“Pero aquellos que ponen su
esperanza en el Señor renuevan sus fuerzas”
Isaías 40, 31.
Isaías 40, 25-31; Salmo 102/103, 1-4. 8. 10; Mateo 11, 28-30.
Hoy celebramos a san Juan Diego, y
recuerdo muy bien un dato curioso que el Nican Mopohua nos narra. Sucedió en la
tercera aparición, cuando al día siguiente tenía que llevarle al obispo Juan
Fray de Zumárraga el signo que le había pedido para creer en la petición que la
Virgen María había solicitado. Resulta que Juan Diego no podía ir por el signo
que la Virgen le entregaría porque su tío Juan Bernardino estaba muy grave y
quería el auxilio de un sacerdote.
Entonces, para no
encontrarse con la Virgen le dio vuelta al cerro: «pensó que por donde dio la
vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes. La vio bajar de
la cumbre del cerrillo…y le dijo: “¿qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿A dónde
vas?”», Nican Mopohua. Esta actitud de la Virgen de preguntarle a Juan de cómo
estaba me hace estremecer, es como si no reconociéramos que tenemos quien nos
escuche y consuele. Afrontamos las situaciones difíciles las mayorías de las
veces con nuestras propias fuerzas, nos cuesta trabajo reconocer que no podemos
solos, y eso, nos estresa y nos casa, nos fatiga y nos hace incapaces de poder cumplir
con aquellos compromisos que ya tenías establecidos mucho antes de que apareciesen
las situaciones imprevistas.
Y una vez que Juan le explicó el motivo de su
comportamiento, la Virgen le dijo: «Oye y ten entendido, hijo mío el más
pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no
temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy aquí que
soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por
ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra
cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está
seguro de que ya sanó…Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del
Cielo, se consoló mucho; quedó contento», Nican Mopohua. Y así, fortalecido
Juan Diego pudo llevar a cabo su misión.
Pues hoy, en esta
fiesta de san Juan Diego, las palabras de Jesús el Señor quedan actualizadas. Él
nos dice: «Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga,
y yo les daré alivio», Mateo 11, 28. Jesús nos quiere consolar, quiere quitar
de nuestros hombros “las cargas” que no nos dejan ser felices, principalmente
aquellas que arrebatan la esperanza y sumergen en la oscuridad y el sin
sentido. Él, como explica el Salmista: «perdona tus pecados y cura tus
enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura»,
102/103, 3-4. El Señor sana y libera. Y comienza hacerlo internamente, anímicamente,
porque si el hombre pierde la ilusión lo pierde todo. Por eso, como dice el
profeta Isaías renueva tus fuerzas, Cfr. 40, 31.
Si nos invita a ir
a él, entonces no nos atemoricemos, que no nos reprochará nada. No hará leña
del árbol caído, pues está escrito: «No nos trata como merecen nuestras culpas,
ni nos paga según nuestros pecados», Salmo 102/103, 10.
Entonces, vayamos
al encuentro del Señor y derramemos nuestros corazones en su presencia. Tengamos
por seguros que aunque los problemas no se resuelvan por sí sólo, al menos
comprobaremos una vez más que tendremos las fuerzas y las ganas para afrontarlas
con gran esperanza por reconoceremos que nuestro Dios está con nosotros. Dejémonos
amar y consolar por Dios. ¡Así sea!
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