viernes, 18 de diciembre de 2015

“Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque el salvará a su pueblo de sus pecados”
Mateo 1, 21.
Jeremías 23, 5-8; Salmo 71/72, 1-2. 12-13. 18-19; Mateo 1, 18-24.
“Tú le pondrás el nombre de Jesús” le dice el Ángel del Señor a José al hijo que espera su esposa María. Y recuerdo muy bien aquel pasaje donde el mismo Señor Dios le dice a Adán que deberá ponerles nombre a los animales y los animales se llamarían como el hombre les había nombrado (Cfr. Génesis 2, 19-20). Y no sólo eso, en el diálogo después de la desgracia del pecado original, el Señor Dios le dice a la mujer «tendrás ansia de tu marido, y él te dominará» y versículos después el narrador sagrado dice expresamente que: «El hombre llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven», v. 16. 20.
El hecho de que José le ponga nombre al Hijo que espera su esposa María, significa la autoridad que José tiene sobre Jesús y sobre María, en otras palabras, por voluntad divina, a José se le confía la tarea de ser el padre terreno  de Jesús. José se convierte así en cabeza de familia. En el responsable inmediato para que Jesús como Hijo suyo pueda tener acceso a todas las regalías del padre. El don más grande que José recibió por parte de Dios es el don de la paternidad, el de ser papá terreno del niño Jesús. Y lo más valioso que Jesús recibió por voluntad de su Padre Dios y a través de José es el de tener una familia, amigos, conocidos, una lengua, una cultura y sobre todo una genealogía. Y es por medio de la genealogía de José, que pertenecía a la casa de David, por eso el ángel del Señor le dice: «José, hijo de David», Mateo 1, 20 Jesús adquiere el sentido de pertenencia a un pueblo concreto. Jesús es el Hijo de la promesa hecha al pueblo de Israel. Dios continúa obrando su salvación en la historia de la humanidad con la cooperación de los propios hombres. La primera enseñanza que se desprende de esto, es el hecho, que el hacedor de todo cuanto existe se somete a la autoridad de la creatura. Jesús, Dios creador, se somete a la autoridad de José, criatura. El cuarto mandamiento resplandece así con gran luminosidad: «Honra a tu padre y a tu madre; así prolongarás tu vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar», Éxodo 20, 12. ¡Hemos de dar gracias por provenir y tener familia! La familia hoy por hoy, es la institución fundamental que hemos de defender, promover y custodiar.
La familia nos da identidad y es el espacio idóneo donde podemos desarrollarnos y llegar a ser auténticas personas. El ser papá es un don. Y todo don evoca una gran responsabilidad. Los padres deben estar al cuidado de sus hijos pues sólo así se les puede garantizar a los hijos el desarrollo no sólo de sus facultades humanas y cristianas sino también el descubrimiento de la propia vocación o misión. La familia en este sentido ha de ser el lugar por excelencia donde se gestan los proyectos de vida. Por eso, el ángel del Señor le dice a José: «porque el Salvará a su pueblo de sus pecados», Mateo 1, 21. La misión de Jesús consiste en hacer realidad lo que su nombre significa. El nombre deja entre ver ya la misión. ¡Cuántos nombres han sido escogidos para los hijos sin tener en cuenta su significado! ¡Cuántos nombres sin sentido!
El nombre que José le pone al Hijo de María era conocido, utilizado pero ninguno daba el ancho, hasta que llegó el Hijo de María y se le nombró Jesús. Jesús (Yehosua) significa Dios Salva. Y ¿de qué viene a salvar Dios a su pueblo? El texto afirma de “sus pecados”. ¿Por qué de los pecados y no del hambre, de las enfermedades, de la opresión, de la violencia, de las injusticias? San Pablo nos enseña: «el salario del pecado es la muerte; mientras el don de Dios, por Cristo Jesús Señor nuestro, es la vida eterna», Romanos 6, 23.
Jesús viene a donar la vida pues hemos de reconocer que detrás de cada injusticia existe un pecado. Así que Jesús viene a luchar contra el hambre que tiene sometido a los pueblos, no sólo material sino también espiritual; ha venido a sanar a los hombres de sus enfermedades del cuerpo y del alma; de las leyes injustas que oprimen al hombre. Así por ejemplo, el pecado de egoísmo que es una clase de pecado, hace que el hambre exista en el mundo; por la indiferencia y la frialdad de los corazones que es también una forma de pecado hay quienes no son socorridos en sus necesidades más básicas: hambre, sed, techo, enfermedades. Así que Jesús ha venido a salvar a los hombres curándolos desde dentro. La hambruna es una consecuencia externa de decisiones internas mal tomadas.
Si Jesús pudo cumplir con su misión hemos de reconocer indirectamente el papel que desempeñaron sus padres. Jesús aprendió a amar y a servir a Dios en sus hermanos gracias a la calidez humana que recibió de José y de María. Todo comienza y termina en familia por eso Dios quiso para su Hijo unos padres ejemplares, por eso el texto enfatiza de José: «era un hombre justo», Mateo 1, 19, es decir, honesto, recto, cabal, piadoso, temeroso de Dios, responsable, cumplidor, etc. ¿Cuánto daño hace que el padre no esté en casa, o bien, que no se implique en la educación y formación de los hijos? Mucho daño.
Hoy la figura de José resalta el papel que ha de desempeñar el varón con su masculinidad y con todo lo que le es propio al crecimiento sano de los pequeños. Ante el rol del papá tan diluido en este tiempo la figura de José brilla como tea luminosa e invita a los padres a que asuman su tarea o misión con obediencia, con agrado y confianza en la voluntad divina, pues el texto dice: «Cuando José despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y recibió a su esposa», v. 24. El papá hoy puede salvar a la familia de los peligros que lo acechan. Así sea.

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