“Hemos visto su gloria”
Juan 1, 14.
Isaías 52, 7-10; Salmo 97/98, 1-6; Hebreos 1, 1-6; Juan 1, 1-18.
Uno ve el pesebre y ve a María y a
José presentándonos al niño en vuelto en pañales, no hay nada de extraordinario
aparentemente, un hijo más ha venido al mundo y toda alegría se reduce a la
intimidad de una sola familia. Y se hace casi incomprensible las palabras del profeta
Isaías cuando dice: «Descubre el Señor su santo brazo a la vista de todas las
naciones. Verá la tierra entera la salvación que viene de nuestro Dios», 52,
10. Sobretodo porque constatamos que no hubo posada para este niño en Belén (Cfr.
Lucas 1, 7) y sólo se enteraron algunos pastores por el anuncio del ángel (Cfr.
vv. 8-17). Todo “pinta” a que Dios no fue buen estratega a la hora de presentar
a su Hijo al mundo porque éste nació en la periferia de la ciudad. En un rincón
del mundo y lejísimos de las grandes urbes de su tiempo.
El profeta anuncia
que Dios descubre “su santo brazo” a las naciones del orbe. Y cuando observamos
al “chiquitín” nos damos cuenta que su brazo es flexible, delicado, tierno, sin
fuerzas suficientes para sostener algo. Pero es precisamente ahí, en la
sencillez de la carne como la Palabra poderosa del padre se ha manifestado
(Juan 1, 14). La Palabra creadora es ahora criatura (Cfr. v. 3). Y el Dios que
no tiene principio comienza a existir en el tiempo y hoy celebramos su
cumpleaños 2015 (Cfr. v. 1).
¿Y
qué celebramos cuando festejamos el cumpleaños? ¡La
vida! Así es, Jesús es la Vida como afirma el evangelio de Juan: «Él era la
vida, y la vida era la luz de los hombres», 1, 4. Dios se hace Hombre y morador
de la humanidad. Dios habita en una cultura concreta y nuestros ojos constatan
que el: «Señor retorna a Sión» su ciudad santa, Isaías 52, 8. Dios en ese
sentido no ha abandonado jamás a su pueblo ni a su suerte a los hombres. Su
nacimiento no es sólo un maravilloso acontecimiento sino también una gran
enseñanza porque «indica a los pecadores el sendero» correcto, Salmo 24/25, 8.
Pero date cuenta hermano,
hermana, Dios ha elegido la sobriedad de la vida, la cotidianidad de las cosas
improvisadas, el frío silencioso de la noche como manto, la intemperie como
casa, como cuna una especie de cajón donde se echaba la comida a los animales
para que comieran, el centelleo de una antorcha, el balar de algunas ovejas y
el grito de algunos pastores como música de fondo. Nuestro Dios se ha
manifestado así en la simplicidad y parece poquitero porque no sabe pedir ni
exigir pleitesía que como Dios y Señor le corresponden. El Señor enseña a su
pueblo que lo importante es el Ser y no el Tener, el Señor apuesta por lo
esencial de la vida y deja atrás lo vano y lo superfluo.
Pero es una
realidad: «Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron», Juan 1, 11. Los
suyos como dice papa Francisco: forman «una sociedad frecuentemente ebria de
consumo y de placeres, de abundancia y de lujo, de apariencia y de narcisismo...,
un mundo, a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado…, una cultura
de la indiferencia, que con frecuencia termina por ser despiadada». El hombre
de hoy no ha comprendido, no quiere entender que una vida así le lleva no sólo
a la ruina sino también a la muerte.
Descubro entonces
que el “brazo” que el Señor muestra al mundo, es un brazo indulgente, paciente
y misericordioso. Es un brazo que redime porque es capaz de contener la ira y
perdonar. Y así, como dice el Salmista: «Una vez más ha demostrado Dios su amor
y su lealtad hacia Israel», Salmo 97/98, 3.
Su reinado, ¡Oh sí
hermano! Porque nuestro Dios es Rey y su reino es de amor y de paz (Cfr. Isaías
52, 7). No es un reino opresor ni denigrante para el hombre. Dios no se impone
con violencia ni desea que le adoren a la fuerza, en su reino impera la
libertad por eso te exhorta, jamás te coacciona u obliga a que lo aceptes. Pero
es real y no imaginario, Él es Rey y por eso se nos invita a que: «Aclamemos al
son de los clarines al Señor, nuestro rey», Salmo 97/98, 6. Pero debes antes preguntarte
y responder con sinceridad ¿Es Jesús, el
Hijo de Dios mi Señor y mi Rey? ¿Él gobierna en mis pensamientos, en mi corazón
y en mi vida?
Hoy, como explica
san Juan: «Hemos visto su gloria» 1, 14. La gloria de Dios consiste en saber
que la bondad de Dios es infinita y jamás se agotará, y esa bondad es
comunicada hoy a los hombres a través del Salvador del mundo, es decir, la Bondad
primigenia con la cual ha sido creado el propio hombre, por eso, se nos dice
que «el Hijo es el resplandor de la gloria de Dios, la imagen fiel de su ser y
el sostén de todas las cosas con su palabra poderosa», Hebreos 1, 3. Así que el
hombre cuando se empeña en hacer las cosas bien, cuando sus actitudes
manifiestan bondad se revelan como la gloria de Dios.
En conclusión, con
su nacimiento y su estilo de vida, Jesús enseña a los hombres a manifestar el
brazo poderoso del Señor, es decir, su gloria, que es un brazo de santidad, de bondad,
de perdón y de amor.
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