“y ha hecho surgir en favor nuestro
un poderoso Salvador en la casa de David, su siervo”
Lucas 1, 69.
2Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Salmo 88/89, 2-5. 27. 29; Lucas 1,
67-79.
Hay un pasaje en las Sagradas
Escrituras que dice: «la lengua del mudo cantará», Isaías 35, 6. Hoy el mudo
Zacarías canta la grandeza del Señor. Lo aprendió en carne propia, la palabra de
Dios da vitalidad, todo lo crea y recrea, así está expresado en el cuarto
Evangelio: «Todo existió por medio de ella, y sin ella nada existió de cuanto
existe» 1, 3. A Zacarías su incredulidad lo dejó mudo. Pero hoy permeado del
Espíritu Santo canta lleno de gozo (Lucas 1, 67). Hay mucho que agradecer y uno
de esos motivos es el de ser papá a pesar de su avanzada edad. Reconoce que
Dios actúa en el tiempo y con gran paciencia, pues «el Señor no se retrasa en
cumplir su promesa, como algunos piensan», 2Pedro 3, 9.
Zacarías nos
enseña que hay orar constantemente hasta consumir la propia vida orando, hay
que penetrar en el misterio de Dios a través de esta acción sacerdotal, pues
está escrito: «Sea mi oración como incienso en tu presencia, mis manos
levantadas, como ofrenda vespertina», Salmo 140/141, 2. Y es que el evangelio
de Lucas nos narra que precisamente fue en la ora de la incensación cuando el ángel
del Señor le dijo: «No temas Zacarías, que tu oración ha sido escuchada, y tu
mujer Isabel te dará un hijo, a quien llamarás Juan», 1, 13. Una cosa he
aprendido con esta meditación: esperanza siempre habrá para un corazón que ora,
pues es la vigilante oración la que mantiene en espera.
El cántico de
Zacarías desvela el misterio de Dios, pues es una composición melodiosa que el
propio Espíritu de Dios ha soplado, pues está escrito: «el Espíritu de la
verdad, los guiará hasta la verdad plena…y les anunciará el futuro», Juan 16, 13.
Por eso, Zacarías llega a decir que el Señor Dios «ha hecho surgir en favor
nuestro un poderoso salvador en la casa de David, su siervo», Lucas 1, 69.
Cumpliéndose así la promesa que Dios había hecho a David por el servicio del
profeta Natán: «Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí, y tu
trono será estable eternamente», 2Samuel 7, 16. Este poderoso Salvador es Jesús
el Hijo de María esposa de José, pues es a éste venerable patriarca al que le
dijo el ángel del Señor: «José, hijo de David, no temas recibir a María como
esposa tuya, pues la criatura que espera es obra del Espíritu Santo…a quien
llamarás Jesús», Mateo 1, 20-21.
Así que el hijo de
Zacarías e Isabel como el Hijo de María esposa de José es obra de «la
entrañable misericordia de nuestro Dios» y por su misericordia «nos visitará el
sol que nace de lo alto», Lucas 1, 78. Dios por su exquisita y fina presencia
hace desaparecer las tinieblas que oscurecen a la humanidad.
El hombre frente a
sus ojos ve abiertos los cielos, así como los rayos del astro rey atraviesan los
densos nubarrones, así con el nacimiento del Hijo de Dios el paraíso ha sido
abierto para no cerrarse jamás, y es éste mismo Señor, por beneplácito del
Padre quien se convierte en el puente que une el cielo y la tierra, es quien guía
«nuestros pasos por el camino de la paz», v. 79, es decir, el camino de la gran
reconciliación, del abrazo profundo entre los hijos pródigos y el Dios de la
Misericordia, pues está escrito: «Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie
va al Padre si no es por mí», Juan 14, 6. Zacarías en su cántico por la fuerza
del Espíritu Santo nos descubre que Jesús es no sólo el Mesías esperado sino el
mismísimo Dios de la Misericordia. Y su hijo, Juan, el profeta, la voz que
anuncia la llegada del Mesías, la voz que congrega y prepara los corazones de
los hombres, Cfr. Lucas 1, 76-77. Dios se hace presente, abrámonos a su mensaje
de Esperanza.
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