“Luego lo condujo
ante Saúl, y David continúo a su servicio, como antes”
1Samuel 19, 7.
1Samuel 18, 6-9; 19, 1-7; Salmo 55/56, 2-3. 9; 10-12; Marcos 3, 7-12.
Hay un pasaje en las Sagradas
Escrituras que como golpe de rayo ha penetrado en mis pensamientos, y que esta
noche quiero compartir con ustedes, se trata del versículo catorce del libro
del Eclesiástico y dice: «El amigo fiel es refugio seguro; quien lo encuentra,
encuentra un tesoro». Y lo he querido compartir porque creo que es saludable el
tener amigos, el contar con alguien que te quiera bien, que se alegre contigo
en los momentos bellos, de triunfo, de victoria y que sea capaz de permanecer a
tu lado en los momentos aciagos y difíciles.
Meditando las
actitudes de los personajes de la primera lectura me ha parecido más atrayente
la actitud del príncipe Jonatán que la del rey Saúl. Aunque podemos aprender
mucho de ambos. Rápidamente, podemos decir algunas breves palabras respecto a
la actitud del rey Saúl, el texto señala que después de oír cantar a las
mujeres por el triunfo de David sobre Goliat, al rey le cayeron como gancho al
hígado las palabras del cántico de las mujeres «Mató Saúl a mil, pero David a
diez mil», 1Samuel 18, 7. El rey no fue capaz de reconocer su pusilanimidad, se
le “arrugó” como dirían los jóvenes hoy, pues en el momento más crucial del
campo de batalla su ejército necesito ver a su rey con gallardía y sólo vio a
un hombre atemorizado encerrado en su tienda. El ejército comprobó como un
jovenzuelo inexperto para la milicia tuvo que dar la cara no sólo por el rey
sino por todo el pueblo de Israel. El pueblo no es tonto ni ingenuo, sabe quién
es su héroe, por eso lo canta y lo danza. Y Saúl, en lugar de tener un ánimo de
gratuidad «se enojó muchísimo…miraba a David con rencor», v. 8 y como no pudo
lidiar con la vergüenza «había decidido matar a David», 1Samuel 19, 1. Esto
trae a mi memoria el pasaje del Génesis donde Yahvé le dice a Caín: «¿Por qué
estás resentido y con la cabeza baja? Si obras bien, andarás con la cabeza
levantada. Pero si obras mal, el pecado acecha a la puerta de tu casa para
someterte, sin embargo, tú puedes dominarlo», 4, 6-7. Caín no dominó esos
sentimientos negativos (resentimiento, envidia, odio, etc.) y terminó matando a
su hermano Abel.
Dios se manifestó
a Caín, no sólo como su creador, sino como un compañero de camino, como un
amigo ya que le indicó y le señaló que no debería dejarse manipular por esos
sentimientos que le sumergían en tristeza y que le amargaban el espíritu. Pero
desgraciadamente Caín rechazó el consejo de Dios.
Vemos, al príncipe
Jonatán, que se presenta como un excelente hijo, que le ayuda a leer a su padre
el rey la situación desde una perspectiva positiva. No desea que sus manos se
manchen de sangre inocente. Es Jonatán admirable consejero, posee el don de
consejo, es un hombre prudente y sabio. Jonatán sabe que su padre caería en
descredito ante el pueblo si asesina a su héroe.
Jonatán es un
hombre libre, no tiene miedo en manifestar sus buenos y correctos sentimientos,
el texto lo señala, tenía admiración por David: «Jonatán quería mucho a David»,
1Samuel 19, 1. Reconoce lo que David ha hecho por el reino de su padre y por el
pueblo, ya que le dice a su padre: «No hagas daño, señor mío, a tu siervo
David, pues él no te ha hecho ningún mal, sino grandes servicios. Arriesgo su
vida para matar al filisteo, con lo cual el Señor dio una gran victoria a todo
Israel. Tú mismo lo viste y te alegraste», v. 4-5.
¡Ojalá todos pudiésemos tener a una persona,
amigo o amiga, que diera la cara para defendernos de las injusticias de los
poderosos! ¡Ojalá tuviéramos a un hijo o hija, amigo o amiga que, con el don de
la persuasión, con las palabras correctas y con mucha paciencia pudieran
ayudarnos a recobrar un poco la cordura y desistir de las necedades y de la
insensatez!
Pero también, pudiéramos
como Saúl, saber escuchar atentamente las palabras de los hijos, de los amigos,
de los padres, de las personas que nos quieren bien: «Al oír esto, se aplacó Saúl
y dijo: “Juro por Dios que David no morirá”», v. 6.
¡Bendito sea Dios
si tenemos amigos que propicien el perdón, la reconciliación y la paz, que
apuesten por la fraternidad y la amistad: «Jonatán llamó a David y le contó lo
sucedido. Luego lo condujo ante Saúl, y David continuó a su servicio, como
antes», v. 7.
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