viernes, 11 de diciembre de 2015

“La sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras”
Mateo 11, 19.
Isaías 48, 17-19; Salmo 1, 1-4. 6; Mateo 11, 16-19.
Hay una súplica incesante que el Apóstol Pablo realiza cuando ora por la comunidad de los Efesios, él expresamente dice: «Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la gloria, les conceda un Espíritu de sabiduría y revelación que les permita conocerlo verdaderamente», 1, 17. Lo que significa que Pablo relaciona el don de la sabiduría con el conocimiento de la verdad sobre Dios. La sabiduría (razón) sería entonces uno de los caminos para conocer a Dios porque el otro camino es la revelación (fe).
Y no sólo la sabiduría nos permitirá hasta donde sea posible conocer las profundidades del corazón de Dios sino que nos concede la capacidad de ver todas las realidades y todos los acontecimientos tal como los ve Él, pues es Dios quien conoce las profundidades de las cosas. Ya lo expresa la Escritura cuando dice: «Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia. El Señor ve el corazón», 1Samuel 16, 7. Pero lo que no alcanzamos a comprender por la sabiduría humana (razón) lo alcanzamos a conocer por medio de la revelación, es decir, por la fe.  Una cosa queda clara: hay que pedir al Señor nos conceda la gracia del don de su sabiduría y el don de la revelación (fe) para descubrir su presencia soberana y exquisita en la cotidianidad de nuestra vida.
No olvidemos que en Cristo Jesús hemos sido sellado por el Espíritu de Dios y hemos recibido sus dones, entre ellos, el de la sabiduría y el de revelación (fe). Así que el Evangelio de hoy nos invita a descubrir los misterios de Dios, la manera como Él se hace presente en la vida del hombre.
Cuando no es uno capaz de descubrir a Dios en la historia no sólo personal o comunitaria sino en de la humanidad misma, podemos leer la realidad equivocadamente, podemos juzgarla aparentemente. Los hombres de los tiempos de Jesús le vieron realizar milagros, curaciones y exorcismos y no creían en Él ni que Dios actuaba poderosamente a través de su persona, decían: «Ese es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir», Mateo 11, 19. No tenían un corazón ni una mirada receptiva y en total sintonía con el actuar de Dios.
El espíritu de sabiduría nos ayuda a estar siempre receptivos y en sintonía para recoger de la realidad (lectura de los signos de los tiempos) no sólo los momentos de alegría y felicidad sino también las situaciones dolorosas y amargas de la vida humana, por eso dice Jesús: «tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado», v. 17. Recogemos los signos de los tiempos para actuar adecuadamente, para responder correctamente a las situaciones que nos interpelan y desafían. Recoger los signos de los tiempos nos da la posibilidad de saber actuar prudentemente. Los signos de los tiempos son para discernir, para hacer una toma de conciencia, un alto que ayude a primero pensar para luego actuar, por eso el Salmista dice: «Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos», 1, 1.
La sabiduría no sólo me ayuda a estar receptivo y en sintonía con Dios sino también nos invita a dejarnos instruir, a saber aceptar los consejos que se nos dan para provecho propio, pues dice el refrán “el que no acepta consejo no llega a viejo”, por eso el Señor Dios dice: «¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos!», Isaías 48, 18. Así sea!.

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