“Vino la palabra
de Dios en el desierto sobre Juan, hizo de Zacarías”
Lucas 3, 2.
Baruc 5, 1-9; Salmo 125/126, 1-6; Filipenses 1, 4-6. 8-11; Lucas 3, 1-6.
En este segundo domingo de adviento
hemos encendido el segundo cirio de la corona de adviento. Este segundo cirio
nos indica no sólo un movimiento, un desplazamiento, un camino que ya empezamos
a recorrer para la preparación a la segunda venida del Señor. Segunda venida
que vivimos anticipadamente celebrando su natalicio.
Este movimiento lo
encontramos también reflejados en la palabra de Dios que se han proclamado en
esta misa dominical. El profeta Baruc en la primera lectura le dice al pueblo
de Israel: «ponte de pie, Jerusalén, sube a la altura, levanta los ojos y
contempla a tus hijos, reunidos de oriente y de occidente, a la voz del espíritu,
gozosos porque Dios se acordó de ellos. Salieron a pie, llevados por los
enemigos; pero Dios te los devuelve llenos de gloria, como príncipes reales», 5,
5-6. Los hijos vuelven del exilio, del lugar de la esclavitud, ya no serán
tenidos como extranjeros, ahora tendrán casa, patria, identidad. Esto es obra
de la misericordia de Dios que no los ha olvidado, por eso agrega el profeta: «el
Señor guiará a Israel en medio de la alegría y a la luz de su gloria, escoltándolo
con su misericordia y su justicia», v. 9. Dios se hace cercano al hombre, también
camina, se desplaza junto a su pueblo. Deja su trono de Gloria y hace camino al
andar con la humanidad.
El hecho que el
Señor camine acompañando a su pueblo, custodiándolo y allanándole el sendero
por donde regresarán a Jerusalén es motivo de alegría, de gozo, por eso el Salmista
exalta el caminar de Dios y el caminar de su pueblo porque hay esperanzas
nuevas que dotan la vida de un nuevo significado, el pueblo tiene futuro, no
camina hacia la deriva, va hacia Jerusalén, madre de los hijos de Dios: «Al ir,
iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus
gavillas» 125/126, 6.
La segunda
lectura, nos presenta este movimiento o peregrinar como un desplazamiento
espiritual: «y esta es mi oración por ustedes: que su amor siga creciendo más y
más y se traduzca en un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual»,
Filipenses 1, 9. Este crecimiento en el amor tiene como cometido estar
preparados para que sin temor recibamos la venida de Cristo Jesús. El amor nos
enseña san Pablo nos impulsa a obrar siempre correctamente en provecho propio
como a favor del prójimo, por eso nos dice: «y llegarán limpios e
irreprochables al día de la venida de Cristo, llenos de los frutos de la
justicia», v. 10. Hermanos, no podemos decir que somos justos si no cumplimos
con nuestras tareas, deberes y responsabilidades. Una vez que hagamos lo que es
justo estaremos en condición de decir que amamos. Pues es la justicia la regla
mínima del amor.
El evangelio de
hoy nos desplaza de la ciudad al desierto, del mundo de los bienes y servicios
a un lugar donde no existen tales cosas. Y nos invita a despojarnos de lo
superfluo, de lo que es viento, es decir, de la vanidad.
Nos cuestiona el
hecho de que la palabra quiera llegar a la vida de los hombres y haya elegido
un lugar solitario. Hubiera como dicen algunos pastoralistas aprovechar los
nuevo areópagos, los nuevos medios de comunicación, etc. ¡Pero no es así! Elige
el desierto.
La palabra de Dios
será la generadora de una nueva humanidad, renacida del agua del
arrepentimiento, en un desierto. En el desierto, la palabra de Dios por boca de
Juan el Bautista, brotará la vida nueva en el espíritu de Dios. Y como se
comprobará, los habitantes de la ciudad irán a oír, a bautizarse en el Jordán,
la voz que se proclama en el desierto será capaz de congregar a multitudes y de
preparar el corazón de los hombres para que reciban al Mesías de Dios.
Centrándonos en la
figura del Bautista y lo que la palabra de Dios hizo en ese santo varón, nos
daremos cuenta que es la potencialidad de la palabra de Dios la que genera el
movimiento, el crecimiento en las virtudes y la prosperidad en la vida espiritual
de quien se deja permear por ella.
Juan como todo hombre
judío pudo haberse casado, engendrado hijos, haber continuado con el oficio de
sacerdote que le correspondía dado que su familia procedía de una casta
sacerdotal. Pero vemos que eligió no una vida cómoda ni un presente seguro,
decidió la sobriedad como estilo de vida. Se vació de lo que no es esencial y
se dejó invadir por la fuerza del Espíritu de Dios, se convirtió en profeta de
Dios, el último de los del Antiguo Testamento. En bisagra que une lo antiguo
con el Nuevo. Con ello, Juan nos enseña que necesitamos despojarnos o vaciarnos
de todo aquello que impide que podamos llenarnos de Dios. Juan nos dice que
hemos de adentrarnos llenos de valor y de confianza en el proceso de conversión,
eso es lo que significa: «hagan rectos sus senderos», Mateo 3, 4.
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