viernes, 4 de diciembre de 2015

“¿Creen que puedo hacerlo?”
Mateo 9, 28.
Isaías 29, 17-24; 26/27, 1. 4. 13-14; Mateo 9, 27-31.
Es la pregunta que Jesús dirige a dos ciegos que iban gritando detrás de él: «¡Hijo de David, compadécete de nosotros!», Mateo 9, 27. Jesús durante el camino no se detuvo. Es del todo pintoresca la escena, los ciegos gritando y caminando mientras Jesús continuaba avanzando sin detenerse. A vuelo de pájaro pareciera que Jesús es un tanto insensible, pero no es así, la fe es movimiento, es realizar un desplazamiento a partir de la manera como uno percibe la cosa hasta dejarse tocar, hasta hacer camino de experiencia, de contacto para comprender el mundo, mi mundo, nuestro mundo ya no por rumores sino de primera mano.
Esta nueva comprensión de la realidad, de lo que soy, de lo que es el mundo de los hombres, de lo que es Dios, brota del contacto íntimo, del encuentro personal con quien puede hacer ver la vida desde otra perspectiva, desde una esperanza que lo ilumina todo, que resalta lo bello, lo bueno y lo verdadero, es lo que entiendo cuando el escritor sagrado dice: «Al entrar Jesús en la casa, se le acercaron los ciegos y Jesús les preguntó: “Creen que puedo hacerlo”», v. 28.
Jesús pregunta si tienen fe en Él, de que pueda hacer algo por ellos. Y los ciegos respondieron al unísono: «Sí, Señor», Ibíd. Pero esta respuesta de fe ya había nacido incipientemente por lo que ellos habían escuchado de Jesús, y ahora, delante de Jesús solamente hacen su confesión de fe. ¡No cabe duda, sin predicación no nace la fe!
Si analizamos rápidamente las palabras que los ciegos le dirigían a Jesús cuando ellos iban detrás de Él gritando, descubriremos grandes cosas. Ellos decían: «¡Hijo de David, compadécete de nosotros!», v. 27. Con esta expresión ellos reconocían que Jesús era el Mesías enviado por Dios a su pueblo Israel. Jesús era el Ungido del Señor. Habían escuchado las narraciones que relataban todos los portentos que Él realizaba y leyeron en esos milagros los signos que describían que Dios cumplía sus promesas al enviarle a su Salvador.
Esta promesa que Dios había sembrado en los corazones de su pueblo, había sido regada continuamente con las profecías de los profetas. Como bien podemos comprobar con las palabras que el profeta Isaías nos dice en la primera lectura de esta misa: «Aquel día los sordos oirán las palabras de un libro; los ojos de los ciegos verán sin tinieblas ni oscuridad; los oprimidos volverán a alegrarse en el Señor y los pobres se gozarán en el Santo de Israel», 29, 18-20. Esta profecía se hace realidad en la Persona de Jesús de Nazareth. Jesús es el Señor, Jesús es el Santo de Israel. Por eso, le vimos tocar los ojos de los ciegos y le oímos que les dijo: «Que se haga en ustedes conforme a su fe. Y se les abrieron los ojos», Mateo 9, 29-30. La fe de estos hombres era grande, la confianza que tenían en Jesús lo era también. Y eso que ellos experimentaron al entrar en contacto con Jesús, no lo pudieron callar y divulgaron su fama por toda aquella región, v. 31.
Ahora bien, escuchamos también que Isaías dijo de parte de Dios: «¿Acaso no está el Líbano a punto de convertirse en un vergel y el vergel en un bosque?», 29, 17. El Líbano, representa simbólicamente el pueblo de Dios, y es un pueblo estéril, donde sólo hay abrojos, espinas, tierra agrietada y árida. Todo esto debido a la depravación del pueblo, pues en ella reinaba: la necedad de no saber escuchar la verdad, estaban ciegos por no querer reconocer las injusticias que se cometían, las esclavitudes que en ella existía, los opresores y altaneros que humillaban y hacían daño a los débiles, los falsos acusadores que corrompían a los jueces y distorsionaban la verdad, Cfr. vv. 18-21.
El mensaje esperanzador de Isaías consiste en que el Líbano dejará de ser infecundo para convertirse –con trabajos, fatigas, sacrificios, con tiempo y paciencia– en un vergel y éste en un bosque. El ambiente cambiará, habrá vida y se acogerá la vida como en un bosque: ¡Cuanta flora y fauna hay en un bosque!¡Muchísima!
¿Qué significa entonces que el pueblo de Dios se convierta primero en un vergel y después en un bosque? Isaías lo dice: «ya no habrá opresores y los altaneros habrán sido exterminados. Serán aniquilado los que traman iniquidades, los que con sus palabras echan la culpa a los demás; los que tratan de enredar a los jueces y sin razón alguna hunden al justo», vv. 20-21.
¿Crees que esto sea posible que suceda en nuestro México? ¿Crees que Jesús puede cambiar tu vida y la historia de este país? ¿Qué hay que hacer? Hay que caminar detrás de Jesús, hay que gritarle que se compadezca de nosotros. Necesitamos todos entrar en un encuentro personalizado con Él, en la intimidad de su casa, de nuestras casas (corazones) para que nos haga ver en qué aspectos de nuestra personalidad y de nuestras relaciones debemos cambiar. Así sea!

No hay comentarios:

Publicar un comentario