lunes, 14 de diciembre de 2015

“De Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel”
Números 24, 17.
Números 24, 2-7. 15-17b; Salmo 24/25, 4-9; Mateo 21, 23-27.
El Apóstol Pedro en la primera carta que lleva su nombre escribe: «No devuelvan mal por mal ni injuria por injuria, al contrario bendigan, ya que ustedes mismos han sido llamados a heredar una bendición», 3, 9. ¿Cuál bendición estamos llamados a heredar y quién nos la otorga? San Pablo responde: «¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo!, quien por medio de Cristo nos bendijo con toda clase de bendiciones espirituales del Cielo», Efesios 1, 3. El pueblo de Dios ha sido constituido heredero de las bendiciones espirituales del Padre porque se han convertido en “hijo adoptivo”, gracias a la preciosa sangre de Jesucristo, el Cordero inmaculado. Por tanto, la herencia es recibida por y en Jesucristo que es el Hijo amado del Padre. Y la bendición más grande que está llamado a recibir el pueblo de Dios es la Salvación, que se concretiza en la encarnación del Hijo de Dios.
Y eso es lo que acentúa la profecía de Balaam cuando bendice al pueblo de Israel: «de Jacob se levanta una estrella y un cetro surge de Israel», Números 24, 17. Uno puede pensar rápidamente en un rey. Pero se trata desde la perspectiva cristiana de una profecía mesiánica, es decir, del anuncio del Mesías (Salvador) que Dios envía a su pueblo.
Cuando uno revisa la historia del personaje que bendice al pueblo de Israel, Balaam, se encuentran datos curiosos:
El miedo del rey de Moab (Balac) le impulsó a buscar a Balaam: «Ven, por favor, a maldecir a ese pueblo, que es más numeroso que nosotros, a ver si logro derrotarlo y expulsarlo de la región. Porque yo sé que a quien tú bendices queda bendecido y a quien tú maldices queda maldecido», 22, 6. Esto me recuerda a la gente que cuando está llena de envidia o de rencor acude a los agoreros, brujillos, etc., para ser daño al prójimo.
Balaam se resistió en ir con el rey en un primer momento, sobre todo porque Dios se lo prohibió: «No irás con ellos ni maldecirás a ese pueblo, que es bendito», v. 12. ¡Somos bendecidos en el Señor! ¿por qué hemos de tener miedo? Dios está de nuestra parte e interviene en provecho nuestro. ¡Hay que creer!
Pero con la insistencia de Balac, rey de Moab, Dios permite que Balaam se presente ante el rey, pero le dice claramente: «levántate y vete con ellos; pero harás lo que yo te diga», v. 20.
La borrica salva en tres ocasiones a Balaam y éste otras tantas las castiga. Dios permitió que la borrica hablará y cuestionara a Balaam por la golpiza que había recibido injustamente. La borrica había visto en las tres ocasiones al Ángel del Señor con la espada desenvainada listo para asestar el golpe sobre Balaam, resultó irónicamente que la borrica tuvo antes que Balaam “ojos penetrantes” para ver “presencias” sobrenaturales. Pero fue la borrica la que le enseñó a Balaam a leer la realidad desde otra perspectiva. Dios actúa siempre en la historia de la humanidad sólo hay que estar abiertos y dispuesto para escucharlo y verlo. Es un Dios en constante comunicación. Debemos estar atentos, porque Dios viene siempre al encuentro del hombre, no vaya ser que no le reconozcamos y se cumpla también en nosotros aquella profecía de Isaías: «Conoce el buey a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; pero Israel no me conoce, mi pueblo no recapacita», 1, 3.
Balaam, antes de vaticinar maldiciones sobre Israel según le había pedido el rey de Moab, mandaba erigir altares y sacrificar animales para obtener presagios. Dos veces lo hizo, y en las dos ocasiones Dios intervino y le hizo comprender que se complacía bendiciendo a Israel, Cfr. Números 24, 1. Dios cambia la suerte de su pueblo: «¿Puedo maldecir a quien no mal dice Dios, puedo fulminar a quien no fulmina el Señor?», 23, 8 es la respuesta que Balaam da al rey de Moab. Dios cambia la maldición en bendición. Por eso canta el Salmista: «Tú doblegas la soberbia del mar y acallas su oleaje embravecido», 88/89, 10. ¡Dios está a favor de su pueblo!
A lo largo de sus diálogos con el rey de Moab, Balaam siempre dijo: «lo que el Señor me diga lo diré», Números 24, 12; 23, 12. 26. Por lo tanto, “la profecía es un don gratuito de Dios, y no se le pueden imponer los caminos ni sugerir las palabras”, Aldazábal-Soltero.
La maldición cae en quien la busca y la desea para los otros. Balaam al sentirse amenazado por el rey de Moab quien le había dicho lleno de coraje que regresara a su patria le dice: «Avanza la constelación de Jacob y sube el cetro de Israel. Triturará la frente de Moab y el cráneo de los hijos de Set», 24, 17. El odio, la envidia, el miedo, las maldiciones, las brujerías, etc., de qué sirven si al final mueres. Dolorosa y dura lección para quienes buscan hacer daño al prójimo vaticinando maldiciones.
Balaam conoció al Dios de Israel, era un hombre pagano (porque no pertenecía al pueblo de Israel), pero era hombre de “creencias” firmes en lo sobrenatural, creencias que sólo Dios doblego con la borrica y transformó con su intervención. Paradójico es en cambio las actitudes de los sumos sacerdotes y de los ancianos del pueblo de Israel (“hombres de fe”), que nos narra el Evangelio de hoy, cerrados en sus propias convicciones, no reconocieron la intervención de Dios en la historia de la humanidad al no aceptar que Juan Bautista era el profeta que estaba preparando los corazones de los israelitas para la llegada del Mesías, Jesús, la estrella que vio surgir en Israel el “pagano” Balaam. Así sea.

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