viernes, 11 de diciembre de 2015

“No temas, gusanito de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio, tu redentor es el Santo de Israel”
Isaías 41, 14.
 Isaías 41, 13-20; Salmo 144/145, 1. 9-13; Mateo 11, 11-15.
En nuestro retiro anual parroquial de adviento concluíamos que la comunidad eclesial ideal debe ser el lugar del perdón y de la fiesta. Lugar del perdón porque hemos de sentirnos siempre amados, a pesar de las ingratitudes, de las ofensas, de las fricciones, injurias y demás pecados que la propia comunidad comete. Amados por un Dios que no cambia jamás su afecto por el pueblo que ha elegido como suyo, Cfr. Colosenses 3, 12.
El Dios a quien amamos y servimos nos conoce y a cada uno llama por su nombre, con formas siempre nuevas, poéticas, que de algún modo revelan nuestra propia historia personal y comunitaria, por eso le escuchamos decir a Isaías: «No temas, gusanito de Jacob», 41, 14. Aunque lo diga en forma diminutiva el gusano no deja de ser gusano ni caminará erguido, se arrastra sobre su propio vientre, anda en el suelo. Qué es el gusano sino algo pequeño, que tiene la posibilidad de ser pisado o amenazado por cualquiera. En la cadena alimenticia es inferior. Totalmente indefenso.
El pueblo de Israel había sido reducido a la esclavitud, cuántos habrán muerto en tierra extranjera. Su identidad como pueblo se había diluido. Ahora, regresan a casa, y comienza todo de nuevo. Pero pareciera que no hay esperanza, que reconstruir la ciudad, una vida en la propia tierra es algo monumental y que escapa a sus sueños. Lo entienden ahora, el peso de la esclavitud que llevaron sobre sus hombros fue la consecuencia de su osadía, de sus pecados, que hizo que vivieran como “gusanos”. Pero han escuchado palabras de aliento, y se les ha comunicado que en este nuevo proyecto no están solos como tampoco lo estuvieron en el exilio, pues el Señor declara: «Porque, yo, el Señor, tu Dios te agarro de la diestra, y te digo: No temas, yo mismo te auxilio», v. 13. Estas palabras que el Señor dirige a su pueblo revelan la incondicionalidad de Dios, su fidelidad es grande, lleva de la mano a su pueblo y no lo soltará, porque como dice Pablo: «¿Quién acusará a los que Dios eligió? Si Dios absuelve…¿Quién nos apartará del Amor de Cristo?», Romanos 8, 33. 35.
El Señor es quien ayuda y sostiene, quien anima y da esperanza. Pero sobre todo es quien perdona las ofensas y no rechaza ni excluye a su pueblo. Y quien ha sido perdonado porque se siente amado, experimenta en su interior no sólo paz sino auténtica alegría, por eso el Salmista invita al pueblo a la fiesta, reconoce que Dios es muy bueno y su ternura se expande a todas sus creaturas, por eso dice: «Que te alaben, Señor, todas tus obras y que todos tus fieles te bendigan», 144/145, 9-10. El cántico de quien ha experimentado el amor de Dios, porque le ha perdona todos sus pecados, es un canto nuevo, un himno de gratitud y profundo agradecimiento. Y es cuando se da un nuevo comienzo, «oruga de Israel», Isaías 41, 14. La vida nueva para el hombre inicia cuando se siente amado por Dios, cuando se convierte a Él, y se esfuerza por vivir sus mandamientos. El pueblo de Israel se convierte en el detonador de lo que Dios piensa hacer con toda la humanidad. Israel será el instrumento por el cual Dios revelará su amor a los hombres y mujeres de todos los tiempos, pues dice: «Mira, te convierto en un instrumento de trillar, afilado, nuevo, dentado: trillarás los montes y los triturarás, convertirás en paja las colinas», v. 15. Uno puede cometer el error y pensar que se trate de que el oprimido se convertirá ahora en opresor, pero no es así. Israel será el testimonio de la fidelidad de Dios, de la ternura y del amor de Dios. De Israel saldrá la palabra que preparará los corazones para que estos reciban y acepten a Dios y su mensaje de esperanza, que al mismo tiempo, mensaje de Salvación. ¡Así sea!

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