“Es necesario que él crezca y que
yo venga a menos”
Juan 3, 30.
1Juan 5, 14-21; Salmo (149), 1-6; Juan 3, 22-30.
Cuando la humildad hace acto de
presencia en la vida relacional de los hombres se da el auténtico crecimiento humano.
Muchas heridas se provocan cuando la virtud de la humildad no se vive en una
relación de pareja, de amigos, de ambiente de trabajo o de estudio. Sobre todo,
cuando no se es capaz de reconocer que el otro posee talentos y actitudes que
muy bien pueden enriquecer a quien es capaz de acoger como es debido sus
bienes. Por tanto, continúa siendo actual el consejo de Tobit a su hijo Tobías:
«Bien, hijo, ama a tus parientes y no te creas más que los hijos e hijas de tu
pueblo…porque la soberbia trae perdición e intranquilidad», Tobías 4, 13.
La soberbia nunca
camina sola, siempre se manifiesta muy bien acompañada, especialmente de algunas
actitudes insanas. La soberbia es buena “amiga” de la envidia, de la celotipia,
del elitismo o de la exclusividad que margina y desprecia, de la ostentación
del poder, etc., por eso, le hemos escuchado decir a los discípulos de Juan: «Mira,
maestro, aquel que estaba contigo en la otra orilla del Jordán y del que tú
diste testimonio, está ahora bautizando y todos acuden a él», Juan 3, 26.
Y esta actitud
negativa de los discípulos del Bautista respecto al obrar de Jesús, me ha hecho
recordar un pasaje donde el mismo Jesús instruye a sus discípulos sobre la
humildad y el servicio. Juan, el discípulo amado, interrumpe el discurso de su
Maestro y le dice: «vimos a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos
de impedírselo, porque no nos sigue. Jesús respondió: No se lo impidan. Aquel
que haga un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. Quien no está
contra nosotros, está a nuestro favor», Marcos 9, 38-40. Jesús enseña a saber
confiar en el prójimo y sobre todo a saber trabajar en equipo. Descubro incluso
que quien no es capaz de delegar tareas y responsabilidades porque sabe que las
cosas no se harán como las visualiza no sólo no confía en las cualidades de las
personas, es un tanto, orgulloso, impositivo y se opone con dicha actitud al
crecimiento reciproco de la comunidad.
La respuesta que
el Bautista da sus discípulos tiene mucha afinidad con las palabras de Jesús: «Nadie
puede apropiarse nada, si no le ha sido dado del cielo», Juan 3, 27. Con ello, se
nos da entender que hay cualidades muy humanas, exclusivas de cada persona, actitudes
y aptitudes que incluso la persona puede desenvolver durante su desarrollo
humano. Pero hay también dones, que son una gracia concedida por la divinidad
no para uso exclusivo o vanagloria del sujeto sino para el bien común, para el
beneficio de la propia comunidad, como explica san Pablo: «todo para la
edificación común», 1Corintios 14, 26. Los discípulos de Juan como los de Jesús,
veían sólo competitividad en el anuncio evangélico, pero el Bautista y el
propio Jesús veían un servicio muy grato a Dios en la instauración del reino de
los cielos. La soberbia y la envidia hacen mirar cortamente a la persona, la
enfrascan en el presente, en cambio la humildad enseña a mirar con respeto el
pasado y hace disfrutar el presente y ayuda a construir con entusiasmo el
futuro.
Juan reconoce que
Jesús no es un usurpador, no se ha apropiado nada a la fuerza, ni se ha
aprovechado de la fama de otro. Juan reconoce que la labor de Jesús es una obra
querida por Dios Padre y de él ha recibido tal misión y Jesús lo confesará
cuando dice: «El que los recibe a ustedes a mí me recibe; quien me recibe a mí
recibe al que me envío», Mateo 10, 40. Jesús es el Mesías enviado por Dios al
pueblo de Israel, y el Bautista así lo atestigua: «ustedes mismos son testigos
de que yo dije: “Yo no soy el Mesías, sino el que ha sido enviado delante de él»,
Juan 3, 28.
El reconocimiento
que hace Juan de Jesús como Mesías enviado por Dios, por eso dice: «le ha sido
dado del cielo», v. 27 revela la simplicidad del Bautista, él no se complica la
existencia, es un hombre con los pies en la tierra, por eso es humilde, sabe su
origen y eso le permite reconocer quien es en verdad Jesús. Una persona que no
se conoce a sí misma y pretende conocer al otro es un ciego por no decir que es
un pretensioso o mentiroso.
El Bautista
reconoce que sólo es amigo del Mesías, del auténtico esposo del pueblo de
Israel por eso no puede desatar de los pies de Jesús las correas de sus
sandalias, (Cfr. Rut 4; Deuteronomio 25, 5-10). Y en otro pasaje de la
Escritura afirma: «Yo los bautizo con agua; pero viene uno con más autoridad
que yo, y yo no soy digno para soltarle la correa de sus sandalias. El los
bautizará con Espíritu Santo y fuego», Lucas 3, 16. Con esto, se señala una
diferenciación en el bautismo de Juan y el de Jesús: El bautismo de Juan es de conversión,
de renuncia a una vida de pecado y de preparación para recibir la auténtica
vida que dará el Mesías de Dios. En cambio, el bautismo de Jesús, es el
bautismo que como explicó a Nicodemo nos hace nacer de nuevo y nos introduce en
el reino de los Cielos: «Te aseguro que, si uno no nace del agua y del Espíritu,
no puede entrar en el reino de Dios», Juan 3, 5. Pues es a través del Espíritu
Santo que se recibe en el Bautismo de Jesús, como los hijos de los diversos
pueblos del orbe son llamados hijos del Dios Altísimo, Cfr. Romanos 8, 15-16.
Juan dice que está
lleno de alegría porque su gozo está centrado no en lo que él ha hecho sino en
el servicio que prestó a su Mesías, a su Salvador. Y todo lo que realizó no fue
en vano, se siente pleno porque se descubre realizado, por eso puede decir: «Es
necesario que él crezca y que yo venga a menos», Juan 3, 22. Lo mismo dirá Jesús
en la cruz pero con otras palabras: «Todo se ha cumplido. Dobló la cabeza y
entregó el espíritu», 19, 30. ¿Te sientes
con alegría cuando con tu trabajo y dedicación ayudas a que otro cumpla con su
misión? ¿Te experimentas realizado cuando tu jefe, tu hijo, tu alumno, tu
esposo o esposa logran sus metas con tu colaboración?
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