñe su función adecuadamente para que todo sea de provecho común. Dios no acusa, sino que despierta la conciencia adormecida por el pecado. Dios no rechaza al pecador, sino que restaura su imagen en el hombre perdonándole y haciéndole pasar por el crisol de la purificación.
Ya el Señor le había anunciado a David hablándole de su descendencia que le construiría un templo «Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Si hace el mal, yo lo castigaré con vara fuerte y con azotes, pero no le retiraré mi favor», 2Samuel 7, 14-15. Pero David es también hijo de Dios, por eso como Padre amoroso le dice el Señor por medio de Natán: «El señor perdona tu pecado. No morirás. Pero por haber despreciado al Señor con lo que has hecho, el hijo que te ha nacido morirá», v. 13-14. La muerte de un inocente, como Urías ahora un bebé, y es difícil de entender. Pero el libro de la Sabiduría nos ayuda a entender mejor esto: «Fue agradable para Dios, y Dios lo amó. Entre pecadores vivía, y Dios se lo llevó. Se lo llevó para que la maldad no pervirtiera su conciencia, para que la perfidia no sedujera su alma. Su alma fue agradable a Dios y se apresuró a salir de la maldad. La gente lo ve y no lo comprende ni se da cuenta de que el Señor ama a sus elegidos y se apiada de aquellos que le son fieles», 4, 10-11. 14-15.
David sufrirá la muerte de su hijo, y cada día recordará que no lo disfrutó por el asesinato que cometió. Ese será su dolor y lo acompañará a lo largo de toda su vida. Lo había rechazado queriéndole hacer a Urías de “chivo los tamales” pero ahora Dios le niega el derecho de ser padre de una criatura inocente. Lo hizo en secreto pero sufrirá la deshonra porque un hijo suyo se acostará con sus mujeres a medio día y lo perseguirá a muerte, así se cumplirá aquello que también se le dijo: «Yo haré que de tu propia casa surja tu desgracia, te arrebataré a tus mujeres ante tus ojos y se las daré a otro, que dormirá con ellas en pleno día. Tú lo hiciste a escondidas; pero yo cumpliré esto que te digo, ante todo Israel y a la luz del Sol», v. 11-12. La enseña es clara: la justicia divina es real.
Dios perdona y cuando lo hace redime, es decir, salva por eso está escrito: «pagará a cada uno según sus obras», Romanos 2, 6. David enderezó su vida e hizo lo que Dios le agrada el resto de sus días. A eso estamos invitados a cambiar de vida.


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