domingo, 24 de enero de 2016

“Somos la burla de nuestros vecinos, el hazmerreír de cuantos nos rodean”
Salmo 79/80, 7.
2Samuel 1, 1-4. 11-12. 17. 19. 23-27; Salmo 79/80, 2-3. 5-7; Marcos 3, 20-21.
Los momentos más dramáticos que el hombre en un determinado período de su existencia padece pueden ser una gran oportunidad para crecer y para recapitular la propia historia personal. Son precisamente en esos momentos donde casi por lo regular se reconoce al menos en conciencia cuan débiles y frágiles son los seres humanos. Es allí, donde se desquebrajan la soberbia y el orgullo, y se vislumbra un poco de humildad y entonces comprendemos que, si incluso el mar tiene límites fijados por el Creador, ¿por qué el hombre no los ha de tener?: «y le dije: hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí acabarán la arrogancia de tus olas», Job 38, 11.
Lo cierto es, como afirma el sabio: «el hombre nacido de mujer, de vida breve, lleno de inquietudes; como flor se abre y se marchita, huye como la sombra sin parar», Job 14, 1-2. Hoy David llora la muerte del amigo Jonatán y del rey Saúl. Hoy el poderoso Saúl se reúne con sus antepasados, y el amigo fiel ya no está. ¿Pero qué hombre piensa en su muerte? ¿quién pierde el tiempo en ello pues, aunque el hombre no se acuerde ni quiera ir a reunirse con sus antepasados también le llegará su momento? Por eso afirma el libro del Eclesiástico: «¡Oh muerte! ¡qué amargo es tu recuerdo para el que vive tranquilo en medio de sus bienes, para el hombre contento que prospera en todo y tiene salud para gozar de los placeres!», 41, 1. Todo lo dejará nada se llevará. ¿Quién lo recordará y por qué motivo lo hará?
Pero para quien lo ha perdido todo y “muere” al perder sus bienes, que no le encuentra sabor a la vida y sufre de hastío y le da vergüenza verse derrotado y mendigar el pan: «¡Oh muerte! ¡qué dulce es tu sentencia para el hombre derrotado y sin fuerzas, para el hombre que tropieza y fracasa, que se queja y ha perdido la esperanza!», v. 2. Saúl se quitó la vida, en un abrir y cerrar de ojos lo perdió todo, el trono, el pueblo, sus hijos: «Entonces cayó sobre Saúl el peso del combate; los arqueros le dieron alcance y lo hirieron gravemente. Saúl dijo a su escudero: saca la espada y atraviésame, no vayan a llegar esos incircuncisos y abusen de mí. Pero el escudero no quiso, porque le entró pánico. Entonces Saúl tomó la espada y se dejó caer sobre ella», 1Samuel 31, 3-4. Es paradójico que el hombre sea capaz de dar el paso firme hacia su propia muerte que soportar en vida la humillación y el desprecio. No cabe duda que se requiere mucho más que valentía para afrontar el dramático momento de la muerte: ¡amor a la vida!
Porque se tiene amor a la vida y aunque se reconozca que se haya mal vivido, por eso se elevan las plegarias a quien puede salvar y prolongar la existencia: «Señor, Dios de los ejércitos, ¿hasta cuándo seguirás airado y sordo a las plegarias de tu pueblo?», Salmo 79/80, 5. No importa ya si la desgracia que se padece sea castigo, se acepta y se pide perdón con el anhelo de la restauración.
Hay una pregunta que David dice en la lamentación que entona por Saúl y por Jonatán que puede ayudarnos a comprender un poco el por qué hoy día el hombre muere tan violentamente: «¿Por qué cayeron los valientes y pereció la flor de los guerreros?», 2Samuel 1, 27. Por el pecado de ambición y la hegemonía del poder. Y entonces comprendo que los hombres se convierten en la burla de sus vecinos y en el hazmerreír de cuantos los rodean por la propia insensatez de realizar un proyecto de vida de espaldas de Dios, es decir colocaron su confianza en viento: «Si uno de ustedes pretende construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No suceda que, habiendo echado los cimientos y no pudiendo completarla, todos los que miran se pongan a burlarse de él diciendo: éste empezó a construir y no puede concluir», Lucas 14, 28-30.
Si el hombre hoy no apuesta por la fraternidad no tendrá quien le llore el día de su muerte, no habrá quien se acuerde de él; si en vida no le preocupó tejer redes solidarias de afecto, de colaboración, de tolerancia, de comprensión y amor morirá solo y en angustia. Por qué vivir peleando cuando se puede vivir amando y morir sintiéndose perdonado y amado: «Por ti Jonatán, hermano mío, estoy lleno de pesar. Te quise con todo el alma y tu amistad fue para mí más estimable que el amor de las mujeres», 2Samuel 1, 26.

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