“Levántate, amada mía, hermosa mía,
y ven”
Cantar de los cantares 2, 10. 13.
Cantar de los cantares 2, 8-14; Salmo 32/33, 2-3. 11-12. 20-21; Lucas 1,
39-45.
La primera lectura de la liturgia de
este día está tomada de un libro del Antiguo Testamento llamado Cantar de los Cantares, el título del
libro ya hace referencia al contenido del mismo. Es un canto al amor. El amor que
existe entre un hombre y una mujer sirven de contexto para exponer el gran amor
que Dios tiene por su pueblo. En el Nuevo Testamento, san Pablo en su carta a
los Efesios (5, 22-33) recoge la misma idea, pero ahora es Cristo Jesús el
Esposo deseado y esperado y la Iglesia la virgen amada que es purificada y
redimida por la sangre preciosa de su Dios y Señor.
Hermanos: el amor hace
salir de sí mismo al hombre. El amor hace recorrer caminos jamás imaginados a
los hombres. Se asumen aventuras sólo porque el amor hace valerosos a los
enamorados. El cobarde, el miedoso, el tímido, en una palabra, la persona
(hombre o mujer) cuando se encuentran con el amor son trocados; el amor les
produce una herida que no sanará hasta que vean rostro y figura de la persona
amada, así lo afirma el Cantar de los Cantares (Cant): «Me llevaron a un
banquete y el amor me declaró la guerra…he sido herida por el amor», 2, 4.
Y es que el “amor”
desnuda no sólo el cuerpo de la persona sino también el alma, y por ese simple
hecho, el amante es al mismo tiempo fuerte porque se siente amado pero es
también vulnerable porque ha expuesto y dado a conocer sus sentimientos, por
eso afirma: «¡Les conjuro, muchas de Jerusalén, por las gacelas y ciervas del
campo que no despierten ni desvelen al amor hasta que a él le plazca», v. 7, es
decir, si no quieren verse los jóvenes envueltos en los torbellinos del amor
que no amen, porque es dulce pero también salado, tierno pero rudo, alegre y
triste, etc. Pero lo contradictorio es que quien no ama se muere. El hombre fue
creado por amor y engendrado por un acto de amor y su destino siempre será
amar.
«¡Un rumor…! ¡Mi
amado!», v. 8 así inicia el amor, un “rumor” en los labios que revelan ya una
mente atrapada en un único pensamiento: “Mi amado”. ¿Qué estará haciendo? ¿vendrá hoy? ¿Se acordará de mí? ¡Un rumor!
¡Un rumor! Puede uno estar pensado en alguien y ese alguien ni por enterado de
que existes. ¡Jajaja! Cosa trágica el amor.
«Mi amado…se
detiene detrás de nuestra tapia, espía por las ventanas y mira a través del
enrejado», v. 9. Ya no son rumores, son hechos concretos de cortejo y de
conquista, de enamoramiento. Este versículo evoca un pasaje del profeta Amos
donde se explica como Dios va a enamorar a su pueblo Israel: «voy a seducirla,
la llevaré al desierto y le hablaré al corazón» 2, 16. Dios sale de sí mismo y
va en busca de su amada, es decir, Dios se encarna para redimir al hombre por
amor. Este tiempo de adviento es lo que significa un tiempo de enamoramiento,
de seducción, de noviazgo, de espera a que llegue el amado, el verdadero Esposo:
Jesucristo.
«Levántate, amada
mía, hermosa mía, y ven», Cant 2, 10 el Amado siempre llama como explica el
Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta llamando. Si uno escucha mi llamada y
abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» 3, 20. Dios “mendigando
posada” es una locura muy verdadera. Dios llama a las puertas de los corazones
de los hombres porque está siempre enamorado, pues Él mismo es el Amor (1Juan
4, 8. 16). Todo tiempo, todo momento es bueno para amar, para “hacer” el amor.
Así que Dios llama no sólo en este tiempo de adviento sino en cada instante de
la existencia del hombre.
«Mira que el
invierno ya pasó; han terminado las lluvias y se han ido», Cant 2, 11. Es
tiempo de dejar la casa que te “vio” nacer y salir, es decir, dejarla como dice
el libro del Génesis: «por eso el hombre abandonará padre y madre, se junta a
su mujer y se hacen una sola carne» 2, 24.
El tiempo del noviazgo llega a su fin. El amado quiere esposa.
Por eso, agrega: «Las
flores brotan ya sobre la tierra; ha llegado la estación de los cantos; el
arrullo de las tórtolas se escucha en el campo; ya apuntan los frutos en la
higuera y las viñas en flor exhalan su fragancia. Levántate, amada mía, hermosa
mía, y ven», Cant 2, 12-13. Es tiempo del matrimonio, de la alegría profunda,
de la fertilidad, el amor debe dar sus frutos, el amor de los amantes debe
hacerse visible, las nupcias se celebran en el paraíso, como enseña el
Apocalipsis: «Alegrémonos, regocijémonos y demos gloria a Dios, porque ha
llegado la boda del Cordero, y la novia está preparada», 19, 7.
La encarnación del
Hijo de Dios es un preámbulo de lo que acontecerá al final de los tiempos
cuando nuestro Señor Jesucristo venga con poder y gloria. Dios se ha unido totalmente
a la naturaleza humana que nadie puede separar lo que Dios ha querido unir
(Cfr. Mateo 19, 6). El tiempo litúrgico de adviento ha querido preparar los
corazones de los hombres para que el Señor encuentre un lugar donde hospedarse,
donde vivir y fructificar.
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