viernes, 18 de diciembre de 2015

“Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías”
Salmo 70/71, 6.
Jueces 13, 2-7. 24-25; Salmo 70/71, 3-6. 16-17; Lucas 1, 5-25.
Para el cristiano como para el que tiene fe en Dios la vida es un prodigio divino. La vida para el cristiano no se reduce al mero existir sino a la plenitud del gozo que no tiene límites o ataduras. El hombre, desde la profundidad de su ser, reconoce que siempre tendrá hambre y sed de eternidad. Se experimenta siempre trascendente: este mundo le parece demasiado pequeño para que su destino termine aquí, en el polvo y en la nada, por eso reconoce: «Desde que estaba en el seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías», Salmo 71/72, 6. Esta hambre de eternidad le viene por el simple hecho de que el mismo Dios hizo posible que fuera un ser con vida, pues está escrito: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida, y el hombre se convirtió en un ser vivo», Génesis 2, 7.
La vida del hombre es una vida participada; su hálito de vida es sólo un atisbo de lo que puede llegar a ser o poseer si busca continuamente el rostro de su creador y no se aparta de él, de ahí, que las Escrituras afirmen: «¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo: mi garganta está sedienta de ti, mi carne desfallece por ti como tierra seca, agrietada sin agua», Salmo 62/63, 2.
Una tierra seca, agrietada sin agua, es la figura simbólica del pueblo de Israel. Las voces de los profetas, de los jueces, de los que tenían que instruir al pueblo habían cesado, eso es lo que representa el silencio del sumo sacerdote Zacarías. Israel no creía que Dios podía cambiarlo todo en un “abrir y cerrar de ojos”, no tenían fe en la potencialidad de la palabra divina: «Ahora tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en todo suceda, por no haber creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo», Lucas 1, 20. En el silencio y en silencio Zacarías contemplará con sus ojos las cosas maravillosas que Dios hará en favor suyo.
Dios nos enseña que el recogimiento actitud que asume Isabel durante cinco meses para que la gente no lo viera y el silencio (interior y exterior) de Zacarías son dos actitudes favorables para vivir este tiempo de adviento y para reconocer al mismo tiempo que Dios continúa operando en la historia personal de cada hombre y mujer de este mundo.
Una tierra seca, agrietada sin agua, es la figura de los vientres estériles de la madre de Sansón y del Bautista que representan una Iglesia anquilosada, vieja y en peligro de derrumbamiento. Y la palabra dirigida a los padres estériles vendría a ser: «la lluvia temprana y tardía», Santiago 5, 7 o «como rocío…como llovizna…como aguacero», Deuteronomio 32, 2 que posibilita la vida nueva en el espíritu.
La palabra de Dios tiene poder porque en ella actúa su Espíritu Santo por eso escuchamos decir al ángel del Señor: «el niño estará consagrado a Dios desde el seno de su madre hasta su muerte», Jueces 13, 7 «estará lleno del Espíritu Santo, ya desde el seno de su madre», Lucas 1, 15. La “plenitud” en esta vida terrenal reside en estar totalmente empapados del Espíritu de Dios. Porque quien tiene el espíritu de Dios goza de libertad interior (2Corintios 3, 17), en encuentra para su vida un significado, un motivo para vivirla al cien por ciento y contagia e imprime dinamismo a todo lo que toca, como dice la Escritura: quien crea en Jesús, palabra eterna del padre, «de sus entrañas brotarán ríos de agua viva», Juan 7, 38. Quien no cree en la palabra de Dios no puede recibir la unción de su Espíritu. Es el Espíritu potencia de Dios que lo vivifica todo y hace germinar la vida como bien canta el Salmista cuando dice: «Envías tu aliento y los creas y renuevas la faz de la tierra», 103/104, 30. De esta acción maravillosa de Dios, de hacer germinar la vida donde había esterilidad, es lo que es digno de reconocimiento, de alabanza y de cánticos inspirados: «Tus hazañas, Señor, alabaré, diré a todos que sólo tú eres justo», Salmo 70/71, 16.
De esa misericordia de Dios que levanta del oprobio al hombre y que arranca la afrenta de sus fieles nace el sentimiento bello de la gratuidad, por eso exclama Isabel: «Esto es obra del Señor. Por fin se dignó quitar el oprobio que pesaba sobre mí», Lucas 1, 25. Así, que tanto Sansón como Juan el Bautista hijos de madres estériles son también los hijos de la Alegría. ¿Qué son los hijos sino expresión de un acto de amor de sus padres? Amor y Alegría frutos del Espíritu de Dios, Cfr. Gálatas 5, 22.
Dios puede hacer maravillas en una vida ya gastada es lo que significa la expresión «avanzada edad», Lucas 1, 7. Dios infunde esperanza no importa la edad que tengas, en él todo comienza de nuevo para provecho propio y para bien de los demás. Si Dios está con nosotros entonces hay Esperanza y una muy grande. ¡Así sea!

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