jueves, 31 de diciembre de 2015

“Hijos míos: Ésta es la última hora”
1Juan 2, 18.
1Juan 2, 18-21; Salmo 95/96, 1-2. 11-13; Juan 1, 1-18.
«Hijos míos: Ésta es la última hora», 1Juan 2, 18 nos dice san Juan, pero no se refiere a un tiempo o a un final de la historia sino más bien a una situación donde el hombre parece haber perdido el rumbo; donde todo es ambiguo y se pone en tela de juicio lo que antes se aceptaba sin dudas; donde la verdad y la fe se ven disminuidas por los antitestimonios que existen en los cristianos de este tiempo.
“La última hora” está señalada por los falsos hombres religiosos, es decir, por el “dominio” de los llamados anticristos, aquellos que rechazan silenciosamente no con palabras sino con obras y abiertamente se oponen a Cristo el Salvador por su manera de conducirse en la vida presente, por eso Juan nos dice: «vino a los suyos y los suyos no lo recibieron», Juan 1, 11.
“La última hora” está enmarcada por la falta de coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace, generándose así una falta de auténtica identidad del cristiano y su condición de ungido, es decir, de bautizado porque no viven según la verdad porque todo lo consideran relativo, se niegan a reconocer a que existe lo Absoluto y lo definitivo, y dejando como última medida sólo el propio yo con sus antojos.
“La última hora” exige discernimiento para encontrar la verdad y desenmascarar la mentira y las seducciones de la mundanidad como bien aconseja Jesús el Señor: «¡Tengan cuidado, y que nadie los engañe! Porque muchos se presentarán en mi nombre, diciendo que son el Mesías, y engañarán a muchos», Mateo 24, 4-5. Esta mundanidad ha permeado con su mentalidad y con sus estilos de vida a la propia comunidad cristiana, y algunos cristianos se han convertido en herejes porque pregonan doctrinas contrarias a la genuina fe de la Iglesia; han caído incluso en un sincretismo religioso pues han hecho de la fe un producto de muchas corrientes de pensamiento a tal punto que pueden encenderle un cirio a la Virgen Madre y otra a la muerte; ir a una misa de sanación y también a las limpias. El cristiano de hoy no tiene muy claro lo que dice creer.
Y no sólo eso, sino que algunos han apostatado de la propia fe y con odio atacan a la Iglesia, a sus representantes, a sus miembros. Hay quienes desean expropiarle a la Iglesia edificios para convertirlos en museos o bares; extraen de las ermitas y los lugares destinados al culto obras de escultura, pintura e incluso han profanado robando los vasos sagrados o extrayendo del tabernáculo a Jesús Eucaristía para exhibirlos públicamente haciendo con cada forma consagrada frases para un “gran performance”.
“La última hora” pone en evidencia que existe en nuestros días una clara rebeldía del hombre, el cual se encuentra “atrincherado” en una concepción errónea de la libertad por eso el apóstol dice: «De entre ustedes salieron, pero no eran de los nuestros; pues si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros», 1Juan 2, 19. ¿Cuántos obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos, consagrados, hombres y mujeres de Iglesia han esparcido por el mundo “semillas erróneas” de doctrinas insanas que están en completo desacuerdo con la fe de Iglesia? ¡Muchos!
Por eso, “la última hora” nos apremia, nos impulsa a pregonar la Palabra de Dios con valentía, con claridad, con rectitud, con verdad y unción de Espíritu Santo. Y para que eso sea posible es fundamental que se sea hombre maduro en la fe; adultos maduros en la fe quiere decir estar completamente enraizados, arraigados en la amistad con Cristo. Porque es Cristo el modelo de todo hombre y por consiguiente el criterio óptimo para discernir entre la verdad y la mentira, por eso dice el apóstol Pablo: «Así no seremos niños, juguete de las olas, arrastrados por el viento de cualquier doctrina, por el engaño de la astucia humana y por los trucos del error», Efesios 4, 14.
Y la amistad con Cristo se cultiva con estudio y formación, especialmente de las Sagradas Escrituras y del Catecismo de la Iglesia Católica; con la oración y la meditación, entre ellas el rezo del credo que contiene en síntesis las verdades de nuestra fe y el santo rosario que nos recuerdan con sus misterios la vida de Jesucristo; y sobre todo poniendo en práctica las obras de misericordia del Señor que son ya obras buenas de amor al prójimo.
Sólo siendo amigos de Cristo, dejándonos iluminar por la verdad de su doctrina y la gracia de sus sacramentos tenemos garantía de ser testigos de la luz (Cfr. 1Juan 1, 6-8) y es posible hacer realidad el deseo de Jesús el cual nos dice: «Brille igualmente la luz de ustedes ante los hombres, de modo que cuando ellos vean sus buenas obras, glorifiquen al Padre de ustedes que está en el cielo», Mateo 5, 16.


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