sábado, 16 de enero de 2016

“Este es el hombre de quien te he hablado. Él gobernará a mi pueblo”
1Samuel 9, 17.
1Samuel 9, 1-4. 10. 17-19; 10, 1; Salmo 20/21, 2-7; Marcos 2, 13-17.
El rey es el ungido del Señor por eso escuchamos que Samuel «tomó el cuerno donde guardaba el aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl», 1Samuel 10, 1. Saúl se convierte en el primer rey del pueblo de Israel y con él el Señor cumple la petición del pueblo: «Queremos tener un rey y ser como las demás naciones», 1Samuel 8, 20. Lo bello de esto es la libertad con la que actúa el hombre, Dios respeta esa libertad y continúa viendo de cerca el desenvolvimiento de la historia de la humanidad. Podrá errar el hombre, cometer injusticias y pecados, pero Dios no se aleja, está más cerca que nunca.
¿Pero qué significa ser el ungido del Señor? ¿Qué debemos entender de qué sea Dios quien elija un hombre como rey de Israel? Siguiendo detenidamente la narración del texto que señala la elección de Saúl como rey de Israel, podemos afirmar que “ungido del Señor” significa separación, apartado del resto de la comunidad de los hombres, consagrado a Dios, hombre que está permeado por el espíritu de Dios, pues se dice: «El espíritu de Dios invadió a Saúl, y este cayó en trance profético», 1Samuel 10, 10. Dios elije a Saúl como rey de Israel, porque Israel es el pueblo de Dios. Así que el rey debería representar a Dios en su modo de gobernar, deberá mantener unido al pueblo, procurará su bienestar, su prosperidad y seguridad, se trata pues de un servicio amoroso al pueblo por eso después de ser ungido Saúl como jefe de Israel se le dijo: «y lo librarás de los enemigos que lo rodean», v. 1.
Dios ha elegido al soberano adecuado para su pueblo, aunque el texto señale que Saúl era «joven y de buena presencia…apuesto…alto», 1Samuel 9, 2 de ningún modo debemos intuir que solamente se le haya elegido por sus cualidades naturales. Las cualidades de un líder son importantes, pero no fundamentales como el de realizar la voluntad de Dios. Es de elogio el saber que fue elegido dentro de los clanes menos importantes de las tribus de Israel, de una familia pobre y que pasaba desapercibida por no ser de renombre, Cfr. v. 21. Y que primero es su elección y unción por parte de Dios en privado y muy posterior la elección pública ante todas las tribus de Israel, Cfr. 1Samuel 10, 20-27.
Dios no se equivocó al elegir a Saúl como rey de su pueblo. Dios le concedió a Saúl la fuerza necesaria, es decir, le concedió su gracia para que pudiera amar a su pueblo, porque sólo con amor es posible el servicio, por eso el texto es muy claro cuando dice que después de que Samuel lo ungió y le dijo algunas cosas: «Dios le cambió el corazón; y aquel mismo día se cumplieron todas las señales» que le refirió el profeta Samuel para que constatara que Dios lo había ungido como jefe de su pueblo Israel, v. 9.
Las mulas que nunca encontró parecen presagiar la duración del reino de Saúl. Las mulas fueron encontradas, pero no por él. La gran responsabilidad que tiene en manos el rey Saúl es una empresa que no podrá realizar adecuadamente si se aparta de los mandamientos divinos.
Es Dios quien garantiza la consecución de los proyectos, los talentos humanos juegan un papel importante pero no son suficientes si Dios no mueve los hilos de la historia. Dios, pues, continúa gobernando porque es el Señor dueño de todo por eso dice el Salmista: «Tu victoria, Señor, le ha dado fama, lo has cubierto de gloria y de grandeza», Salmo 20/21, 6.
 Dentro de las muchas tareas y deberes que tenía el rey, resalta una, cuidar que la fe en el Dios vivo permaneciera incorrupta. Y la manera de lograrlo es obedeciendo las prescripciones de la ley. Y los mandatos que el Señor da a través de sus profetas. Por tanto, el rey es responsable del culto. Y el pueblo debe aprender a realizarlo debidamente. Cosa que no cuidará Saúl.

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