jueves, 24 de diciembre de 2015

“Hemos visto su gloria”
Juan 1, 14.
Isaías 52, 7-10; Salmo 97/98, 1-6; Hebreos 1, 1-6; Juan 1, 1-18.
Uno ve el pesebre y ve a María y a José presentándonos al niño en vuelto en pañales, no hay nada de extraordinario aparentemente, un hijo más ha venido al mundo y toda alegría se reduce a la intimidad de una sola familia. Y se hace casi incomprensible las palabras del profeta Isaías cuando dice: «Descubre el Señor su santo brazo a la vista de todas las naciones. Verá la tierra entera la salvación que viene de nuestro Dios», 52, 10. Sobretodo porque constatamos que no hubo posada para este niño en Belén (Cfr. Lucas 1, 7) y sólo se enteraron algunos pastores por el anuncio del ángel (Cfr. vv. 8-17). Todo “pinta” a que Dios no fue buen estratega a la hora de presentar a su Hijo al mundo porque éste nació en la periferia de la ciudad. En un rincón del mundo y lejísimos de las grandes urbes de su tiempo.
El profeta anuncia que Dios descubre “su santo brazo” a las naciones del orbe. Y cuando observamos al “chiquitín” nos damos cuenta que su brazo es flexible, delicado, tierno, sin fuerzas suficientes para sostener algo. Pero es precisamente ahí, en la sencillez de la carne como la Palabra poderosa del padre se ha manifestado (Juan 1, 14). La Palabra creadora es ahora criatura (Cfr. v. 3). Y el Dios que no tiene principio comienza a existir en el tiempo y hoy celebramos su cumpleaños 2015 (Cfr. v. 1).
¿Y qué celebramos cuando festejamos el cumpleaños? ¡La vida! Así es, Jesús es la Vida como afirma el evangelio de Juan: «Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres», 1, 4. Dios se hace Hombre y morador de la humanidad. Dios habita en una cultura concreta y nuestros ojos constatan que el: «Señor retorna a Sión» su ciudad santa, Isaías 52, 8. Dios en ese sentido no ha abandonado jamás a su pueblo ni a su suerte a los hombres. Su nacimiento no es sólo un maravilloso acontecimiento sino también una gran enseñanza porque «indica a los pecadores el sendero» correcto, Salmo 24/25, 8.
Pero date cuenta hermano, hermana, Dios ha elegido la sobriedad de la vida, la cotidianidad de las cosas improvisadas, el frío silencioso de la noche como manto, la intemperie como casa, como cuna una especie de cajón donde se echaba la comida a los animales para que comieran, el centelleo de una antorcha, el balar de algunas ovejas y el grito de algunos pastores como música de fondo. Nuestro Dios se ha manifestado así en la simplicidad y parece poquitero porque no sabe pedir ni exigir pleitesía que como Dios y Señor le corresponden. El Señor enseña a su pueblo que lo importante es el Ser y no el Tener, el Señor apuesta por lo esencial de la vida y deja atrás lo vano y lo superfluo.
Pero es una realidad: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron», Juan 1, 11. Los suyos como dice papa Francisco: forman «una sociedad frecuentemente ebria de consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo..., un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado…, una cultura de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada». El hombre de hoy no ha comprendido, no quiere entender que una vida así le lleva no sólo a la ruina sino también a la muerte.
Descubro entonces que el “brazo” que el Señor muestra al mundo, es un brazo indulgente, paciente y misericordioso. Es un brazo que redime porque es capaz de contener la ira y perdonar. Y así, como dice el Salmista: «Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel», Salmo 97/98, 3.
Su reinado, ¡Oh sí hermano! Porque nuestro Dios es Rey y su reino es de amor y de paz (Cfr. Isaías 52, 7). No es un reino opresor ni denigrante para el hombre. Dios no se impone con violencia ni desea que le adoren a la fuerza, en su reino impera la libertad por eso te exhorta, jamás te coacciona u obliga a que lo aceptes. Pero es real y no imaginario, Él es Rey y por eso se nos invita a que: «Aclamemos al son de los clarines al Señor, nuestro rey», Salmo 97/98, 6. Pero debes antes preguntarte y responder con sinceridad ¿Es Jesús, el Hijo de Dios mi Señor y mi Rey? ¿Él gobierna en mis pensamientos, en mi corazón y en mi vida?
Hoy, como explica san Juan: «Hemos visto su gloria» 1, 14. La gloria de Dios consiste en saber que la bondad de Dios es infinita y jamás se agotará, y esa bondad es comunicada hoy a los hombres a través del Salvador del mundo, es decir, la Bondad primigenia con la cual ha sido creado el propio hombre, por eso, se nos dice que «el Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa», Hebreos 1, 3. Así que el hombre cuando se empeña en hacer las cosas bien, cuando sus actitudes manifiestan bondad se revelan como la gloria de Dios.
En conclusión, con su nacimiento y su estilo de vida, Jesús enseña a los hombres a manifestar el brazo poderoso del Señor, es decir, su gloria, que es un brazo de santidad, de bondad, de perdón y de amor.

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