martes, 5 de enero de 2016

“…para que vivamos por él”
1Juan 4, 9.
1Juan 4, 7-10; Salmo 71/72, 1-4. 7-8; Marcos 6, 34-44.
El día de ayer mencionábamos que el amor a Dios y al prójimo son el criterio fundamental para que el cristiano discierna si se conserva o permanece en Dios. El amor entendido como la búsqueda incondicional y constante del bien y salvación de la persona. El amor comprendido de esta manera lejos está de reducirse a meros sentimentalismo o simpatía o empatía. El amor cristiano es ante todo una actitud constante, verdadera y buena que se concretiza en obras que son favorables al prójimo. El prójimo es toda persona humana y nada tiene que ver su posición social, raza, cultura, educación, etc., para ser amada. Si el amor existe entonces se manifiesta en obras que pueden verse, tocarse y experimentarse, por eso le hemos escuchado decir al discípulo amado: «El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que envió a su Hijo», 1Juan 4, 9.
Lo cual significa que en Jesús de Nazaret conocemos como ama Dios. El evangelio de este día, nos permite enumerar actitudes concretas del amor de Dios viendo actuar a su propio Hijo Jesús:
Primero, Jesús es un hombre de cinco sentidos, es decir, está atento a lo que acontece a su alrededor, no se conforma con ver y escuchar; Él toca, interactúa, se hace cercano, y se deja interpelar por la cruda realidad: «vio una numerosa multitud que lo estaba esperando», Marcos 6, 34.
Segundo, Jesús reacciona, hace suyo los cansancios, fatigas y desesperanzas de las gentes. Viene a mi mente aquel pasaje que dice: «Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré», Mateo 11, 28. El texto evangélico que estamos meditando nos dice que «se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor», Marcos 6, 34 es decir, perdidas, hambrientas y sedientas, sin horizontes claros, desprotegidas, sin lugar donde reclinar la cabeza, volviéndose “presa” de los falsos pastores o profetas.
Jesús se convierte para aquellas personas en auténtico pastor, pues: «Entonces ordenó… que la gente se sentara en grupos sobre la hierba verde y se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta», vv. 39-40. Jesús los organiza, se convierte en su guía y en su Padre providente, pues les da lo que necesitan. Y vemos en esta acción de Jesús una manera concreta de amar porque se otorga atención y acompañamiento.
Tercero, «y se puso a enseñarles muchas cosas», v. 34. La educación y formación, es la tarea más bella que los maestros pueden ofrecer y realizar. Con la educación y formación se enriquece el espíritu humano; y es al mismo tiempo, una oportunidad muy grande para ejercer la solidaridad y afianzar la amistad y sobre todo es un espacio para vivir la fraternidad.
Jesús alimenta el espíritu, capacita para que puedan tomar responsablemente como conviene la propia vida. Jesús es un Padre providente pero lejos está en convertirse en un paternalista o manipulador de las conciencias. Jesús a puesta por la verdad sobre el hombre, su bien y salvación.
Cuarto, «denles ustedes de comer», v. 37 les dijo Jesús a sus discípulos. De la enseñanza o instrucción pasa Jesús a la acción o práctica. Hacerse cargo de una comunidad no es sólo instruirla y capacitarla es, ante todo, enseñarle a que tomen con seriedad el destino de sus vidas. Jesús les hará comprender que solamente en clave de fraternidad y de solidaridad es posible cambiar el mundo, donde la inmensa mayoría de hombres y mujeres, están marginados en espera de oportunidades que detonen favorablemente el rumbo de su historia, de sus vidas. Pues donde hay corazones embebidos del amor de Dios no existe el egoísmo ni toda clase de injusticias. El hambre en el mundo es prueba fehaciente de que el amor está ausente del corazón de la humanidad.
Atender las necesidades más básicas de la persona es dignificarla, pero hacer uso de sus necesidades para perseguir intereses distintos al bienestar del prójimo es corrupción y manifiesta un nivel muy bajo de amor. Cubrir las necesidades del prójimo no es simple ni sencillo, requiere la colaboración de muchos, pero sobre todo la conversión al amor. Si el hombre no se rinde al amor le resultará imposible hacer algo a favor del menesteroso, por eso los discípulos le dicen a Jesús: «¿Acaso vamos a ir a comprar doscientos denarios de pan para darles de comer?», v. 37.
Quinto, los discípulos le dijeron a Jesús tenemos: «Cinco panes y dos pescados», v. 38. La generosidad hace el milagro, el compartir lo poco o mucho que se tiene marca siempre la diferencia. Cuando existen corazones generosos las injusticias disminuyen y algunas otras se hacen un poquito “soportables”. La generosidad hace posible que el pan se multiplique y sacie a muchos, y sobre para el futuro, Cfr. vv. 42-43.
Sexto, «bendijo a Dios, partió los panes y se los dio a los discípulos para que lo distribuyeran; lo mismo hizo con los pescados», v. 41. Aún en la pobreza o en medio de las injusticias habrá motivos fuertes para dar gracias a Dios y bendecir su nombre. No todo está mal. Y el de corazón humilde sabe reconocerlo.
Es así como Jesús enseña a sus discípulos a ser libres del egoísmo, de la indiferencia, del miedo que son algunas formas concretas de pecado y, que impiden amar al hombre como Dios manda.

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