“Somos la burla de nuestros vecinos,
el hazmerreír de cuantos nos rodean”
Salmo 79/80, 7.
2Samuel 1, 1-4.
11-12. 17. 19. 23-27; Salmo 79/80, 2-3. 5-7; Marcos 3, 20-21.
Los momentos más dramáticos que el
hombre en un determinado período de su existencia padece pueden ser una gran
oportunidad para crecer y para recapitular la propia historia personal. Son
precisamente en esos momentos donde casi por lo regular se reconoce al menos en
conciencia cuan débiles y frágiles son los seres humanos. Es allí, donde se desquebrajan
la soberbia y el orgullo, y se vislumbra un poco de humildad y entonces
comprendemos que, si incluso el mar tiene límites fijados por el Creador, ¿por qué el hombre no los ha de tener?: «y
le dije: hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí acabarán la arrogancia de tus
olas», Job 38, 11.
Lo cierto es, como
afirma el sabio: «el hombre nacido de mujer, de vida breve, lleno de
inquietudes; como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar»,
Job 14, 1-2. Hoy David llora la muerte del amigo Jonatán y del rey Saúl. Hoy el
poderoso Saúl se reúne con sus antepasados, y el amigo fiel ya no está. ¿Pero qué hombre piensa en su muerte? ¿quién
pierde el tiempo en ello pues, aunque el hombre no se acuerde ni quiera ir a
reunirse con sus antepasados también le llegará su momento? Por eso afirma
el libro del Eclesiástico: «¡Oh muerte! ¡qué amargo es tu recuerdo para el que
vive tranquilo en medio de sus bienes, para el hombre contento que prospera en
todo y tiene salud para gozar de los placeres!», 41, 1. Todo lo dejará nada se
llevará. ¿Quién lo recordará y por qué
motivo lo hará?
Pero para quien lo
ha perdido todo y “muere” al perder sus bienes, que no le encuentra sabor a la
vida y sufre de hastío y le da vergüenza verse derrotado y mendigar el pan: «¡Oh
muerte! ¡qué dulce es tu sentencia para el hombre derrotado y sin fuerzas, para
el hombre que tropieza y fracasa, que se queja y ha perdido la esperanza!», v.
2. Saúl se quitó la vida, en un abrir y cerrar de ojos lo perdió todo, el
trono, el pueblo, sus hijos: «Entonces cayó sobre Saúl el peso del combate; los
arqueros le dieron alcance y lo hirieron gravemente. Saúl dijo a su escudero:
saca la espada y atraviésame, no vayan a llegar esos incircuncisos y abusen de
mí. Pero el escudero no quiso, porque le entró pánico. Entonces Saúl tomó la
espada y se dejó caer sobre ella», 1Samuel 31, 3-4. Es paradójico que el hombre
sea capaz de dar el paso firme hacia su propia muerte que soportar en vida la
humillación y el desprecio. No cabe duda que se requiere mucho más que valentía
para afrontar el dramático momento de la muerte: ¡amor a la vida!
Porque se tiene
amor a la vida y aunque se reconozca que se haya mal vivido, por eso se elevan
las plegarias a quien puede salvar y prolongar la existencia: «Señor, Dios de
los ejércitos, ¿hasta cuándo seguirás airado y sordo a las plegarias de tu
pueblo?», Salmo 79/80, 5. No importa ya si la desgracia que se padece sea
castigo, se acepta y se pide perdón con el anhelo de la restauración.
Hay una pregunta
que David dice en la lamentación que entona por Saúl y por Jonatán que puede
ayudarnos a comprender un poco el por qué hoy día el hombre muere tan
violentamente: «¿Por qué cayeron los valientes y pereció la flor de los
guerreros?», 2Samuel 1, 27. Por el pecado de ambición y la hegemonía del poder.
Y entonces comprendo que los hombres se convierten en la burla de sus vecinos y
en el hazmerreír de cuantos los rodean por la propia insensatez de realizar un
proyecto de vida de espaldas de Dios, es decir colocaron su confianza en viento:
«Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a
calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo echado
los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miran se pongan a
burlarse de él diciendo: éste empezó a construir y no puede concluir», Lucas
14, 28-30.
Si el hombre hoy
no apuesta por la fraternidad no tendrá quien le llore el día de su muerte, no
habrá quien se acuerde de él; si en vida no le preocupó tejer redes solidarias
de afecto, de colaboración, de tolerancia, de comprensión y amor morirá solo y
en angustia. Por qué vivir peleando cuando se puede vivir amando y morir sintiéndose
perdonado y amado: «Por ti Jonatán, hermano mío, estoy lleno de pesar. Te quise
con todo el alma y tu amistad fue para mí más estimable que el amor de las
mujeres», 2Samuel 1, 26.
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