jueves, 14 de enero de 2016

“¿Por qué te nos escondes? ¿Por qué olvidas nuestras tribulaciones y miserias?”
Salmo 43/44, 25.
1Samuel 4, 1-11; Salmo 43/44, 10-11. 24-25; Marcos 1, 40-45.
«¿Por qué te nos escondes? ¿Por qué olvidas nuestras tribulaciones y miserias?», Salmo 43/44, 25 es la lamentación que eleva el Salmista a quien solamente puede responderle: Dios. El Salmista en su oración expone su causa, y reconoce que el sufrimiento, la humillación, la devastación y derrota que sufre el pueblo no es como consecuencia de haber abandonado el pacto con Dios, pues afirma: «Esto que nos ha pasado no fue por haberte olvidado. ¡No hemos faltado a tu alianza!», v. 18. Pone de manifiesto más bien, que la catástrofe que se padece es por vivir una vida de auténtica piedad religiosa, por eso dice: «por causa tuya estamos siempre expuestos a la muerte; nos tratan como a ovejas para el matadero», v. 23. El pueblo israelita está sufriendo persecución religiosa a causa de su fe en Yahvé. El pueblo camina rumbo al martirio. Por eso, elevan una súplica confiada y gritan al Señor: «¡Levántate, ven a ayudarnos y sálvanos por tu gran amor!», v. 27. Con esta petición termina el lamento del hombre de fe, sabiendo que su Señor y Dios no lo abandonará y espera confiado aquello que dice el Salmo: «Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos, huyen de su presencia quienes lo odian», 67/68, 2.
Muy diversa es la situación que evalúan los ancianos del pueblo de Israel al constatar que habían perdido cuatro mil soldados en batalla contra los filisteos: «¿Por qué permitió el Señor que nos derrotaran hoy los filisteos?». No responden a la pregunta sólo realizan un consenso y determinan que era necesario que el Arca de la Alianza fuera con ellos a la batalla para que pudieran derrotar a sus enemigos, 1Samuel 4, 3. Pero el desastre fue peor, Israel fue derrotado y perdió treinta mil soldados, el Arca de Dios fue capturada y murieron dos sacerdotes, cuyos nombres son los únicos que aparecen en la narración junto al de Elí que era su padre, Jofní y Pinjás, Cfr. v. 10-11.
Hay una primera enseñanza que se desprende de la actitud de los ancianos de tomar el Arca de la Alianza como un talismán u objeto de poder. Dios rechaza ser utilizado por superstición porque de esa forma el pueblo está a un paso de la idolatría y de lo que es peor aún, de la práctica de la magia o hechicería, y eso es lo que prohíbe muy claramente la ley: «No practicarán la adivinación ni la magia. No acudan a los espíritus de los muertos no consulten adivinos. Que darán impuros», Levítico 19, 26. 31.
Una segunda enseñanza se desprende de la muerte de los hijos de Elí, Jofní y Pinjás. La historia de estos hombres la encontramos a partir del versículo doce del capítulo dos del primer libro de Samuel, la cual dice: «Los hijos de Elí eran unos malvados, y no respetaban al Señor ni las obligaciones de los sacerdotes con la gente. En cuanto a Elí, era ya muy viejo, pero estaba enterado de todo lo que sus hijos les hacían a los israelitas, y que hasta se acostaban con las mujeres que estaban de servicio a la entrada de la tienda del encuentro», 1Samuel 2, 12-13. 22. Un día llegó un profeta a visitar a Elí y le dijo que por haber despreciado al Señor al no corregir a tiempo a sus hijos su descendencia iba hacer arrancado de raíz, sus dos hijos iban a morir el mismo día y que nadie de su familia llegaría a viejo y la mayoría de su descendencia moriría a espada, Cfr. vv. 27-34. En esa historia hay una frase que el profeta le dice a Elí de parte del Señor que bien puede ayudarnos a entender por qué Dios permitió que su pueblo fuera masacrado y es la siguiente: «porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian», v. 30.
Y ese pasaje me hace recordar uno fragmento del Nuevo Testamento, donde Jesús nos dice: «Muchos me dirán: ¡Señor, Señor! ¿no hemos profetizado en tu nombre? ¿No hemos expulsado demonios en tu nombre? ¿No hemos hecho milagros en tu nombre? Y yo entonces les declararé: Nunca los conocí; apártense de mí, ustedes que hacen el mal», Mateo 7, 22-23.
De todo lo anterior, podemos concluir, que el pueblo se había corrompido, sus ancianos y líderes religiosos se habían olvidado de cultivar el auténtico culto al Señor, y sus ofensas fueron gravísimas dignas de una gran purificación o lección.
El culto a Dios debe ser como el mismo Jesús explicó a la Samaritana «en espíritu y en verdad», Juan 4, 23, es decir, con todo el corazón. Donde el corazón es el punto neurálgico del que brotan las intenciones, sentimientos y decisiones de los hombres. Así que Dios desea ser amado con toda la potencialidad de tu ser. Porque Él quiere estar en tus pensamientos, en tus sentimientos, en tus acciones de cada día.  Él quiere un trato digno, donde incluso el hombre cultive su relación con el Señor y se atreva a vivir su condición filial con el Padre, la fraternidad con el Hijo y la amistad con el Espíritu Santo. En otros términos, a Dios se le ama no se le utiliza o manipula. A Dios se le sirve y se le adora, pero no se le engaña o chantajea. La actitud del hombre hacia Dios debe ser honesta y santa.


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