“¿Dónde está el rey de los judíos
que acaba de nacer?”
Mateo 2, 1-12.
Isaías 60, 1-6; Salmo 71/72, 1-2. 7-8. 10-13; Efesios 3, 2-3. 5-6; Mateo
2, 1-12.
«¿Dónde está el rey de los judíos que
acaba de nacer?», Mateo 2, 1-12 es una pregunta que todo cristiano debe ser
capaz de responder. ¿Cuántas conmemoraciones
del Señor hemos celebrado a lo largo de nuestras vidas? ¡Muchas! ¿Ha nacido en esta ocasión en tu corazón? ¿Ha
encontrado espacio en tu proyecto personal de vida para este año 2016?
Espero y sí.
La pregunta que
hacen los magos de oriente al responsable del pueblo judío es un
cuestionamiento que exige dar razón de una auténtica Esperanza, porque cada
niño que viene a este mundo trae siempre consigo “la torta bajo el brazo”, es
decir, hace surgir la gran expectativa: «¿Qué va a ser este niño?», Lucas 1,
66. Ya el Apóstol Pedro nos dice: «Estén siempre preparados a responder a todo
el que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con
humildad y respeto», 1Pedro 3, 15-16.
El rey Herodes había
puesto la esperanza de su vida en el poder económico-político-militar. Su
reinado no se entiende sin la violencia, los homicidios, las conquistas, las
grandes construcciones de influencia helenística-romana. Herodes morirá
horriblemente se podrirá en vida. El evangelio nos dice que cuando Herodes escuchó
la pregunta de los magos de oriente «se sobresaltó y toda Jerusalén con él»,
Mateo 2, 3 porque esto implicaba al menos políticamente hablando una revuelta,
una traición, un atentado a su trono. Una guerra civil es lo peor que puede
sufrir o padecer un pueblo. De ahí, el sobresalto del rey y de los principales
del pueblo.
La estrella se convirtió para los magos de oriente en
una luz de esperanza. Y Herodes sin
quererlo ni saberlo será también para los buscadores del rey nacido una
estrella que, aunque no brille con luz propia ayudará a los magos de oriente en
su búsqueda. Los sacerdotes y escribas del pueblo se convierten para
los magos en atisbos de luz porque saben dónde buscar, pero como estaban tan acostumbrados
a la letra que se olvidaron que el Señor cumple sus promesas. Las Sagradas Escrituras (el libro del
profeta Miqueas 5, 1 y el segundo libro de Samuel 5, 2) son el verdadero signo,
la auténtica huella que hay que seguir para encontrarse con el Mesías-Rey
prometido: «Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres en manera alguna la menor
entre las ciudades ilustres de Judá, pues de ti saldrá un jefe, que será el
pastor de mi pueblo, Israel», Mateo 2, 6.
Los magos de
oriente, representan como dice Isaías en la primera lectura a los pueblos del
orbe sedientos de genuina esperanza, «caminarán los pueblos a tu luz y los
reyes, al resplandor de tu aurora», 60, 3. Se trata de pueblos paganos en el
sentido de que no conocen al Dios de Israel, pero también a ellos está
destinada la Buena Noticia de Dios, la Salvación no se reduce ya al pueblo
elegido sino a toda la humanidad.
Y Jerusalén se
convierte en la casa de todos los hombres de la humanidad porque ellos también
son hijos de Dios, es lo que significa: «todos se reúnen y vienen a ti; tus
hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos», v. 4. Y eso es motivo
de gran alegría, y eso es propiamente lo que significa la Epifanía del Señor,
una verdadera Leticia, porque el Señor muestra su rostro de ternura a la
humanidad, ya el Salmista lo explica poéticamente: «si escondes tu rostro, se
espantan; si les quitas el aliento, mueren y vuelven a ser polvo», 102/103, 29.
Tengan presente que sucede cuando un niño no ve a su madre, inmediatamente
llora y grita, pero una vez que es levantado por los brazos de su madre y
colocado en su regazo todo vuelve a la calma y su espíritu se serena. Y la
sonrisa vuelve a su rostro. Eso es lo que infunde el Señor con su epifanía.
El Señor se
manifiesta al mundo, eso lo que significa epifanía, y lo hace para distribuir
su bendición, sus bienes por decirlo de un modo, san Pablo en la segunda lectura
nos lo dice de la siguiente manera: «Han oído hablar de la distribución de la
gracia de Dios, que se me ha confiado en favor de ustedes», Efesios 3, 2. La
gracia de Dios que se distribuye por el anuncio evangélico es la Salvación, es
el hecho de saberse amados por el Señor a tal punto que los considere miembros
de su misma familia, del pueblo de Dios, Cfr., v. 6.
La epifanía del
Señor manifiesta que Dios rescata a los débiles del poderoso opresor (el Pecado,
la Muerte y Satanás); y se convierte en defensa de los que viven desamparados y
sin ilusiones porque les hará justicia; y en fortaleza para quienes han perdido
las ganas de vivir; y en riqueza auténtica para los pobres y vida abundante
para los que agonizan y están en peligros de muerte eterna, Cfr. Salmo 71/72,
12-13. Eso es lo que significa Cristo para la humanidad.
Y el cristiano es
otro Cristo y, por tanto, debe ser para el prójimo prolongación y actualización
de la ternura y misericordia de Dios. La vida del cristiano debe ser una epifanía
para los que no conocen a Dios y con vehemencia anhelan grandes esperanzas para
vivir con entusiasmo a pesar de las contrariedades de la vida. Los cristianos
son luz para el mundo que yace en tinieblas. ¿Lo eres?
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