“No temas,
gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, tu redentor es el
Santo de Israel”
Isaías 41, 14.
Isaías 41, 13-20; Salmo 144/145,
1. 9-13; Mateo 11, 11-15.
En nuestro retiro anual parroquial de
adviento concluíamos que la comunidad
eclesial ideal debe ser el lugar del perdón y de la fiesta. Lugar del perdón
porque hemos de sentirnos siempre amados, a pesar de las ingratitudes, de las
ofensas, de las fricciones, injurias y demás pecados que la propia comunidad
comete. Amados por un Dios que no cambia jamás su afecto por el pueblo que ha elegido
como suyo, Cfr. Colosenses 3, 12.
El Dios a quien
amamos y servimos nos conoce y a cada uno llama por su nombre, con formas
siempre nuevas, poéticas, que de algún modo revelan nuestra propia historia
personal y comunitaria, por eso le escuchamos decir a Isaías: «No temas,
gusanito de Jacob», 41, 14. Aunque lo diga en forma diminutiva el gusano no
deja de ser gusano ni caminará erguido, se arrastra sobre su propio vientre,
anda en el suelo. Qué es el gusano sino algo pequeño, que tiene la posibilidad
de ser pisado o amenazado por cualquiera. En la cadena alimenticia es inferior.
Totalmente indefenso.
El pueblo de
Israel había sido reducido a la esclavitud, cuántos habrán muerto en tierra
extranjera. Su identidad como pueblo se había diluido. Ahora, regresan a casa,
y comienza todo de nuevo. Pero pareciera que no hay esperanza, que reconstruir
la ciudad, una vida en la propia tierra es algo monumental y que escapa a sus sueños.
Lo entienden ahora, el peso de la esclavitud que llevaron sobre sus hombros fue
la consecuencia de su osadía, de sus pecados, que hizo que vivieran como “gusanos”.
Pero han escuchado palabras de aliento, y se les ha comunicado que en este
nuevo proyecto no están solos como tampoco lo estuvieron en el exilio, pues el
Señor declara: «Porque, yo, el Señor, tu Dios te agarro de la diestra, y te
digo: No temas, yo mismo te auxilio», v. 13. Estas palabras que el Señor dirige
a su pueblo revelan la incondicionalidad de Dios, su fidelidad es grande, lleva
de la mano a su pueblo y no lo soltará, porque como dice Pablo: «¿Quién acusará
a los que Dios eligió? Si Dios absuelve…¿Quién nos apartará del Amor de Cristo?»,
Romanos 8, 33. 35.
El Señor es quien
ayuda y sostiene, quien anima y da esperanza. Pero sobre todo es quien perdona
las ofensas y no rechaza ni excluye a su pueblo. Y quien ha sido perdonado
porque se siente amado, experimenta en su interior no sólo paz sino auténtica
alegría, por eso el Salmista invita al pueblo a la fiesta, reconoce que Dios es
muy bueno y su ternura se expande a todas sus creaturas, por eso dice: «Que te
alaben, Señor, todas tus obras y que todos tus fieles te bendigan», 144/145,
9-10. El cántico de quien ha experimentado el amor de Dios, porque le ha
perdona todos sus pecados, es un canto nuevo, un himno de gratitud y profundo
agradecimiento. Y es cuando se da un nuevo comienzo, «oruga de Israel», Isaías
41, 14. La vida nueva para el hombre inicia cuando se siente amado por Dios,
cuando se convierte a Él, y se esfuerza por vivir sus mandamientos. El pueblo
de Israel se convierte en el detonador de lo que Dios piensa hacer con toda la
humanidad. Israel será el instrumento por el cual Dios revelará su amor a los
hombres y mujeres de todos los tiempos, pues dice: «Mira, te convierto en un
instrumento de trillar, afilado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los
triturarás, convertirás en paja las colinas», v. 15. Uno puede cometer el error
y pensar que se trate de que el oprimido se convertirá ahora en opresor, pero
no es así. Israel será el testimonio de la fidelidad de Dios, de la ternura y
del amor de Dios. De Israel saldrá la palabra que preparará los corazones para
que estos reciban y acepten a Dios y su mensaje de esperanza, que al mismo
tiempo, mensaje de Salvación. ¡Así sea!
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