“De Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel”
Números 24, 17.
Números 24, 2-7. 15-17b; Salmo 24/25, 4-9; Mateo 21, 23-27.
El Apóstol Pedro en la primera carta
que lleva su nombre escribe: «No devuelvan mal por mal ni injuria por injuria,
al contrario bendigan, ya que ustedes mismos han sido llamados a heredar una
bendición», 3, 9. ¿Cuál bendición estamos
llamados a heredar y quién nos la otorga? San Pablo responde: «¡Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo!, quien por medio de Cristo nos bendijo
con toda clase de bendiciones espirituales del Cielo», Efesios 1, 3. El pueblo
de Dios ha sido constituido heredero de las bendiciones espirituales del Padre
porque se han convertido en “hijo adoptivo”, gracias a la preciosa sangre de
Jesucristo, el Cordero inmaculado. Por tanto, la herencia es recibida por y en
Jesucristo que es el Hijo amado del Padre. Y la bendición más grande que está
llamado a recibir el pueblo de Dios es la Salvación, que se concretiza en la
encarnación del Hijo de Dios.
Y eso es lo que
acentúa la profecía de Balaam cuando bendice al pueblo de Israel: «de Jacob se
levanta una estrella y un cetro surge de Israel», Números 24, 17. Uno puede
pensar rápidamente en un rey. Pero se trata desde la perspectiva cristiana de
una profecía mesiánica, es decir, del anuncio del Mesías (Salvador) que Dios
envía a su pueblo.
Cuando uno revisa
la historia del personaje que bendice al pueblo de Israel, Balaam, se
encuentran datos curiosos:
El miedo del rey
de Moab (Balac) le impulsó a buscar a Balaam: «Ven, por favor, a maldecir a ese
pueblo, que es más numeroso que nosotros, a ver si logro derrotarlo y
expulsarlo de la región. Porque yo sé que a quien tú bendices queda bendecido y
a quien tú maldices queda maldecido», 22, 6. Esto me recuerda a la gente que
cuando está llena de envidia o de rencor acude a los agoreros, brujillos, etc.,
para ser daño al prójimo.
Balaam se resistió
en ir con el rey en un primer momento, sobre todo porque Dios se lo prohibió: «No
irás con ellos ni maldecirás a ese pueblo, que es bendito», v. 12. ¡Somos
bendecidos en el Señor! ¿por qué hemos de
tener miedo? Dios está de nuestra parte e interviene en provecho nuestro. ¡Hay
que creer!
Pero con la insistencia
de Balac, rey de Moab, Dios permite que Balaam se presente ante el rey, pero le
dice claramente: «levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga», v.
20.
La borrica salva
en tres ocasiones a Balaam y éste otras tantas las castiga. Dios permitió que
la borrica hablará y cuestionara a Balaam por la golpiza que había recibido
injustamente. La borrica había visto en las tres ocasiones al Ángel del Señor
con la espada desenvainada listo para asestar el golpe sobre Balaam, resultó irónicamente
que la borrica tuvo antes que Balaam “ojos penetrantes” para ver “presencias”
sobrenaturales. Pero fue la borrica la que le enseñó a Balaam a leer la
realidad desde otra perspectiva. Dios actúa siempre en la historia de la
humanidad sólo hay que estar abiertos y dispuesto para escucharlo y verlo. Es un
Dios en constante comunicación. Debemos estar atentos, porque Dios viene
siempre al encuentro del hombre, no vaya ser que no le reconozcamos y se cumpla
también en nosotros aquella profecía de Isaías: «Conoce el buey a su amo, y el
asno el pesebre de su dueño; pero Israel no me conoce, mi pueblo no recapacita»,
1, 3.
Balaam, antes de
vaticinar maldiciones sobre Israel según le había pedido el rey de Moab,
mandaba erigir altares y sacrificar animales para obtener presagios. Dos veces
lo hizo, y en las dos ocasiones Dios intervino y le hizo comprender que se
complacía bendiciendo a Israel, Cfr. Números 24, 1. Dios cambia la suerte de su
pueblo: «¿Puedo maldecir a quien no mal dice Dios, puedo fulminar a quien no
fulmina el Señor?», 23, 8 es la respuesta que Balaam da al rey de Moab. Dios
cambia la maldición en bendición. Por eso canta el Salmista: «Tú doblegas la
soberbia del mar y acallas su oleaje embravecido», 88/89, 10. ¡Dios está a
favor de su pueblo!
A lo largo de sus
diálogos con el rey de Moab, Balaam siempre dijo: «lo que el Señor me diga lo
diré», Números 24, 12; 23, 12. 26. Por lo tanto, “la profecía es un don gratuito de Dios, y no se le pueden imponer los
caminos ni sugerir las palabras”, Aldazábal-Soltero.
La maldición cae
en quien la busca y la desea para los otros. Balaam al sentirse amenazado por
el rey de Moab quien le había dicho lleno de coraje que regresara a su patria
le dice: «Avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel. Triturará
la frente de Moab y el cráneo de los hijos de Set», 24, 17. El odio, la
envidia, el miedo, las maldiciones, las brujerías, etc., de qué sirven si al
final mueres. Dolorosa y dura lección para quienes buscan hacer daño al prójimo
vaticinando maldiciones.
Balaam conoció al
Dios de Israel, era un hombre pagano (porque no pertenecía al pueblo de Israel),
pero era hombre de “creencias” firmes en lo sobrenatural, creencias que sólo
Dios doblego con la borrica y transformó con su intervención. Paradójico es en
cambio las actitudes de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo de
Israel (“hombres de fe”), que nos narra el Evangelio de hoy, cerrados en sus
propias convicciones, no reconocieron la intervención de Dios en la historia de
la humanidad al no aceptar que Juan Bautista era el profeta que estaba
preparando los corazones de los israelitas para la llegada del Mesías, Jesús,
la estrella que vio surgir en Israel el “pagano” Balaam. Así sea.
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