jueves, 3 de diciembre de 2015

“Te pareces a un hombre prudente o imprudente”
Cfr. Mateo 7, 24. 26.
Isaías 26, 1-6; Salmo 117/118, 1. 8-9. 19-21. 25-27; Mateo 7, 21. 24-27.

Hay un dicho muy popular entre nosotros: “el que no escucha consejo no llega a viejo”. El que dice el consejo tiene como cometido hacer comprender a su interlocutor a que actúe con prudencia, es decir, que reconozca muy bien la realidad, que tome la mejor decisión y actúe correctamente. El que da un buen consejo procura ante todo el bienestar de la persona. Quiere evitar fatigas inútiles, sufrimientos y malestares innecesarios. ¿Pero quién aprende en cabeza ajena? Sólo aquel que sabe valorar un buen consejo.
Hoy Jesús nos da un consejo: «No todo el que me diga: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre, que está en los cielos», Mateo 7, 21.  Y pone en estrecha relación lo que decimos con la boca y lo que concretizamos con las obras. Jesús llama la atención sobre la coherencia de vida, de un actuar prudente.
La prudencia no es inacción ni tampoco se reduce a mirar y callar. Ni siquiera es cobardía o desidia ni mucho menos pasividad o lentitud. La prudencia es acción consciente, correcta y concreta. Es acción pensada, discernida y elegida. La prudencia busca la generación de la mejor solución a las circunstancias o problemáticas de la vida.
Jesús relaciona la virtud de la prudencia con la edificación de una casa sobre roca, v. 24, lo que significa que el hombre prudente construye su proyecto de vida no en algo efímero sino duradero; pone su esperanza no en cosas movedizas como la arena sino en alguien que no le defraudará jamás, que no cambiará ni se modificará con la fuerza del viento. El hombre prudente pone su proyecto de vida en una esperanza fiable. Eso es lo que resalta el Salmista con su cántico: «Más vale refugiarse en el Señor, que poner en los hombres la confianza; más vale refugiarse en el Señor, que buscar con los fuertes una alianza», 117/118, 8-9.
Hay un pasaje en las Sagradas Escrituras que bien puede ayudarnos a comprender mucho mejor lo que aquí estamos tratando: Se trata de un hombre que construyó un granero más grande donde colocó su trigo y sus bienes y después se dijo: «querido amigo, tienes acumulados muchos bienes para muchos años; descansa, come, bebe y disfruta. Pero Dios le dijo: ¡Necio, esta noche te reclamarán la vida! Lo que has preparado ¿para quién será?», Lucas 12, 19-20. Hemos de tener muy claro: «por más rico que uno sea, la vida no depende de los bienes», v. 15.
Entonces, edificamos sobre roca cuando Dios está al centro de nuestras vidas. Cuando en nuestro proyecto de vida nos esforzamos por vivir según la voluntad de Dios. Pero ¿Cómo sé cuál es la voluntad de Dios? La voluntad de nuestros padres se realiza cuando obedecemos sus mandatos. De manera similar, la voluntad de Dios Padre está expresada en los diez mandamientos y esforzándonos por vivirlos es como construimos sobre roca. Además, que Jesús mismo lo ha expresado, la voluntad de mi Padre es: «que todo el que contempla al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día», Juan 6, 40. En otras palabras sería, todo lo que hemos visto que Jesús ha hecho en favor del prójimo lo hemos de realizar con esmero y dedicación, sólo así testimoniaremos que creemos en Él y en su proyecto de amor. Ese proyecto de amor que incluye a todos los hombres y no escatima esfuerzos para que ninguno se pierda sino que todos encuentren la salvación, Cfr. v. 39.
Entendemos ahora, que construir sobre roca es apostar por la propia salvación y de los otros, y así lo deja entre ver el profeta Isaías en la primera lectura cuando dice: «Tenemos una ciudad fuerte; ha puesto el Señor, para salvarla, murallas y baluartes», 26, 1. Pero ¿de qué sirve una fortaleza si no hay quien la defienda o lo utilice en beneficio propio? La fortaleza no es nada sino existe el hombre de las estrategias que la haga resistente ante quienes buscan invadir y conquistar. Por eso exclama el Salmista: «Libéranos, Señor, y danos tu victoria», 117/118, 25 y en otra parte, la Escritura afirma: «si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no cuida la ciudad, en vano vigila la guardia», 126/127, 1.
Edificar sobre roca es pues confiar siempre en el Señor. Es esperar de él la Salvación. Y no se espera en el último momento sino toda una vida, preparándonos para la llegada del Señor. El hombre prudente espera pero no pasivamente, espera pero trabajando por realizar siempre la voluntad del Señor.
Hermanos: Que este tiempo sea, un tiempo donde nos preparemos prudentemente a la celebración de la Natividad del Señor. Qué lo superfluo y lo efímero no nos hagan cambiar el rumbo y ni nos impidan esperar con gozo la llegada del Salvador. Así sea.

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