domingo, 6 de diciembre de 2015

“Vino la palabra de Dios en el desierto sobre Juan, hizo de Zacarías”
Lucas 3, 2.
Baruc 5, 1-9; Salmo 125/126, 1-6; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6.
En este segundo domingo de adviento hemos encendido el segundo cirio de la corona de adviento. Este segundo cirio nos indica no sólo un movimiento, un desplazamiento, un camino que ya empezamos a recorrer para la preparación a la segunda venida del Señor. Segunda venida que vivimos anticipadamente celebrando su natalicio.
Este movimiento lo encontramos también reflejados en la palabra de Dios que se han proclamado en esta misa dominical. El profeta Baruc en la primera lectura le dice al pueblo de Israel: «ponte de pie, Jerusalén, sube a la altura, levanta los ojos y contempla a tus hijos, reunidos de oriente y de occidente, a la voz del espíritu, gozosos porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie, llevados por los enemigos; pero Dios te los devuelve llenos de gloria, como príncipes reales», 5, 5-6. Los hijos vuelven del exilio, del lugar de la esclavitud, ya no serán tenidos como extranjeros, ahora tendrán casa, patria, identidad. Esto es obra de la misericordia de Dios que no los ha olvidado, por eso agrega el profeta: «el Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo con su misericordia y su justicia», v. 9. Dios se hace cercano al hombre, también camina, se desplaza junto a su pueblo. Deja su trono de Gloria y hace camino al andar con la humanidad.
El hecho que el Señor camine acompañando a su pueblo, custodiándolo y allanándole el sendero por donde regresarán a Jerusalén es motivo de alegría, de gozo, por eso el Salmista exalta el caminar de Dios y el caminar de su pueblo porque hay esperanzas nuevas que dotan la vida de un nuevo significado, el pueblo tiene futuro, no camina hacia la deriva, va hacia Jerusalén, madre de los hijos de Dios: «Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas» 125/126, 6.
La segunda lectura, nos presenta este movimiento o peregrinar como un desplazamiento espiritual: «y esta es mi oración por ustedes: que su amor siga creciendo más y más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual», Filipenses 1, 9. Este crecimiento en el amor tiene como cometido estar preparados para que sin temor recibamos la venida de Cristo Jesús. El amor nos enseña san Pablo nos impulsa a obrar siempre correctamente en provecho propio como a favor del prójimo, por eso nos dice: «y llegarán limpios e irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la justicia», v. 10. Hermanos, no podemos decir que somos justos si no cumplimos con nuestras tareas, deberes y responsabilidades. Una vez que hagamos lo que es justo estaremos en condición de decir que amamos. Pues es la justicia la regla mínima del amor.
El evangelio de hoy nos desplaza de la ciudad al desierto, del mundo de los bienes y servicios a un lugar donde no existen tales cosas. Y nos invita a despojarnos de lo superfluo, de lo que es viento, es decir, de la vanidad.
Nos cuestiona el hecho de que la palabra quiera llegar a la vida de los hombres y haya elegido un lugar solitario. Hubiera como dicen algunos pastoralistas aprovechar los nuevo areópagos, los nuevos medios de comunicación, etc. ¡Pero no es así! Elige el desierto.
La palabra de Dios será la generadora de una nueva humanidad, renacida del agua del arrepentimiento, en un desierto. En el desierto, la palabra de Dios por boca de Juan el Bautista, brotará la vida nueva en el espíritu de Dios. Y como se comprobará, los habitantes de la ciudad irán a oír, a bautizarse en el Jordán, la voz que se proclama en el desierto será capaz de congregar a multitudes y de preparar el corazón de los hombres para que reciban al Mesías de Dios.
Centrándonos en la figura del Bautista y lo que la palabra de Dios hizo en ese santo varón, nos daremos cuenta que es la potencialidad de la palabra de Dios la que genera el movimiento, el crecimiento en las virtudes y la prosperidad en la vida espiritual de quien se deja permear por ella.
Juan como todo hombre judío pudo haberse casado, engendrado hijos, haber continuado con el oficio de sacerdote que le correspondía dado que su familia procedía de una casta sacerdotal. Pero vemos que eligió no una vida cómoda ni un presente seguro, decidió la sobriedad como estilo de vida. Se vació de lo que no es esencial y se dejó invadir por la fuerza del Espíritu de Dios, se convirtió en profeta de Dios, el último de los del Antiguo Testamento. En bisagra que une lo antiguo con el Nuevo. Con ello, Juan nos enseña que necesitamos despojarnos o vaciarnos de todo aquello que impide que podamos llenarnos de Dios. Juan nos dice que hemos de adentrarnos llenos de valor y de confianza en el proceso de conversión, eso es lo que significa: «hagan rectos sus senderos», Mateo 3, 4. 

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