miércoles, 30 de diciembre de 2015

“El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”
Lucas 2, 40.
1Juan 2, 12-17; Salmo 95/96, 7-10; Lucas 2, 36-40.
«El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él», Lucas 2, 40 nos refiere Lucas en su evangelio y nos recuerda el papel que juega la familia en la formación y educación de los hijos. Los padres tienen ese deber y esa obligación por derecho natural. La responsabilidad de los padres hacia los hijos es algo connatural. En este punto el cuarto y quinto mandamientos de la ley de Dios están entrelazados.
«Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar», Éxodo 20, 12 expresa de forma positiva el cuarto mandamiento, indicando los deberes que se han de cumplir para que, en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la ciudadanía existan una armónica convivencia. Esa armónica convivencia no puede existir sin ciertos valores tales como: el respeto, la tolerancia, la comprensión, la solidaridad, la seguridad, la paz, la justicia, el amor, etc.
Este mandamiento exige reciprocidad y al mismo tiempo magnanimidad. Reciprocidad porque si deseas que tus hijos te respeten debes enseñarles caritativamente el respeto, tratándoles con dignidad y buenos modales. De la misma manera el jefe a sus subordinados, los maestros a sus alumnos, el ciudadano al que ostenta la autoridad, etc. Magnanimidad, que denota ya el poseer un temperamento noble, una grandeza de espíritu que le hace que se comporte con generosidad a pesar de las injurias y las actitudes negativas que puede recibir hacia su persona. Los hijos están llamados a respetar a sus padres, aunque éstos sean grotescos y salvajes con ellos, es decir, están llamados los hijos a restablecer la paz manifestando gran magnanimidad hacia sus padres.
El Catecismo de la Iglesia Católica enseña que «el respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia», 2215 por eso nos recuerda el libro del Eclesiástico: «Honra a tu padre de todo corazón y no olvides los dolores de tu madre; recuerda que ellos te engendraron, ¿qué le darás por lo que te dieron?», 7, 27-28. El sentido de gratitud brota de haberse experimentado insuficiente y totalmente dependiente de los padres.
Jesús niño, necesitó de los pechos de la Virgen Madre para su alimentación, del cariño y cuidados necesarios para crecer sano y salvo. Pero José jugó un papel importantísimo, pues su sola presencia era ya garantía de estabilidad emocional, de seguridad, protección, y con su trabajo proporcionó todos los condicionamientos necesarios para que el niño Jesús se desarrollara dignamente. Pero cuando los padres son irresponsables, cuando no tienen en cuenta las obligaciones que se desprenden de haber concebido un hijo, ¿se despertará en los hijos sentimientos de gratitud o no será más bien de resentimientos, amarguras y hasta desprecio y odio? Sin los sentimientos de gratitud, hermanos, será difícil que los hijos den afecto y muestren respeto filial con docilidad y obediencia, aunque se les exija eso por el simple hecho de vivir todavía en casa. La cosa se torna difícil y el ambiente es ríspido porque no hay paz. Y si no hay respeto filial tampoco habrá buenas relaciones entre hermanos y hermanas y qué decir todavía de la comunidad en la que comúnmente se habita.
Por otra parte, no hay que olvidar que la sabiduría humana se adquiere a través de las relaciones interpersonales. Jesús se “llenaba de sabiduría” porque José y María le enseñaban adecuadamente según sus posibilidades. No me quiero imaginar la presión que sentían y la gran responsabilidad que había caído sobre sus hombros al ser conscientes que Dios había colocado en sus propias manos a su Amadísimo Hijo. Y sigue siendo semejante la cosa, Dios continúa colocando en el seno de las familias, su “imagen y semejanza”, porque todo hombre, toda mujer que viene al mundo llevan la impronta de su creador, así que Dios espera que cada hombre, cada mujer alcance la medida de su Hijo Jesús.
Con los ejemplos sabios de los padres los hijos crecen y se robustecen, pero hay todavía un papel más que desempeñar con gran esmero y dedicación, para que en los hijos también actúe copiosamente “la gracia de Dios”, es decir, que se cultive una amistad sana, duradera, honesta y recta con Dios. Y esa es tarea también de los padres. Y para evitar que esa relación amorosa con Dios se distorsione, se fracture o se corrompa es necesario atender la exhortación que el Apóstol Juan nos dice en la primera lectura: «no amen al mundo ni lo que hay en él. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él», 1Juan 2, 15. En otras palabras no deben vivir los padres mundanamente, no se deben corromper ni contaminar por la mundanidad de este mundo, hay que desterrar y arrancar de raíz «las pasiones desordenadas…, las curiosidades mal sanas y la arrogancia del dinero», v. 16 pues estas ensucian la mente, generan sentimientos vanos y obras malas.
Grandes tareas tienen los padres y el Señor lo sabe por eso les auxilia y apremia a que vivan santamente.

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